720.000 Metros Cuadrados de Arrogancia [Saga del Arca]

Un silencio anormal era lo que reinaba sobre la habitación en donde se encontraba el arrogante Lee Shen Qing, recostado sobre las tejas de los vastos techos de su hogar. Precisamente, estaba en la casa principal donde residía la familia Imperial; aunque claro, esta no era la verdadera y por ende el constante y cotidiano ajetreo que podía oírse en la real aquí no se oía. Sus brazos estaban flexionados tras su cabeza mientras que sus pies estaban cruzados y todo su cuerpo en una postura relajada sobre el techo. Pero... ¿Cuánto duraría esto? Nada.

Luego de un sonido extraño, y la voz de una muchacha, Lee con desánimo abrió un ojo y se incorporó medianamente quedando sentado en el mismo lugar dónde había estado desde el principio. Si bien lo que estaba esperando era la llegada de los exorcistas, la imagen que apareció ante sus ojos no fue precisamente lo que esperaba. Cerró nuevamente el ojo que había abierto con pereza luego volvió a abrir ambos. Sus orbes se dirigieron directamente hacia el sonido exasperante que él reconoció como voces de mujeres. No, mujeres como tales no, sino de dos muchachas y otra figura que no logró descifrar si era un niño o niña. -Tsk...Estúpido Conde... siempre me deja lo peor...- murmuró para sí antes de levantarse con el orgullo y arrogancia característicos de los de su linaje.

La “puerta” por la que habían entrado parecía no dejar entrever llega a nadie más, hecho que hizo que el muchacho se fastidiara aún más de lo que ya estaba. Aclaremos, que este joven y malcriado Emperador, ha vivido toda su existencia haciendo y deshaciendo a su antojo, sin que nada ni nadie lo detuviera. Además, debemos dejar claro que no tiene paciencia y que tiene un humor de los mil demonios, sobretodo si le toca enfrentarse a personas del sexo opuesto, todo esto producto de la no-relación que mantuvo con su madre en su niñez. Gran parte de lo que Lee proyecta (toda ese conflicto para relacionarse de manera normal) y demuestra ser frente a desconocidos y también sus cercanos, se debe a los déficit atencionales y afectivos de la mujer que lo trajo al mundo.

Ahora, aclarado este punto, vayamos a lo que nos interesa: Su encuentro con las tres exorcistas. La mirada que él les dirigió mientras se cruzaba de brazos era de superioridad y también desprecio bueno... algo normal en él de todos modos. -¿Y se supone que a ustedes tengo que detener?- el tono que utilizó fue de aburrimiento y pereza, incluso alzó una ceja con escepticismo, sin creer del todo que ellas podrían evitar que él detuviera el avance de ellas por las siguientes habitaciones.

Pero eso no era todo, no podía quedarse con lanzar aquella pregunta y no mirar mejor a sus enemigas por defecto. Con cuidado y agilidad, saltó desde el techo de la mayor altura de la gran casona hasta la segunda y luego volvió a saltar para caer con cuidado desde la muralla hacia la entrada, donde se encontraban las dos chicas y la niña-niño. Caminó hasta estar frente a una de ellas, una enana -pero no la más enana- que tenía los ojos de color lila y una cabellera larga que para él no era más que una molestia a la hora de enfrentarse a alguien. -No son más que tres...- había estado a punto de decir niñas, pero seguía con la duda sobre el género del individuo más pequeño. Desvió su atención de la mucho pelo y pasó de largo con respecto a la otra muchacha que parecía ser la mayor, para dirigirse hacia el niño-niña -Oe, tú...- la señaló con la cabeza, mientras caminaba hasta una distancia prudente del trío de exorcistas. -¿Qué eres? ¿Un muchacho afeminado o una niña muy escuálida y fea?- añadió mirándola con una mezcla de curiosidad y su natural tono de “indiferencia”.
Lo que hasta ese momento había llamado más su atención era la pequeña muchacha pelinegra, que hasta esos momentos no tenía idea de que fuese niña, así que no le dio mayor importancia a las otras dos. Craso error, porque si bien eran chicas, eran exorcistas y él no tenía idea de cómo podrían reaccionar ni mucho menos sabía si tendría ventaja ante ellas.

Una voz que a él le pareció el peor sonido que en su vida había tenido que soportar llegó hasta él sin que pudiese esperar la respuesta de la persona más pequeña de esa habitación. Rodó los ojos con evidente exasperación y se volteó para mirar en dirección desde donde él sentía que provenía aquel sonido infernal. La que había hablado era chica mediana que había visto primero. Tal parecía que al igual que él, poseía muy poca paciencia al trabar conversaciones con desconocidos y sobretodo con enemigos. -¡Ya cállate! Si no tienes nada inteligente que decir, guarda silencio- le respondió a la muchacha mientras abandonaba su lugar cerca de la chica o chico más pequeño y volvía a acercarse a la que había hablado, con una mano sobre su sien derecha mientras que su otro brazo descansaba a su costado, balanceándose apenas con el vaivén provocado al caminar.

-Son todas molestas...- masculló entre dientes. La poca paciencia con la que contaba se había esfumado y ya no le importaba si no podría divertirse quemando una que otra cosa o simplemente destruyendo la réplica de su hogar que el Conde había hecho en aquella habitación. Quitó sus dedos de su sien y estiró el brazo hacia arriba, dispuesto a crear la primera voluta de fuego que se transformaría en una esfera ardiente para comenzar ya la pelea con el trío de muchachas. Pero justo en el segundo en el que las partículas de fuego comenzaban a agruparse hasta crear una forma uniforme y redonda, otra voz lo desconcentro y en vez de salir la voluta, sólo salió un poco de humo. -Habla menos y actúa más- fue lo único que dijo, omitiendo la pregunta de si él era un noah o no. Poco le habían gustado los parientes del Conde, y en cierto modo, debía agradecer no ser uno de ellos. Aún recordaba cuando había tenido que hablarle a la noah en Edo y el hecho de sólo recordarlo le provocaba malestares.

Si existía otra cosa que le molestaba más que tener que lidiar con chicas torpes que hablaban niñerías, era que lo interrumpieran. No por nada tenía un carácter de los mil demonios, siendo siempre un chico al que no le negaban nada y que estuviese bien o mal, siempre hacía lo que se antojaba. Estaba irritado y poco había pensado en que no tenía idea de qué nivel podría tener aquel muchacho que había aparecido, cosa que estaba muy mal, puesto que como militar y estratega que era, lo primero que debía tener presente siempre, era el poder que tuviese su enemigo, para así poder actuar a conciencia y de manera inteligente. Pero en esos momentos, inteligencia era poca la que estaba utilizando, cegado en la rabia e irritabilidad que en esos momentos era lo que predominaba en su actuar y pensar.
Apenas y miró al recién llegado antes de lanzarle la primera esfera de fuego que sí salió de sus guantes. La lanzó rápido y esperando que le diera de lleno en el cuerpo, para luego alejarse un poco más de todos los exorcistas, corriendo en dirección hacia el Palacio, para seguir lanzando esferas de fuego desde la puerta del lugar.

¿Debía continuar deteniéndolos? La respuesta era obvia y clara: Sí. Ese había sido el trabajo que tenía que hacer y que el panzón le había encomendando, detener a los exorcistas en su avance por el arca. El punto era, que Lee detestaba tener que obedecer órdenes y realizar actividades que él no tenía ganas de hacer, resultando ahora, que debía hacer todo lo que le habían pedido, puesto que su honor y palabra estaban en juego. Un honor y palabra que no habían sido técnicamente los suyos, sino los de su padre. El hombre aquel había conseguido ciertos favores del Conde y en vida no había logrado pagarlos, era por eso, que ahora el heredero de la dinastía Qing era el que debía pagar aquella deuda sí o sí.
Continuaba lanzando las llamas que brotaban rápidamente de sus guantes, mientras notaba intentando no desconcentrarse todos los movimientos de los exorcistas que luego de su primer ataque se habían puesto en marcha.
-¡Rata!- por fracción de segundo su mirada se desvió hacia la pequeña que él había increpado hacía unos instantes ¿Le había dicho rata... a él? aquella pequeña e insignificante palabra había hecho que se descolocara y se irritara aún más, ¿Quién se creía esa enana para tratarlo así? Lamentablemente, no tenía el tiempo suficiente como para enseñarle a la pequeña cómo tratar a sus superiores, ya que aquella niña no fue la única que avanzó hacia él. La otra muchacha, a la que él había omitido por completo había logrado proteger al recién llegado y éste a su vez activó también las armas que ellos utilizaban denominadas Inocencia.
Otra más, que él ni siquiera se había percatado que existía, también había activado su Inocencia. Eran aquellos cuatro los que ahora lo atacaban y avanzaban en dirección hacia él.

Una pequeña sonrisa apareció en su rostro cuando la muchacha que había pasado por alto estaba lanzándole flechas que al igual que su habilidad, tenían fuego. El muchacho las interceptó con su fuego, haciendo que se esfumaran ambos proyectiles al impactarse. El muchacho pelirrojo utilizó su habilidad para atacarlo, produciendo que varios rayos comenzaran a caer cerca de él, Lee intentó esquivarlos sin perder demasiado la concentración. Fue en ese punto, que casi fue herido por el ataque del pelirrojo, pero logró esquivarlo doblando su espalda hacia atrás, el peso de su cuerpo lo hizo caer, el joven chino utilizó el impulso de la caída para pasar sus pies por sobre su cabeza y quedar nuevamente de pie. No tenía el tiempo como para ponerse a hablar ni mucho menos hacer caso a la verborrea de los exorcistas, que lo único que querían era saber cómo pasar hacia la siguiente puerta. -Inútiles- murmuró comenzando a lanzar llamas hacia el pelirrojo y también hacia arriba, manteniéndolas sobre los exorcistas, para lanzárselas a las que faltaban.

-¿Tienen prisa?- comentó sonriendo, haciendo un movimiento con su mano izquierda, para formar una llama delgada y alargada, mientras que con la otra, hacía movimientos circulares en el aire para que de esa manera las llamas que estaban suspendidas en el aire comenzaran a imitar los movimientos de su mano. -aún tienen que recorrer casi un kilómetro para salir de aquí- añadió con tono burlón, mientras dirigía las llamas suspendidas en el aire hacia las exorcistas, para luego utilizar el látigo de fuego que había creado con su mano izquierda en intentar golpear al pelirrojo.
Lo que los exorcistas debían recorrer, era en línea recta, seguir el sendero principal que recorría los 960 metros de largos con los que contaba el territorio que simulaba la Ciudad Prohibida. En los alrededores de ese sendero principal había muchas habitaciones, estructuras separadas de la casona principal que además, tenían sus propios caminos, los que se entrecruzaban con el principal, haciendo que para alguien que no conociera el lugar pudiese desorientarse. Eso era lo que él esperaba que sucediera, pero sabía que sus enemigos no eran tontos y que seguramente descubrirían pronto el camino principal que los conduciría hacia la muralla que delimitaba todo el territorio y en la cual estaba la siguiente puerta. Como bien les había dicho, para llegar hasta allí, debían recorrer los 960 metros que tenía de largo aquel camino