[One-Shot] Por el alma de los caídos

[Off: Bien, he aquí el prólogo de una historia que estoy haciendo. Sólo dejo el prólogo, porque lo demás no es ni tan impactante ni tan importante como esto. Espero les guste y, pese a no gustarme la pareja expuesta allí, me aguanto. Necesitaba ponerla para lo que sigue. Disfruten la lectura~]

Por el alma de los caídos

Lo que alguna vez fue la Sede Europea de la Orden Oscura de Exorcistas se encontraba totalmente destruida. Sobre los escombros de éste se encontraban los mismos de lo que alguna vez fue el Arca donde habitaron el Conde y los descendientes de Noé. Ninguno de ellos había sobrevivido a la última batalla; ninguno de los exorcistas había logrado salir con vida de ésta, pero al menos su objetivo estaba logrado: el Conde Milenario había sido derrotado.

Bak, con los pocos científicos que habían sobrevivido a la batalla, removían desesperadamente cada material bajo el cual podía haber una pequeña posibilidad de que hubiese un superviviente. El supervisor de la Rama Asiática era el más frenético; sentía que su corazón se iba a salir en cualquier instante, pero no podía dejar de trabajar. Sus dedos sangraban y sudaba a horrores, pero en el momento en que vio a través de un pequeño agujero pudo ver algo; una cruz de plata, la cruz de los exorcistas.

Apresuró su labor y tras quitar una pesada viga de madera con ayuda de uno de los científicos de la Rama Asiática, la vio. Su rostro estaba manchado con sangre, tierra y lágrimas, su uniforme estaba casi completamente roto y lo que una vez fue la inocencia tipo cristal de Lenalee, ya no era más que un charco coagulado de sangre, sin rastro del poder cristalizado de Dios.

–Le-Lenalee... –murmuró con voz quebrada mientras tomaba el cuerpo frío y muerto de su esposa.

Abrazó al cadáver con desesperación y dejó que sus lágrimas de dolor cayeran sobre el hueco entre el cuello y el hombro de la chica, mojándolo. Bak temblaba violentamente y Warren, el científico encargado del envío de inocencia desde Asia hasta Hevlaska, posó su mano temblorosa en el hombro del chino.

–Su-Supervisor B-Bak –lo llamó tartamudeando mientras que con su mano libre apuntaba hacia donde estaba el cuerpo de la china–. Supervisor... el be-bebé... el bebé e-está...

No necesitó otra palabra que no fuese “bebé” para reaccionar. Bak, separando un poco el cuerpo de su amada del suyo, miró hacia donde Warren apuntaba y vio como el bebé, su hijo, comenzaba a moverse lentamente.

Dejó con muchísimo cuidado el cuerpo de Lenalee a un lado, como si fuese el más frágil de los cristales, y, temblando más que antes, tomó entre sus brazos a su bebé, el cual, al reconocer su aroma, lloró. El torrente de lágrimas de dolor de Bak fueron cambiadas por renovadas gotas saladas, pero de pura e inocente alegría. Como el bebé lloraba, el chino comenzó a mecerlo suave y temblorosamente. Pronto, el bebé acalló sus sollozos y nuevamente se sumió en un letargo profundo, del cual seguramente despertaría con un hambre voraz.

Las horas pasaban y los intensos trabajos de remover maderos, vigas y concreto no cesaron. El pequeño Chan fue encargado a Hevlaska, única exorcista que había sobrevivido, y el resto de los científicos, hombres, mujeres, jóvenes y ancianos, continuaron con la labor de hallar aunque sea los cadáveres de sus compañeros y amigos.

–Supervisor, éste es el último –dijo Reever, otro de los pocos sobrevivientes al ataque de la Sede, señalando a uno de los científicos que cargaba el cuerpo sin vida del pequeño Timothy.

Ambos científicos se acercaron hacia el lugar en donde estaban todos los cadáveres ordenados en filas. Los habían logrado recuperar a todos, cada uno de ellos. Quienes habían sido alcanzados por las balas de sangre de los Akumas, por lo menos sus ropas habían sido halladas; sus cenizas seguramente ya estarían mezcladas con el aire, vagando por los cielos mientras sonreían al sol, pensando en que habían logrado hacer algo por la humanidad.

Junto al cuerpo de Timothy Heart, quien ya no poseía la gema en su frente, sino un agujero donde ésta había estado alguna vez, se encontraba el de Lenalee Lee y Kanda Yuu. Varios cuerpos más allá, Lavi y Bookman descansaban en sueño eterno y, pocos metros más lejos, una fila más atrás, los cuerpos de Komui Lee, Arystar Krory III y Allen Walker reposaban sobre el suelo. Todos, pese a sus profundas heridas, algunos miembros faltantes y notable desaparición de sus respectivas Inocencias, parecían estar simplemente dormidos. Sus expresiones faciales eran relajadas y algunos aún decoraban su faz con una sonrisa. Inclusive Froi Tiedoll, Klaud Nine, Winter Sócalo y Cross Marian, todos Generales de la Orden quienes yacían dormidos y tendidos juntos en las últimas filas, poseían una expresión de serenidad que parecía tener un efecto calmante en las almas dolidas de los vivos.

Todos habían hecho un buen trabajo.

–Hevlaska –llamó Bak sin voltearse a la mujer, quien se encontraba cerca de él–. ¿Hay algún rastro de Inocencia en ellos o en alguna parte del mundo? –preguntó.

–Aparte del Cubo de Inocencia que reposa en mí, no –respondió ella con su voz maternal y suave, en un intento indirecto por consolar a todos y a sí misma por las pérdidas vividas–. Toda Inocencia que pudo haber existido alguna vez ya no existe.

El silencio sepulcral volvió a hacerse sobre ellos. Aparte de los sollozos ruidosos y silenciosos, los rezos en voz baja y las plegarias a Dios Padre, nadie decía nada, por lo que el silencio era el único hablante del lugar. Habían decidido crear allí mismo una iglesia en donde, bajo ella, enterrarían a cada exorcista, científico y buscador de la Orden que pereció en el ataque del Conde. No importaba cuánto tiempo les tomaría ni el esfuerzo que requeriría, aquello era lo mínimo que podían hacerle a sus héroes caídos y aún así parecía muy poco.

–Supervisor Bak –llamó Warren –, sus acciones, su valentía, toda su historia, ¿quedará en el olvido? ¿Permitirá que el Vaticano impida que esta historia sea conocida?

Bak se tomó su tiempo para responder. Hacía cerca de una hora que una carta con el sello del Vaticano había llegado a sus manos, en el cual se les ordenaba que borraran cualquier indicio de la batalla y de la existencia de la Orden. Con esas órdenes, les estaban obligando a hacer desaparecer absolutamente todo y dejar que el esfuerzo por salvar al Mundo del Conde por parte de todos los dormidos cayera en el olvido.

Sin embargo, Bak no lo permitiría. Ni él, ni ninguno de los presentes en aquel lugar.

–No –fue su única respuesta, cortante y seca, para el científico.

Iba a dirigirse a continuar con la labor de quitar los escombros y separar aquellos que pudiesen servir para edificar la “Iglesia Oscura” que se levantaría sobre las cenizas de la Orden, cuando el llamado de Hevlaska interrumpió su andar.

–Bak. ¿Cómo nombrarás a este niño? –le preguntó Hevlaska una vez que el hombre estuvo frente a ella.

–Komui –dijo él con voz segura, puesto que aquel dilema ya lo había resuelto desde que halló el pequeño siendo protegido por el cuerpo helado de su madre fallecida–. Sé que a Lenalee le hubiese gustado que lo llamase así.

El chino tenía muchas cosas que agradecerle al mayor de los Lee. Aunque él nunca aceptó la unión entre Lenalee y él, a regañadientes no dijo nada e intentó contentarse con la felicidad de su hermana. Al nacer su hijo, Komui estuvo allí asistiendo el parte, debido a que la enfermera jefe estaba en medio de una operación cuando la chica rompió fuente. Inclusive, en medio de la batalla final, cuando Bak arribó junto con los exorcistas, buscadores y científicos de la Sede Asiática, pudo contemplar como el chino perdía la vida protegiendo la de Lenalee.

Por tanto, Komui era el mejor nombre que podía otorgarle a su hijo. Era, en parte, entregarle parte del legado que su tío le había dejado a todo el mundo y como Bak no permitiría que la historia se perdiera con la vida de los demás, él mismo le enseñaría, con la ayuda de Hevlaska y los supervivientes, todo sobre lo que ocurrió antes que él naciera.

Mientras una persona aún lo recordara, pese a no haberla vivido, la sabiduría de la Orden Oscura de los Exorcistas, su historia y su final, no moriría.