Emergencia [Mongolia, Reclutamiento de Luca]

¿Cuánto tiempo llevaba de viaje? Ah, es cierto. Unos siete años; y no iba a contar ni uno más. Dentro de unos pocos meses, Regno di Cuores volvería a Italia y yo con ella. Y en el pais del viejo continente sólo me esperaba el conjunto de las fuerzas del orden con las esposas abiertas en la mano, listas para apresarme. No era para tanto. Vale, es cierto que había asesinado a mis padres, que se me acusaba de parricidio, pero ellos no eran la víctima aquí. ¿Quién es la vícita cuando los asesinados se han pasado toda su vida maltratando a su asesino? ¿Y cual era el motivo? Respuesta facil: Dios. Nunca creí en él. Al principio, cuando sólo tenía cuatro años, mi padre me obligó a estudiar la Biblia con él. Yo me quejé diciendo que me parecía muy extraño que un viejecito nos estuviese mirando a todos y cada uno de nosotros desde el cielo. Solo por ésta inocente cita, el hombre comenzó a maltratarme. Y así continuó hasta los dieciseis años. Desde entonces, mis padres están cuatro metros bajo tierra. Escapé del país y me ví obligado a unirme a una organización religiosa para seguir huyendo. Genial.

Ahora nos encontrábamos en Mongolia, más concretamente en la región de Khentii, poblada casi completamente por nómadas y cubierta de estepas en la zona central, praderas al sur y montañas al norte. Nuestros nómadas, los Gou, asentados en el territorio de la estepa, se organizaban jerarquicamente: a la cabeza de todos estaban los ancianos, y después los hombres, los niños y, por último, las mujeres y las niñas. No se molestaron en incluirnos a nosotros.

La misión de Regno di Cuores era doble: primero, convertir su poblado en una sociedad civilizada y segundo, hacerles llegar la gracia de Dios, para lo que habría que enseñarles el Italiano. La primera tarea era estúpida, pues su sociedad era mucho más civilizada que la nuestra: se autoabastecían con un sistema muy trabajado y nunca había problemas entre ellos. La segunda tarea era sencillamente absurda, aunque más absurdo era que yo fuese uno de los encargados en realizarla en el poblado. En los anteriores destinos había tenido tareas mucho más a mi medida, como ayudar a las familias en sus tareas o enseñar el idioma. Al menos, mi forma de mostrar la Bíblia era original: mostraba la cubierta del libro, soltaba alguna que otra blasfemia y después me ponía a tocarles la flauta a los chavales; la flauta que Echo, un niño encantador del poblado, me había regalado.

Todo transcurría perfectamente hasta esa noche. La noche en la que desaparecieron dos niñas de sus tiendas. Los Ancianos atribuyeron el crimen a los lobos y no se preocuparon más. Yo no estaba tan convencido, ya que no habíamos encontrado ningún rastro de sangre ni pisadas de animal. Nada. Era como si las niñas se hubieran evaporado en el aire. Durante el transcurso de esa semana, se producieron otras tres desapariciones en las mismas circustancias e ignoradas por los Ancianos de la misma forma.

Fray Riccardo, el lider de la organización, concluyó que los niños necesitarían abrazar a Dios más que nunca, por lo que me exigió que diese mis clases como era debido. Decidí hacerle caso por una vez y abrí el libro en la que sería mi última clase. Todos los niños soltaron una ovación cargada de sorpresa cuando abrí la Biblia.

-Vamos a ver... -comentaba en voz baja mientras pasaba las páginas del libro, tratando de encontrar un versículo decente. Dí la tarea por imposible cuando apenas había empezado-. Éste mismo. Escuchad, niños. Libro del Apocalipsis, capítulo 1, versículo 8: ''Yo soy el Alfa y la Omega dice el Señor Dios, Aquel que es y que era y que viene, el Todopoderoso''. ¿Qué os parece? -pregunté, de la misma manera que lo hacía siempre al terminar una canción con la flauta.

-Que Dios es un... tkmut -comentó Ico, el niño que había absorvido en mayor medida mi filosofía.

-¿Alguien traduce? -pregunté. No conocía el significado de su última palabra.

-Ha dicho ''egocéntrico'' -informó una chica cuyo nombre desconocía, pues apenas participaba en las clases.

-¡Exacto, Ico! -le felicité. Quien quiera que hubiese escrito ese pasaje de la Biblia, había puesto a su Señor muy en lo alto-. ¿Alguien más?

-Señor Luca, ¿qué es el Apocalipsis? -preguntó Seinna, la niña más activa de la clase. Era la única mujer que había visto en el poblado que se preocupaba por la situación de la desigualdad de sexos. Por eso, yo mismo la admiraba.

-Pues... Viene a ser el fin del mundo. Según la Bíblia, el mundo acabará... cuando cuatro esqueletos cabalguen sobre caballo por el cielo -expliqué, con el tono típico de quien narra un cuento de hadas. Los niños se rieron por lo bajini ante mi comentario-. La Biblia cuenta que ya hubo un apocalipis, provocado por un gigantesco diluvio; pero Dios guió a un solo hombre, llamado Noé, para que se salvaran él y su familia y unos cuantos animales que sirviesen de alimento, ya de paso; y dejando morir al resto de las personas por sus pecados. Eso nos demuestra que... -dejé la frase a medias para que los niños la completaran.

-¡Dios es un egoista! -dedujo Echo. Era el niño más pequeño de la clase.

-Yo diría favoritista, pero no esta mal -decidí que ya habíamos trabajado suficientes estupideces por ese día, así que me dispuse a sacar la flauta de mi bolsa de viaje-. Y recordar, niños: nada de lo que hemos hablado importa porque...

-¡Dios no existe! -concluyeron entre todos, tal y como yo les había enseñado.

Felicité a mis pupilos y comencé a tocar para ellos. Mientras lo hacía, empecé a barajar posibilidades acerca de las desapariciones. No pude llegar a ninguna conclusión, pero estaba claro que la respuesta estaba en la noche. Ese mismo día, haría guardia mientras los demás dormían, pues seguro que ninguno querría ayudarme.

Mis pasos me condujeron hasta el remoto país de Mongolia. Mi objetivo era claro, encontrar a cuanto akuma se cruzara en mi camino y destrozarlo de la manera más cruel posible. Si por alguna casualidad encontrara alguna inocencia en el transcurro de mi misión personal, debería recogerla y guardarla ante un posible usuario.

Aquel país estaba dividido por dos clases de ciudades o poblados, aquellos que si disponían de maquinas de vapor y otros utensilios del mismo estilo, y los poblados que carecían de esos aparatos.

Después de visitar las principales ciudades, me decidí a recorrer los lejanos poblados mediante un pequeño carruaje, llevado por dos buscadores que encontré en la capital Ulán Bator. Normalmente no solía ir acompañado de aquellas personas, ya que prefería las batallas sangrientas, a estar escuchando las aburridas conversaciones de esos miembros de la orden.

-¿Cuánto tardaremos en llegar al próximo poblado?- pregunte en tono serio y aburrido.

-Ya no falta mucho general, seguramente en un par de horas lleguemos- dijo Marco uno de los dos buscadores.

Hacía tres días que dejamos el último pueblo atrás y en él solo encontramos gente normal y corriente, que hacían sus labores diarias, es decir que solo encontré aburrimiento. Después de todo había pasado demasiado tiempo desde que elimine a mi última presa.

La noche se mostraba cálida y tranquila, al menos por el momento, ya que el cielo estaba totalmente cubierto por negros nubarrones que amenazaban con descargar su furia en forma de tormenta en cualquier momento. Yo me encontraba haciendo guardia desde hacía varias horas, descansando en un asiento improvisado con mantas amontonadas, a unos doscientos metros del poblado. Desde esa distancia, y ayudado por lámparas de aceite que había instalado entre varias tiendas, podía divisar facilmente casi todo el poblado. De vez en cuando, decidía patrullar para asegurarme de que no se me pasaba ningún movimiento.

Y así fue hasta, según calculé, las dos de la madrugada, cuando comenzaron a caer las primeras gotas de agua desde el cielo. Durante mi cuarta patrullación escuché un ruido. Ico y Echo habían salido cada uno de la tienda de sus respectivas familias y el más pequeño había tropezado con una de las lámparas de aceite que coloqué. Me dirigí a ayudarle tan rápido como pude.

-Echo, ¿estás bien? ¿Qué haces levantado? -pregunté a la vez que ayudaba al chico a levantarse y le sacudía el polvo de la ropa.

No recibí respuesta. Echo se limitaba a mirar las musarañas con ojos vacíos e ignorarme mientras retomaba su camino. Al parecer, Ico estaba en la misma línea de comportamiento. Traté de agarrar a Echo por la muñeca, pero no logré nada. El pequeño se lanzó forcejear y clavarme las uñas, sin mirarme siquiera, hasta que lo solté. Tampoco dio resultado intentar llamar su atención con la palabra o razonar con ellos. Los dos chicos se dirigían en una marcha lenta y tranquila hacia un destino desconocido para mí. Fuese el que fuese, allí debía estar la respuesta acerca de las desapariciones, por lo que decidí seguirlos de cerca.

Pasaron varias horas, hasta que finalmente se pudo divisar un poblado. Eran altas horas de la noche y la lluvia paso de ser una amenaza, a convertirse en una realidad. Aunque de manera lenta e intermitente, varias gotas de lluvia comenzaban a caer sobre el carruaje en el que me encontraba.

Decidí descansar mientras no llegábamos a nuestro destino y una vez que los buscadores divisaron el poblado, se apresuraron a despertarme tal y como les pedí que hicieran. Saque rápidamente la cabeza por un de las dos ventanas que llevaba el transporte, entonces fue cuando vi con mis propios ojos varias tiendas como las había visto en ocasiones anteriores.

Una vez que estuvimos a pocos metros de la primera tienda, baje del carruaje y examine la zona con detenimiento. No había rastro alguno de akuma, ni siquiera parecía que a la gente del lugar le importase el ruido de los caballos al llegar.

Me propuse entrar en una de las improvisadas casas, para comprobar por mi mismo si realmente allí había alguien con vida, pero antes de que pudiera hacerlo, un anciano salió de una de las tiendas. Por la expresión de su cara se podría decir que había visto un fantasma, aunque bien pensado mi aspecto no es que diera demasiada confianza.

-Dime viejo ¿has visto por aquí algún ser metálico?- pregunte con mi tono de seriedad, a lo que el anciano respondió llamando a alguien en un tono de voz un tanto alto.

Del interior de la tienda desde la que salió el anciano, apareció un hombre de mediana edad, con un gran palo entre sus manos.

Comenzó a llover con violencia. Por lo general, la pluviosidad de Mongolia no era exagerada, pero esa tormenta era extraordinaria. Aún así, no me preocupé demasiado. No lo pasaría peor que en las tormentas tropicales que tuve que soportar en la selva del Amazonas. Los chicos tampoco parecían darle mucha importancia a la lluvia; siguieron hacia delante con paso firme y decidido.

No se veía ningún animal, ni siquiera las típicas comadrejas y musarañas nocturnas que solía ver cada noche. Seguramente se habían refugiado en sus escondrijos, con el conocimiento de que pocos de ellos podrían sobrevivir ante esa tormenta enloquecida. Y eso nos incluía a nosotros. Éste pensamiento me sacó de mi serenidad y me embriagó de un aura temerosa. ¿Y si sucedía una riada y se llevaba a los niños por delante? Vale, estábamos en un terreno casi completamente llano, pero aún así...

Otra cuestión era el objetivo de los niños. Si no podía hacerles volver ahora, ¿cómo podía esperar hacerlo cuando estuviesemos aún más lejos del poblado? Además, tal vez Ico y Echo ni siquiera tuviesen un objetivo y estuviesen caminando por caminar. O tal vez se habían levantado medio dormidos para ir al baño y se habían desorientado un poco... los dos a la vez y por el mismo sitio, claro... Menuda estupidez.

-¿Falta mucho? -pregunté con la voz llena de cansancio y aburrimiento, aunque sabía que no iba a recibir respuesta.

Seguimos caminando a través de la lluvia hasta una... ¿colina? Bueno, era algún tipo de estructura geológica, eso era indudable. Hasta cierto punto parecía una colina cualquiera, pero se había estirado en su punto más alto de una forma extravagante e increible, formándose un pico puntiagudo, que se mostraba retorcido, como si hubiera comenzado a girar sobre si mismo. La oscuridad y la lluvia mostraba la escena cargada de un aura siniestra.

Ico y Echo comenzaron a subir la colina, dirigiéndose hacia su misterioso pico.

Arquee una ceja cuando vi al hombre del palo mirarme con cara de pocos amigos. Por lo que parecía mi extravagante atuendo, no les resultaba de fiar a aquellos hombres, cosa que a mí no me importaba en absoluto, ya que si quería pelea, estaba dispuesto a romperle ambos brazos en un momento.

Antes de que sucediera nada, un hombre salió de otra de las tiendas y al ver la escena, se interpuso con rapidez, entre el nativo y yo. Por lo visto el nuevo individuo reconoció mi uniforme, hasta el punto de pedirles tranquilidad a los aldeanos y explicarles que estaba de su lado.

-Perdone general- dijo el cura agachando la cabeza.

En ese momento la lluvia se volvió más violenta, hasta el punto que los curiosos que salieron a observar lo que sucedía, volvieron rápidamente a sus tiendas.

-Venga a nuestra tienda y tranquilícese, somos enviados del vaticano, por lo que estamos al corriente de las buenas obras que hacéis en el nombre de dios- dijo el cura en tono alegre.

Mientras seguía al cura hasta su lugar de descanso, no pude evitar reír de manera sigilosa ante las palabras que acababa de mencionar. Si ese hombre pensaba que me encontraba allí por dios, es que no conocía mi forma de ser y mucho menos los pensamientos sádicos y diabólicos que recorrían mi mente.

-Dime, ¿has visto algo raro por estos lugares?- pregunte cuando estábamos entrando en la tienda.

Una vez en su interior, pude apreciar cómo pese a lo pequeña que parecía desde el exterior, por dentro era amplia y confortable. Junto a mi entraron los dos buscadores empapados por la gran cantidad de agua que no dejaba de caer.

-Aparte de lo de las desapariciones de los niños, nada fuera de lo normal, además según dicen los ancianos es cosa de los lobos- dijo el cura de manera pensativa.

Cuando nos acercamos lo suficiente, pude ver que en la base del extraño pico de la colina se encontraba una profunda y amplia grieta. Habría pasado por una caverna si hubiese estado en la ladera de una montaña, pero en esta construcción natural no la galería se desarrollaba hacia abajo en lugar de hacerlo hacia delante, como ocurría en las cuevas. Tras pensarlo con un poco más de calma, concluí tal vez se tratase de una especie de pozo. También pude observar que el pico parecía más alto desde cerca; debería de medir cerca de diez metros. Las gotas de lluvia recorrían los surcos que se habían formado en el pico al ser retorcido. Mirándolas fijamente, pude averiguar que el pico seguía retorciéndose en ese mismo momento, a una velocidad aparentemente lenta, pero anormalmente alta para cualquier fenómeno geológico. ¿Qué demonios era eso?

Los niños se acercaron peligrosamente a la grieta, lo suficientemente cerca como para que me sintiese intranquilo. Y no pararon, hasta que terminaron desapareciendo en las profundidades del pozo. Automáticamente después me entró el pánico en el cuerpo. Sin pensar en las consecuencias, me lancé yo también hacia la oscuridad de la grieta.

Luché contra la gravedad durante un corto tiempo en el cual recorrí unos cinco metros, cayendo de frente hacia una depresión de muy propiedad que se había cargado con el agua de la lluvia. La poca cantidad de líquido apenas me frenó el golpe, pero al menos no me abrí la cabeza en dos. Y no hubiese sido extraño teniendo en cuenta que golpeé en el fondo de aquella pequeña piscina natural con la sien derecha y ambos antebrazos. Sentí que iba a perder el conocimiento, pero luché por mantener la consciencia y levantarme, aunque fuese solo para salir del agua, ya que desmayarse con la cabeza sumergida habría sido una muerte segura.

Salí del agua dando tumbos, observando mi alrededor. El agua de la lluvia seguía empapándome a través de la amplia grieta del techo. Al parecer, donde me había precipitado no se trataba de un pozo, ya que el agua presente era escasa; seguramente fruto de la tormenta que tenía lugar en ese momento, como ya había deducido; además de que en frente mía se extendía una galería, semejante a un tunel mal excavado. Iba estrechándose a medida que se alargaba, aunque no podía asegurarlo porque la iluminación era escasa: la casi nula que entraba a través del techo y otra más potente, que se escapaba por el estrecho agujero que podía verse en el fondo de la galería. Pude ver a Echo e Ico dirigiéndose a ella, además de notar que este últmo caminaba con serias dificultades, seguramente fruto de la caida. Quise seguirlos, pero desfallecí tras caer al suelo incando las rodillas y, después, golpeándome de nuevo la cabeza. Aquel golpe había sido demasiado fuerte para mi cabeza y terminó por vencerme induciéndome en la inconsciencia.

Al escuchar las palabras del cura un malestar recorrió mi cuerpo. Por lo que parecía allí no había nada interesante, era posible que las desapariciones tuvieran algo que ver con los akumas, pero también era probable que se tratasen de los lobos, tal y como ellos mismos decían.

-Bueno mañana iré a cazar, sean lobos o akumas, estoy harto de no matar nada desde hace días- dije molesto.

Tanto el cura como los demás ocupantes de aquella tienda, se quedaron algo perplejos ante mis palabras. Ellos esperaban que las personas elegidas por dios, mediante la inocencia, fueran personas buenas y amables, lo que no era mi caso.

Me recosté en un lado de la tienda y cerré mis ojos. Era hora de dormir y esperar que el día acabase lo antes posible, tenía ganas de que saliera el sol, para poder ir a cazar tranquilamente, ya que con el temporal que estábamos teniendo, ninguna presa saldría fuera de su escondrijo.

La noche paso con rapidez. La tormenta azoto con fuerza todas las tiendas durante lo que quedo de noche, lo que hizo que todas las personas que se encontraban allí no pudieran descansar, exceptuándome a mí, ya que me dedique a soñar con mis continuas masacres sin escrúpulos.

Una vez que los primeros rayos de sol hicieron su aparición, la intensa lluvia dejo de caer. Parecía que todo volvía a la tranquilidad y el clima nos daba un poco de respiro, el tiempo suficiente para ir a cazar alguna presa.

Abrí los ojos lentamente y comencé a parpadear rápidamente debido a la gran cantidad de luz que inundaba la estancia donde me encontraba. Noté algo deslizarse por mi espalda. Me pareció agradable hasta que me pregunté qué sería, momento en el que el miedo tomó el control de mi cuerpo y me puso en pie rápidamente. Me quité mi vieja camiseta, pero cómoda, camiseta de algodón, escuchando cómo se rompían las costuras debido a la violencia y velocidad del acto, y la arrojé al suelo. De entre el textil salió una serpiente de una tarántula bien gorda y peluda. No tenía un aspecto tan desagradable como otras que había visto en el Amazonas, pero bastó para sacarme de quicio y lanzarme a patearla, junto con mi prenda, mientras gritaba con un tono que estaba entre la histeria y la locura.

El resultado fueron un arácnido y una camiseta menos en el mundo y el haberme desvelado por completo. Pasé unos segundos intentando tranquilizarme mientras miraba los restos de lo que había sido hasta hace poco una de mis vestiduras favoritas, ahora rotas, mugrientas y cubiertas de barro y otras sustancias gelatinosas que no quise mirar mucho. Siempre había sabido estar cerca de una araña sin alterarme lo más mínimo, pero que el bicho hubiese estado en contacto conmigo era una situación intolerable para mí.

Volví en mí cuando sentí un dolor punzante en el antebrazo izquierdo, recordando inmediatamente los hechos acontecidos la noche anterior. Seguramente, al caer me habría dañado el cúbito. O el radio. O los dos. No me preocupaba demasiado. Lo importante eran Ico y Echo, por lo que me lancé a correr a traves de la galería tan rápido como las piernas me permitían, dejando el brazo izquierdo muerto, balanceándose por inercia al son de mis pasos.

Como había supuesto por la noche, el pasillo excavado en la roca se estrechaba a medida que aumentaba su longitud, hasta el punto que tuve que gatear y, después, reptar para llegar hasta el agujero del fondo, que aún estaba emitiendo la misteriosa luz. Mi cuerpo de adulto no cabía por la abertura y la impaciencia no me permitió detenerme a examinar la escena a través de él. Me dispuse a retroceder un poco para cambiar de posición y colocar los pies donde antes había tenido la cabeza, en frente del agujero, y patearlo con furia hasta que se hizo un poco más grande. Finalmente, me arrastré por él con dificultades, cortándome un poco el torso desnudo con la escarpada roca. Entonces, maldecí a aquella tarántula por haberme arrebatado la camiseta.

Caí casi de bruces en una nueva estancia. No debía de tener más de diez metros cuadrados de superficie y la altura no parecía llegar a los dos metros y medio, por lo que sentí un poco de claustrofobia. Su forma perfectamente circular era sorprendente, pero no tanto como el hecho de que los siete niños desaparecidos se encontrasen allí, incluyendo a Echo e Ico. Al parecer estaban sanos y salvos, a excepción de las vistosas magulladuras de algunos niños, como la pierna fracturada de Ico. Lo más anormal de la escena era la posición de los niños, que se encontraban en pie y formando un cículo, todos mirando hacia abajo. Me acerqué a ellos para comprobar qué estaban observando con tanto interés.

Una vez me desperté, salí de la tienda y sin nada a ninguno de los presentes, empecé a correr hacia los alrededores del poblado. Estaba deseando de encontrarme con alguna presa digna de destrozar.

Pasaron quince minutos desde que salí del poblado, y durante todo ese tiempo no encontré evidencia alguna de que hubiera ningún akuma por el lugar, o al menos eso pensaba hasta que una lejana explosión llamo mi atención. Al escuchar el estruendo, me detuve en seco y eleve la vista hacia el cielo. En ese momento pude ver como una pequeña nube de humo, se elevaba desde el poblado, además de varias figuras que flotaban a su antojo.

-Ya podríais haber atacado antes- dije molesto.

Regrese sobre mis pasos para dirigirme hacia el lugar en el que había pasado la noche. Mientras me acercaba, podía diferencial con más claridad a los atacantes que allí se encontraban. Se trataban de cinco niveles 1 y un único nivel 2.

-Madness- grite cuando me acercaba hacia los akumas.

Poco a poco mi espada mandoble fue tomando forma. Mientras lo hacía contemplaba como algunos de los nativos del lugar, ya habían sucumbido a las balas envenenadas de los akumas. Aunque eso realmente no era que me preocupase, podía llegar a ser una molestia que se les terminaran las presas y decidieran huir de allí.

El nivel 2 tenía aspecto parecido a un gato, con afiladas garras tanto en manos como en piernas, también tenía un cañón sobre sus espaldas y una larga cola. Cuando el akuma vio como salía de la nada y daba un salto para acabar sobre uno de los de primer nivel, pasó de asesinar con sus propias manos a uno de los curas, para correr lo más rápido posible hacia algún lugar lejos de allí.

No pude evitar soltar una carcajada de satisfacción al ver como aquella insignificante maquina, corría llevada por el terror. Al mismo tiempo aproveche para destruir uno por uno a los cinco esféricos akumas.

Los niños se encontraban adorando a una piedra verde y luminiscente. Ah, vale. ¿Todo este lío por una gema brillante? Vale, era bonita; con esa aureola verde rodeándola, el brillo que desprendía... El mineral se encontraba incrustado en el suelo del extraño habitáculo, junto con un par de anillos de metal que le rodeaban. Desde él se extendían, por la superficie del suelo, unos pequeños pliegues en la tierra, con aspecto semejante a arrugas. De vez en cuando, el brillo verde de la gema se transladaba por toda la habitación, viajando por estas arrugas de tierra. Me recordó a cómo el corazón impulsa la sangre a través de las arterias. Los niños no dejaban de mirar a aquel objeto. Vale que resultaba fascinante, pero tampoco era como para sentirse atraido por ella desde varios kilómetros de distancia, ¿no?

Los niños no mostraban ningún signo de que se iban a separar de la piedra. Si fuese por ellos, seguramente no se habrían movido del sitio en lo que les quedaba de vida, por lo que decidí tomar medidas. Crucé hasta el interior del corro de adoradores minerales y traté de arrancar la gema de su sitio. Me resultó imposible usando sólo el brazo derecho y seguramente habría resultado igual si hubiese añadido a la fórmula el izquierdo, cuyo dolor se había intensificado. Casi era como si la piedra estuviese fundida al terreno, era inútil tratar de moverla.

Fue en ese momento cuando noté la tierra temblar un poco sobre nosotros. Mi cerebro reaccionó mecánicamente ante los ruidos con imágenes de derrumbamientos. Después caí en la cuenta de que los sonidos no eran de desprendimientos de roca, sino que parecían de pisadas. Unas pisadas exageradas. ¿Estaría cruzando una manada entera de... elefantes, en la superficie? No podía encontrar ninguna otra explicación. Escuché un ruido más fuerte cerca de nosotros, al otro lado de la galería. Supuse que uno de los presuntos paquidermos había caido por la grieta... aunque ésta era demasiado pequeña como para provocar la caida de un animal tan grande como el que yo me imaginaba...

-¿Hay... alguien ahí? -pregunté con voz ahogada, pero con la potencia suficiente como para que llegase hasta el comienzo de la galería subterránea.

-Oh... ¿qué es ese sonido? ¿Humanos? -preguntó una voz cantarina que sonaba muy distorsionada, casi como si hubiese sido pronunciada por dos personas a la vez.

No quise contestar. Mejor dicho, no pude contestar. ¿Por qué sonaba así la voz? Era tan... artificial. Y, ¿por qué había dicho, "humanos"? Ya es lógico pensar en que las voces salen de personas humanas como para tener que preguntárlo.

Cuando termine con el aperitivo, decidí ir en busca del primer plato. Había visto el recorrido que había realizado el nivel 2 y no me costaría alcanzarle en poco tiempo, mas si contaba las ganas por descuartizarle que corrían por mi cuerpo.

Justo antes de comenzar a correr, pude ver como los aldeanos salía desde sus escondites. Entre ellos se encontraban los dos rastreadores, los cuales reflejaban en su rostro, todo el miedo que tenían en ese momento.

Sin esperar un segundo más, salí a la carrera en busca del akuma-gato. Mientras corría a gran velocidad, no podía contener el impulso de gritar por la emoción de la cacería. El ver como mi presa corría despavorida, llevada por el miedo y el temor a ser destruida. Mis rápidas pisadas hacían que se levantara el agua de los charcos que pisaba, sin importarme si me mojaban o manchaban mi uniforme, ya que en ese momento solo tenía en mente una imagen en mi cabeza. La cual no tardaría en ser realidad.

En poco tiempo pude visualizar al nivel 2 corriendo por su vida. En ese instante empecé a girar mi arma, la cual emitía un fino silbido debido a la velocidad que llevaba.

Cuando estuve a pocos metros del akuma, no dude en lanzar mi arma hacia sus piernas, tras lo que pude observar cómo se separaban del resto de su cuerpo y hacían que cayera al suelo. Cuando mi arma regreso a mis manos, di un salto para caer sobre la espalda de la maquina y poder comenzar la tortura.

-Kikikikiki, ¿estás listo para morir?- pregunte en tono alegre.

-Aunque me mates, no podrás evitar que nos llevemos la inocencia- dijo el nivel 2 entre gritos de dolor, producidos por la pérdida de sus extremidades inferiores.

El impulso asesino era tan grande en mi en aquel momento, que ignore las palabras de la maquina asesina, y comencé a despedazarle, lenta y dolorosamente. Los gritos del akuma-gato retumbaban en toda la zona, gritos que a cualquier otra persona, le hubiera desagradado, en cambio a mi me causaron una gran satisfacción.

Escuché el sonido de alguien arrastrándose por la galería, con dirección hacia nosotros. Traté de movilizar a los niños para que se colocasen lo más alejados posibles de la entrada al habitáculo, pero fue inútil; permanecieron mirando la gema verde como estatuas. No tenía sentido tratar de persuadir a los chicos. Únicamente podía esperar a ver cómo el sujeto que se arrastraba empezaba a asomar la cabeza por el agujero... y después caía al suelo de la sala del mismo modo que lo había hecho yo...

Se trataba de una chica de mi edad, según parecía. Su piel era morena, igual que su pelo. Iba vestida con un vestido negro muy sencillo, aunque ridículo teniendo en cuenta nuestra ubicación. Era muy guapa. Sin levantarse del suelo, recorrió la habitación con la mirada, la cual se detuvo sobre el brillante mineral. Ya estábamos... ¿es que era yo la única persona que no se quedaba mirando aquella piedra con cara de bobalicón? La chica parecía confirmar esa teoría, ya que comenzó a arrastrarse por el suelo para estar más cerca de su objeto de deseo. Me interpuse entre ellos.

-¡Ejem! -me aclaré la garganta de forma sonora, intentando llamar su atención. Funcionó.

La joven se levantó del suelo rápidamente y me miró con sus ojos negros muy abiertos. Entonces caí en la cuenta de que me encontraba semidesnudo, rodeado de niños y en un sitio que se podría considerar un escondite secreto.

Alerta: Pederastia.

-No es lo que parece... -murmuré de forma casi inaudible. La repentina seguridad en mí mismo que había desarrollado desapareció por completo. La chica pareció no darle importancia y me rodeó para continuar andando hasta la piedra.

-¿La Inocencia? -dijo entre dientes, acercándose al mineral y a los niños lentamente.

-¡No! ¡No les he arrebatado su inocencia! ¡No les he tocado! -grité, nervioso.

La chica volvió a ignorarme. Se adentró en el corro de pequeños nómadas, empujando violentamente a Ico, que cayó al suelo. Su pie roto pareció volver a romperse, por otro sitio que yo ni siquiera era capaz de imaginarme. La chica no le dio la más mínima importancia y se arrodilló en frente de la piedra. Al parecer, el mineral causaba dependencia a los niños y locura en los adultos... salvo en mí. Genial. Corrí a ayudar a Ico.

-¡¿Se puede saber qué haces?! -le grité a la mujer, furioso, mientras me arrodillaba junto al niño herido.

Ella, que se encontraba de espaldas a mí, giro su cuello para mirarme... Y lo hizo. Me miró. Sin mover el cuerpo. Sólo el cuello. Tenía el cuerpo orientado hacia un lado, pero la cabeza hacia el lado contrario, hacia mí. Noté como la sangre huía de mi rostro, dejándomelo completamente blanco. Ella dibujó una mueca siniestra en su rostro.

Tras la muerte del nivel 2, comencé a reír de forma un tanto escandalosa, elevando mi mirada hacia el vasto horizonte, sin fijar la vista en un lugar en concreto. Fue entonces cuando divise lo que parecía otro pequeño grupo de akumas, pero esta vez permanecían quietos en un mismo lugar. Lo raro era que al contrario de lo que resultaba ser habitual, esta vez permanecían quietos, inmóviles, ni siquiera se apreciaban destellos purpuras a su alrededor.

Pese a lo raro que podía resultad, a mí solo me interesaba una cosa y no era otra en la que no estuviera incluida la palabra muerte. Mi corazón volvió a agitarse nuevamente, a un ritmo bastante alto, pero era algo a lo que ya estaba acostumbrado. Llevar tantos días sin destruir ningún akuma, llego a resultar un tanto desquiciante y ahora que tenía otro grupo a poca distancia, no estaba dispuesto a dejarles escapar.

Sin más demora, empecé mi carrera desenfrenada hacia el grupo de maquinas. Pese a que no distinguía claramente de qué nivel se trataban, estaba deseando de clavar mi afilada arma, en sus cuerpos metálicos.

Manteniendo una gran velocidad, no me costó demasiado llegar hasta lo que parecía una pequeña colina, sobre la que permanecían inmóviles aquellas maquinas. Fue entonces cuando hice un recuento preciso de cuantos habían. Se trataban de aproximadamente quince niveles 1, los cuales se limitaban a permanecer quietos, como si estuvieran esperando la orden de alguien.

Hice girar mi arma, mientras pensaba a cual de aquellos seres se la lanzaría. Entonces el grupo de enemigos esféricos, se dio cuenta de mi presencia y comenzaron con su típica lluvia de disparos, a lo que yo conteste enviando mi arma, hacia todo el grupo en general.

La inocencia surco el cielo, hasta que se topo con la línea de akumas y tras efectuar su órbita, volvió a mis manos al mismo tiempo que se escuchaban múltiples explosiones. No había destruido a todos los niveles 1, pero si a una gran cantidad que formaba el grupo.