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Mensaje por Invitado Sáb Mar 10, 2012 1:02 pm

Bak escribió:

A los exorcistas destinados;
Hace cosa de una semana la Orden ha estado recibiendo extrañas transmisiones de radio procedentes de algún punto al sur de América del Norte. A causa de la guerra, la mayoría son confusas y se ven bruscamente interrumpidas por la comandancia de uno u otro bando, lo cual nos lleva al hecho de que no proceden de militares.
De lo poco que se ha podido grabar y limpiar se han entendido alusiones inconexas de lo que parece ser un varón a algo que el denomina ‘calaveras voladoras’.
Contamos además con una nota recibida cuando las transmisiones se interrumpieron. Esta posee un sello de Virginia, de un pueblo llamado Salem, por lo que sabemos próximo al valle de Roanoke. De nuevo hay una borrosa mención a las calaveras y a la palabra Croatoan, pero la carta está poblada de sangre y prácticamente ilegible.
Nos tememos lo peor. El lugar debe haber sido invadido por akumas o un aliado, profanando los cuerpos de los caídos en la batalla. No hay datos suficientes y por culpa de la batalla resulta impensable mandar a un grupo de buscadores.
A falta de más información y teniendo como prioridad destruir cualquier señal de materia oscura y salvaguardar a los ciudadanos, solicitamos el inmediato envío de dos exorcistas con sus respectivos buscadores.
Se espera discreción y rapidez, el nuevo continente se halla en crisis por la guerra civil y no queremos que se convierta en un caldo de cultivo de akumas, pues es bien sabido que estas tragedias son aprovechables por los seguidores del conde del Milenio.
Lleva cuidado, tanto con la misión como con tu compañero. Y ya he sabido que no es la señorita Lenalee y asdjhfalskfhdfsg


A diferencia de aquellas personitas que por alguna razón inomprensible se mareaban en un transporte que no superaba los 60 km/h de velocidad, Nine se sentía de lo más cómoda en el enorme y ronroneante barco que la llevaría hasta la costa occidental de América.
Comprobaba satisfecha que las barandillas de metal bien podían usarse como reposa-cosas, ya fuera cabezas u otras partes del cuerpo, y en ello estaba, mientras desperezaba sus agarrotados músculos tras un brusco inicio de misión y 0 horas de sueño.
Recordó turbada la nota que Bak había colado en su mochila junto con el informe, le molestaba que la gente hurgase en sus cosas de manera despreocupada, pero por lo menos alguien estaba feliz con el curso de los acontecimientos.

No le gustaba quejarse, al menos no en voz alta, pero creía que su ''buscador'' debía darse menos aires por el mero hecho de haber pasado su infancia en Los Cayos de Florida. Aquella península de aspecto perturbadoramente anatómico no era lo que se dice una capacidad innata de saber moverse por la totalidad del continente americano, pero no pensaba ser ella la que se lo hiciera notar. Consideraba de manera categórica que una vez que una persona creía saberlo todo daba igual su edad, género o inteligencia, estaba destinado a una muerte prematura y en la mayoría de los casos, dolorosa.
Aunque, si lo sabía todo, aquello debía de ser una visión preclara para el, con lo cual no hacía falta que nadie de inteligencia y capacidades inferiores se lo recordara.

Mordió un pequeño hilo de su bufanda para cortarlo y evitar que se deshilachara mientras pensaba en las curiosas circunstancias con las que parecía que se iba a topar, a parte de tener que encontrar a un completo desconocido en medio de una batalla del cual lo único que sabía era ''tener cuidado con el''. El hecho de que el barco fuera casi vacío le decía que la guerra civil había avanzado lo suficiente como para alterar las costumbres migratorias de los visitantes. De hecho, según le había comentado el contramaestre, su transporte había zarpado por petición expresa del vaticano, motivo sin el cual no habría siquiera levado anclas.
El capitán en apariencia estaba muy molesto por tener que exponer el casco de un transatlántico a los tiroteos o bombardeos que pudieran hallar en el puerto.

Como siempre, la inglesa se sorprendía de las casi infinitas competencias de aquella cúpula religiosa, que parecía cortar y coser el mundo a sus anchas.
Las monjas de la abadía no le habían resultado nada especiales, gente sencilla con vidas sencillas y tremendamente repetitivas.
Por ello, en parte se alegraba de ese mismo gobierno, que quizá a veces fuera abusivo, pero sin el cual ella ni siquiera sabría el porqué de la muerte de sus padres.

Se quitó el pelo de la cara mientras detenía sus movimientos y aspiraba el salado aire marino. No pudo dejar de notar un rastro de humo y se preguntó si no estarían llegando ya.
Recordando sus obligaciones morales, bajó las escaleras hasta los camarotes y llamó suavemente a una de las delgadas puertas.

- Benedict. - susurró contradiciendo la orden de nombrarle sólo Ben, cosa molestamente personal para ella - Creo que estamos llegando. ¿Se encuentra mejor? - no tenía prisa por abrir la puerta y tan sólo espero pacientemente a que el guía decidiera asomarse o responderle.

Un ruído húmedo y ahogado fue la única respuesta que obtuvo antes de que una figura renqueante y sudorosa se precipitara fuera, en apariencia conteniendo las arcadas de esa misteriosa enfermedad que había adquirido nada más poner un pie fuera de tierra firme.
Nine la llamaba vértigo, pero el señor Benedict James Drummon III no tenía nada tan ''gay'' como eso.
Le gustaba la manera extraña de inventar el inglés que tenían aquellos colonos. Y al parecer, en aquella isla grande de Oceanía se hacía lo mismo, tendría que visitarla algún día.

Con cuidado de no entrar en contacto con su febril cuerpo, se inclinó e intento que la mirara a los ojos, cosa que dada su posición de cuasi-desmayado era difícil.

- Veo que ha dejado de vomitar y desmayarse, me alegro mucho de que al final resultara no ser vértigo. - le ofreció un pañuelo y se volteó para subir al puente - Iré a ver cuanto falta, usted vaya recogiendo sus cosas. - comentó recordando las abultadas maletas con las que había decidido embarcar el americano.

El ''hombre'' la miró con el ceño fruncido mientras intentaba hablar y ella esperaba pacientemente con nada más que una inocua media sonrisa, que ni ofendía ni consolaba.

- Ah... y-yo lo haré.... y tus ¿cosassh ..?- la saliva le goteo un poco y casi a cámara lenta fuea a dar contra el suelo. Ella notó como el cabello de su nuca se erizaba pero siguió sin moverse.

- Yo sólo he traído lo puesto y un par de mudas de ropa interior, se me indicó que viajara ligera. Si necesita ayuda puedo avisar... - se calló ante los convulsos gestos de negación de la cabeza del buscador.

- Yo p-puedo solo. Gracias.

Y dicho esto volvió al camarote intentando cerrar la puerta de forma brusca y a la vez mantener su dignidad, cosa que tuvo efectos devastadores sobre su equilibrio.

La joven se quedó un segundo más escuchando por si el pobre se caía al suelo, y tras comprobar que no era así, volvió al balcón donde había estado y recogió la pequeña mochila que cargaba sus cosas indispensables.

- So~ flying skulls, here I am. - taraeó expectante a la recortada línea de costa que ya sepodía divisar desde el puente mientras subía a junto el capitán para concretar los detalles del desembarco y si sabía algo sobre el supuesto compañero o compañera con el que debía reunirse.
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Mensaje por Invitado Dom Mar 11, 2012 1:20 pm

Acabábamos de dejar la última ciudad que nos encontraríamos antes de llegar a Salem. Bill, el buscador-guía encargado de acompañarme en esta misión, había comprado una carreta llena de paja a una familia que ya prácticamente la había abandonado. La guerra había azotado las regiones cercanas, lo que conllevaba que muchas de las familias decidieran huir de la ciudad, en busca de un lugar mucho mas seguro. La familia en cuestión la había dejado de lado debido a que una de las ruedas estaba rota, además de que el cabeza de familia había dejado a su mujer e hijos para pelear por sus ideales. Los caballos directamente nos los había dado la orden para que pudiéramos movernos de manera más rápida. Bill logro arreglarla y convencerlos de que nos la vendieran, claro que una gran suma de dinero ayuda a negociar.

Mientras el buscador conducía la carreta, yo permanecía en la parte posterior, tumbado, mirando al cielo, esperando a que llegásemos a nuestro destino, el cual estaba a medio día de distancia, lo que significaba que ponía permanecer allí tumbado disfrutando del tranquilo viaje, hasta que lográsemos llegar a la ciudad afectada por las calaveras voladoras. Un fenómeno que resultaba bastante interesante.

Por la escasa información que se detallaba en la nota, y la poca que sabia el buscador, sabia que tendría que reunirme con otra exorcista, lo cual no era que me emocionara demasiado. Bill no sabia exactamente su nombre o como era físicamente, pero lo que si sabia era que iría acompañada de otro buscador, y que la chica provenía de la rama asiática. Hasta la fecha solo conocía a tres exorcistas, y no es que tuviera demasiado trato con ellos, pero lo que había podido comprobar era que cada uno tiene su forma peculiar de hacer las cosas.

En lo que había durado el viaje había aprovechado para perfeccionar mi sincronización con la inocencia, comprobando hasta donde estaban los límites de lo que podía realizar. Había aprendido a sacar cuchillas y pinchos de las zonas en donde se desplegaban las capas de diamante. Además de perfeccionar las posibilidades de ataque con mis puños.

-Hey Bill, ¿no podrías ir un poco mas rápido? esto es demasiado aburrido- le espete mientras me incorporaba.

-Lo siento señor pero aun nos falta mucha distancia por recorrer, y el arreglo que le hice a la rueda no aguantaría una gran velocidad-

Fantástico, eso significaba que no podríamos llegar antes, por lo tanto solo me podría parar a admirar el paisaje.
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Mensaje por Invitado Lun Mar 12, 2012 8:43 am

El sutil aroma a humo se había convertido en la ''pestilente e instigadora pantalla de humo que no deja ver nada más allá de mis manos''.
Notando como sus ojos picaban se había subido la bufanda hasta taparse la nariz y comenzaba a plantearse la posibilidad de enterrar su cabeza entera dentro de aquella suave felpa.

Miró por la acristalada ventana del carruaje sin comprender como era posible tal contaminación.
El continuo traqueteo de los cascos de los caballos y las ruedas no conseguían ahogar las protestas y quejidos procedentes de una muchedumbre hacinada que estaba dispuesta a lo que fuera por abandonar aquel oscuro lugar. Parecía que el barco vacío se iría lleno esta vez, por mucho que le molestara al capitán.

Estaban a casi seis horas de viaje, acelerando a los pobres y asfixiados caballos. Nine sentía algo de lástima por ellos y el conductor, pero había sido la única opción después de que los del norte bombardearan la línea de ferrocarril.
No era el caso de su compañero, que habiendo restaurado su dignidad, según el, nada más abandonar aquel horrible cascarón de metal.

La exorcista se arrebujó un poco más en su asiento mientras ignoraba la cháchara incesante explicando como la meteorología y los movimientos erráticos del barco provocados por la deficiente gestión del capitán habían sido la causa de todos los males del americano. Ella asentía distraída, con tan mala suerte de provocar que el hombre siguiera hablando, pero por su mente intoxicada de humo no circulaban más que pensamientos en torno a la misión y aquel misterio de compañero del que nadie quería hablarle.

Empleó las horas muertas dentro de aquel transporte cerrado y sofocante par ponerle una cara y un cuerpo, colorearlo según sus gustos y formarle una personalidad de lo más bizarra. Aquellas ideas la mantuvieron entretenida y ocasionalmente risueña, cuando hacía que apareciera un exorcista octogenario y con medias de color rosa con topos dorados.
Lo que no pudo crear fue su inocencia, quizá porque le parecía un poco blasfemo por su parte.

No supo cómo, pero cuando el oscuro carruaje se detuvo, ella llevaba un buen rato dormida de manera poco femenina con un rastro de baba en la comisura de su boca. Alguien le había echado una manta por encima y ahora estaba asfixiándose.

Musitó un gracias a un también dormido Benedict mientras se incorporaba y abría una de las ventanillas.

-Mmm... ¿hola? Señor conductor, ¿podemos bajar ya? - preguntó en dirección al pescante.

No hubo respuesta a parte de un crujido de madera y un suave golpe seco.

Intrigada observó los alrededores del camino sin apreciar nada inusual, a parte de que el humo había desaparecido de su campo visual aunque no de su olfato, parecía que estaban cerca de una urbe pues el sendero estaba muy bien delimitado por el tránsito continuo y los árboles no eran los típicos que se podían encontrar en cualquier bosque, si no que parecían cuidados.

Metió de nuevo la cabeza dentro y abrió la puerta.

- Salgo un segundo, espere aquí señor Benedict. - susurró al todavía durmiente buscador sin molestarse en despertarlo, prefería hacer poco ruido.

La suela de cuero de su bota se deslizó sobre la grava sin crear crujidos. En tres pasos rodeo la carroza solo para encontrarse que por alguna razón, no tenían caballos.

Las correas de cuero y las cabezadas estaban tiradas de cualquier forma en el suelo, y no había huellas de pezuñas. Perpleja alzó la vista hacia el lugar donde se suponía que el rubicundo conductor iba sentado y no pudo hallar ni rastro de su persona.

Se puso en cuclillas y tocó el suelo, confirmando que en el había una fina capa de polvo. Su ceño se frunció mientras su mente seguía la conclusión lógica, molesta por no haber percibido nada desde dentro.

En dos zancadas volvió a la puerta, y cogiendo su mochila le pellizcó la pierna al buscador.

- Benedict, hemos llegado. Por favor, apresúrese y abandone el sofá, creo que el carruaje ya no es un lugar seguro.

El hombre parpadeo y tanteó a ciegas hasta encontrar sus cosas, mientras farfullaba incoherencias sobre que llevaba poco tiempo dormido y que tenía todo bajo control.

Cuando por fin salió fuera, su boca comenzó a abrirse en un bostezo que quedó bruscamente interrumpido por la visión de la parte delantera del vehículo.

Ella por su parte echó a andar siguiendo la linea del camino y contemplando el cielo en busca de las rechonchas siluetas de las máquinas del Milenario.

- P-pero, ¡exorcista-sama! - no le gustaba que un supuesto anglohablante usara designaciones asiáticas, creía que carecía de la sutileza para comprender su empleo ya que a ella nunca la habían tratado de sama - No podemos dejarlo aquí, ah... no comprendo qué... ¿qué ha pasado? Sólo me dormí unos minutos... y, dios mío, el señor Finnegan... - mientras decía todo aquello se pegó lo más que pudo a la delgada figura de la inglesa que se contenía estoicamente para no ponerle un calcetín en la boca.

- Benedict, comprenderá de sobra si se fija lo que ha pasado, y sabe al igual que yo que no tenemos tiempo para enterrar todas y cada una de las partículas de polvo que ahora son el señor Finnegan.

- Si, por supuesto, yo no quise... - ella interrumpió con un gesto de su mano lo que sin duda sería una disculpa de lo más innecesaria.

- Por favor, alivie su conciencia pensando que el hecho de dejarle ahí salvará muchas vidas. - lo dijo en un tono tan monocorde y plano que cualquiera que lo escuchara pensaría que se lo tenía aprendido de memoria, y en parte así era.
Por experiencia, sabía que aquello consolaba a ciertos tipos de persona, y el buscador no fue una excepción. Al parecer el justificar el abandono de un muerto a cambio de salvar a otros futuros muertos era de lo más reconfortante para su alma.

Nine parpadeo mientras el letrero tachado de la entrada Sur de Salem les daba la bienvenida a una especie de pueblo que intentaba ser una gran ciudad sin mucho éxito.
La gente era muy curiosa, pensó mientras no perdía detalle del decreciente número de censos que habían sido removidos una y otra vez del letrero.

La actual cifra era 397.

Lo que tenía que averiguar era cual de aquellos trescientos noventa y siete objetivos de akuma era el afortunado que había contactado con ellos y cual su compañero. Dadas las dimensiones del pueblo, esperaba que no fuera demasiado difícil, pero por facilitarlo y habida cuenta de que ''ellos'' ya sabían que había llegado, decidió prescindir de la capa que solía ocultar su traje de exorcista. La rojiza bufanda también resultaría llamativa en aquella oscuridad grisácea.

Miró al cielo mientras las primeras casas aparecían ante sus ojos, faltaba poco para el amanecer, quizá luego todo se viera con una luz mejor.
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Mensaje por Invitado Lun Mar 12, 2012 5:21 pm

Nos faltaban como quince minutos para llegar a la ciudad cuando un bache rompió la rueda que Bill había arreglado. La carreta volcó haciendo que el buscador acabara perdiendo el equilibrio y cayera chocando contra el transporte de madera. Yo por mi parte aun continuaba tumbado, mirando al cielo, esperando lo mas pacientemente que podía a que llegásemos a nuestro destino, el movimiento hizo que rodara y acabara chocando contra una de las paredes de la carreta.

-¿Pero que? ¿Bill que narices a pasado?- dije rascándome la cabeza.

-Lo siento exorcista-sama, parece que el arreglo no aguanto lo suficiente-

El cabreo que me recorrió el cuerpo fue en aumento cuando al bajar de la parte posterior del carro, vi como la rueda estaba completamente destrozada, y no solo la rueda sino que también el eje que la sujetaba. Por lo que pude apreciar el buscador simplemente había sujetado los radios rotos con varias cuerdas, limando la madera sobrante, en resumen haciendo un arreglo que en verdad era una chapuza, cuando yo había pensado que la había cambiado y que aguantaría hasta llegar a Salem.

Preferí abstraerme de decir comentarios, sobre el desastre que había organizado el buscador, y decidí continuar el camino a pie, aunque aun faltaba un largo trecho por recorrer. Podía escuchar los gritos de Bill pidiendo que le esperara, que trataría de arreglarla nuevamente, pero yo ya estaba alto. Durante todo el viaje había tenido que aguantar palabrería de parte de una compañía que realmente no quería, de hecho la razón por la que llevaba al sujeto era para que pudiera guiarme y de esa manera tardara menos en llegar a mi destino, pero eso no significaba que estuviera a gusto con ese hecho.

Bill acabo por soltar a los caballos, para después ir corriendo hasta donde me encontraba. Con el tiempo que habíamos permanecido juntos el buscador sabia perfectamente mi forma de ser, y que a la mínima oportunidad me separaría de él y me iría por mi cuenta, después de todo nunca había trabajado en equipo y no es que me gustara demasiado la idea de tener que aguantar a alguien que ni me inspiraba confianza, ni me resultaba agradable.




Los minutos pasaron con rapidez, y el camino se acortaba por momentos, no tarde demasiado tiempo en llegar a la entrada norte del pueblo, la cual estaba bastante clara por el cartel en el que ponía el nombre de la ciudad y en letras grandes la palabra “NORTE”. Sin detenerme tan siquiera a leer que mas decía el letrero, me adentre en el pueblo, con Bill de cerca aun lamentándose de haber soltado los caballos, pero sin decir una sola palabra al respecto.

Fue dar dos pasos dentro del poblado y detenerme en seco, un aroma nauseabundo me obligo a parar y observar, un pequeño vistazo de reconocimiento, observando detenidamente lo que ocurría a mí alrededor y de la situación del pueblo, y en especial para averiguar de donde provenía dicho olor.

-Huele a muerte- una pequeña sonrisa se dibujo en mi rostro, -por fin algo interesante-

Fue colocarse Bill a mi lado y yo desaparecer de manera casi inmediata. Sin decir media palabra salí corriendo hacia el lado oeste, y a pesar de que no lo sabia, un grupo de personas se encontraban reunidas alrededor de un ataúd.
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Mensaje por Invitado Mar Mar 13, 2012 11:20 am

Llevaban recorrido ya más de medio pueblo, edificado de manera extraña en torno una única gran calle, cuando algo llamó la atención de la inglesa.
Apenas le dio tiempo pero habría jurado ver como un par de personas se introducían en un callejón portando una especie de alfombra enrollada y llena de bultos.
Echó a andar con rapidez hacia la esquina pero al pasar por delante de una pared de madera algo la detuvo en seco.

Un brazo, de lo más arrugado y lleno de marcas de viejas heridas.

- ¿Buscan alojamiento cosita? - preguntó una amable voz desde una de las casas que todavía parecía habitable. - En casa de la Tía Mappy tenemos todo lo que puedan desear, camas sin pulgas ni chinches desde 1832. - entonó orgullosa la dueña de la extremidad, una mujer bajita de edad incalculable, medio perdida netre las marañas de un abundante cabello gris que parecía poseer un todo un ecosistema propio de horquillas, adornos ajados y ... ¿un tocado de plumas?

De algún modo se quedó absorta en la contemplación de aquel personaje, tanto que cuando se dio cuenta de que se movían ya estaba dentro de la ''casa de la Tía Mappy''.
Lo más amablemente que pudo, soltó aquella tenaza de su brazo y sujetó la enguantada mano de la mujer.

- Tía... Mappy, imagino. - recibió un asentimiento y un aleteo de ojos, como compensación por su acierto. Nine contuvo una sonrisa a duras penas. - Me encantará alojarme con usted, de hecho creo que reservaremos cuatro habitaciones sencillas, pero ahora... - el revoloteo de tul la interrumpió de nuevo.

- ¡¡Oh, querida!! Pero tan sólo me quedan dos habitaciones dobles, tienen cama de matrimonio, así que no debéis preocuparos por nada. - ¿aquello era un guiño? - Tu y tu compañero podréis dormir de lo más juntitos, iré a preparar la otra, aunque no se quien más vendrá, pero me alegro de que me lo dijeras, si, si, aquí los tapetes para adornar un poco la mesita, hm hm~ - su taconeo errático se perdió mientras subía las escaleras hacia lo que debía ser la zona de habitaciones.

Sintiéndose de algún modo confusa y divertida a la vez, si aquello era posible, la inglesa se asomó a la calle y saludó a un Benedict muy nervioso que no paraba de llamarla susurrando.

- Señorita Nine, - perfecto, ahora volvía a las formas inglesas - no vuelva a marcharse así de repente, pensé que le había sucedido algo.

Si aquello pretendía ser una regañina fraternal, resultaba irónico. Ella consideraba que las posibilidades de que los atacaran eran proporcionales a la presencia de aquel hombre.

- Pensé que me seguía de cerca, Benedict. Por cierto - le señaló el interior de la casa mientras ella salía - encárguese de explicarle a Tía Mappy que no somos pareja ni nada remotamente parecido y que estaré de vuelta al anochecer con los otros dos, que probablemente nos gustará comer algo entonces. Y ... dígale que si puede ser sin pulgas ni chinches, como las camas. - añadió antes de empujarlo con el codo y cerrar la puerta para no oír sus perplejos comentarios.

Con un suspiro, oteó la calle y localizó el misterioso callejón por el que antes había perdido a aquellos sujetos que tanta prisa tenían.
Nada más acercarse comenzó a oler raro, y ella se alegró de aquella bufanda que además de abrigarla la protegía contra los nada sutiles aromas que se había encontrado en la misión.

Tosió sorprendida porque no era aroma a humo. Era como la putrefacción de la carne en mal estado y parecía proceder de una alfombra que habían arrojado de cualquier manera al suelo. Se inclinó y contó más de tres manchas de gran tamaño y color casi negro.

Al momento se reprendió por haber prescindido de la capa. Si los akumas no eran los únicos matando gente, tendría un problema. No estaba permitido dañar a los humanos con la inocencia a no ser que fueran aliados del conde, y vista la chapucera forma de dejar pruebas, no parecía ser obra de estos.

Sigilosamente se pegó al muro y echó a andar hacia el fondo del callejón. Se oían unas voces apagadas y algún que otro gemido, pero no distinguía nada más que una especie de seto y un bajo muro de piedra, similares a esos que se veían en los camposantos.

El hedor aumentaba con cada paso, y crispada por la sensación de que iba a ver algo que no le gustaría, notaba como su colgante se agitaba un poco, impaciente por activarse.

Casi prefería que fueran akumas.
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Mensaje por Invitado Mar Mar 13, 2012 12:54 pm

Las calles estaban desiertas, como si nadie se atreviera a recorrerlas por miedo a que les ocurriera algo. La mayoría de las casas se encontraban tapiadas, evitando que cualquier desconocido entrara, o quizás lo estaban para que algo no saliera de su interior. Los puestos de venta ambulante se encontraban abandonados a su suerte, lo que hacía pensar que a los dueños no les importaba lo que les pudiera ocurrir a sus negocios, quizás porque esa no era su mayor preocupación.

Mientras corría por las solitarias callejuelas (Había preferido alejarme de las principales para evitar ser visto por algún habitante u otra cosa) Había podido apreciar de que en verdad allí ocurría algo realmente serio, quizás hasta peligroso para los humanos corrientes, cosa que a mí personalmente me entusiasmaba.

Esta era mi primera misión como exorcista, al menos como un verdadero exorcista ya que había tenido la desgracia de toparme con sucesos más extraños en el pasado, ya fueran por obra y gracia de mi familia o por el líder chiflado de una secta. La primera impresión fue de que me podría llegar a gustar aquel “trabajo”, y que incluso podría ayudarme a descubrirme a mí mismo, permitiéndome elegir el camino que mas me convenía. No podía olvidar que accedí a ser un exorcista siempre y cuando pudiera llegar a cumplir mi entera venganza y averiguar para que exactamente estaba yo en este mundo.

El insufrible olor se hacía cada vez más intenso, lo que significaba que había tomado la decisión correcta yendo hacia esa zona de la ciudad, y de que cada vez estaba más cerca de encontrar algo relevante para esa misión.

-No puedes olvidarte de que pueden haber akumas escondidos-

Y no, no lo iba a hacer, de hecho en todo momento me mantenía alerta ante un posible ataque sorpresa.

En apenas unos segundos había atravesado tres callejones con numerosas manchas de sangre, las cuales no solo estaban decorando el suelo, sino que también algunas paredes y cajas de madera apiladas. Sin darle mayor importancia de la que merecía, continúe corriendo hasta llegar a toparme con un muro grisáceo. Mediría cerca de los tres metros de altura y para evitar que alguien lograra saltarlo, habían colocados una serie de pinchos de hierro en la cima de aquella pared de cemento.

Tras bufar, salte sobre el tejado de una de las casas cercanas, poniéndome a la altura de la cima de la muralla, permitiéndome ver lo que había al otro lado. Un cementerio, algo aburrido y que le quitaba la gracia al asunto, o eso es lo que podía pensar cualquier otra persona, ya que yo lo veía algo interesante y más cuando pude apreciar a varias personas reunidas alrededor de algo que no podía identificar, aunque era de imaginar que sería algo relacionado con los muertos.

Como era lógico di un brinco hacia la propiedad reservada a los muertos, cayendo cerca de un gran árbol, el cual parecía hacer la función de guardián. Comencé a acercarme con paso armonioso, sin llamar la atención, tratando de ser lo más sigiloso posible, es decir con las manos en los bolsillos andando en línea recta a la vista de todo aquel que mirase hacia esa zona.

Un murmullo comenzó a surgir del grupo de extraños, algo lógico ya que uno me había visto y rápidamente se lo había comentado al resto, cosa que en verdad no me importaba lo mas mínimo. Cuanto más me acercaba más fuertes se hacía el cuchicheo, llegando a molestarme que estuvieran tanto tiempo hablando de mi sin tan siquiera darme un grito.

-¡Hey tu!- ahí estaba mi grito, -tú no eres de aquí, lárgate ahora mismo-

-¿Por?- dije de manera desafiante.

-No nos gustan los forasteros y mucho menos aquellos que entran en nuestro cementerio estando con vida, ¿Cómo has atravesado la verja?- Con aquella frase ya me habían dejado claro que la mayoría de extranjeros que pasaban por esa ciudad, terminaban bajo tierra.

No les conteste, preferí callar y limitarme a sonreír, una sonrisa de satisfacción. Ni siquiera yo mismo sabía porque la dibujaba en mi rostro.

Cuando me encontraba a diez metros del grupo, dos de los hombres dieron un paso al frente, los cuales parecían poseer una pala cada uno, ese simple hecho me permitió ver que lo que allí escondían era un ataúd, el cual estaba encadenado y atado de tal manera que su ocupante no pudiera escaparse.

-Extraña manera de enterrar a vuestros muertos, aunque lo cierto es que tiene su gracia- reí entre dientes. Mi provocación había tenido sus frutos.

Los dos primeros había comenzado a avanzar llenos de ira, dispuestos a romperme las palas en la cabeza, todo mientras continuaba acercándome a ellos sin variar el mas mínimo paso. Estaba dispuesto a abrir ese ataúd y no dejaría que esos inútiles me lo impidieran.
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Mensaje por Invitado Jue Mar 15, 2012 9:04 am

Mmm~ bien, realmente estaba viendo ''algo'' que no quería ver.

Se había asomado por encima del muro lo suficiente para poder espiar a aquel extraño grupo de personas que emanaban un aura de tensión casi palpable. Comenzaron a entonar un cántico curiosamente parecido a la manera cristiana de hacer los exorcismos, si mal no recordaba, y arrojaron algo de sal dentro de la tumba cuando todo el proceso se vio interrumpido bruscamente por...

- Fuck. - masculló ella mientras superaba el muro y echaba a correr hacia lo que en apariencia pronto se convertiría en un homicidio. Lo peor de todo es que le daba la sensación de que los peor parados serían los del grupo y no aquel mocoso insultantemente alto y rubio que se paseaba como si fuera el dueño y señor del cementerio.

Apenas oyó lo que se decían, concentrada en activar a Ice, pero por la sonrisa bravucona del chico y los gestos cada vez más agresivos de los aldeanos, no parecía que fuera un tema agradable.

Casi pudo ver como brotaba y crecía un terrible instinto asesino, pero procedía de un lugar diferente al de los reunidos junto a la tumba.

Nine tembló mientras saltaba. Había notado eso mismo hace demasiado poco tiempo.

Dos de ellos alzaron sus palas en dirección a la cabeza del joven, o más bien lo intentaron.

Mientras una sombra pasaba por encima de ellos, sus palas comenzaron a pesar mucho, muchísimo. Tanto que aunque las tenían sujetas con las dos manos, acabaron dando con sus huesudos traseros en el suelo, parpadeando confusos y mirando con sorpresa como la parte metálica parecía un enorme bulto muy frío.

Se recuperaron rápido del susto e intentaron volver a empuñar sus improvisadas armas, pero cuando el polvo se apartó de las mismas vieron que relucían incluso en la penumbra. El mayor acercó las manos a la sustancia y sintió algo tan helado que quemaba su piel. Un grito ahogado procedente de la única mujer que había entre ellos fue como la señal que necesitaban para poner pies en polvorosa.

Era hielo, y se movía. Suficiente para aquellas personas temerosas de dios y que gustaban de guardar sus propios asuntos en privado.

Nadie se giró para comprobar qué sucedía con aquel ataúd tan bien custodiado.
El más retrasado del grupo insistiría luego en que había escuchado las airadas protestas de una mujer.

Y no andaba desencaminado.

Había conseguido frenar todo aquello, pero no estaba contenta. Mientras saltaba sobre los allí reunidos, su inocencia se había dirigido también hacia los pies del otro, dejándolo firmemente atado al suelo para que ella pudiera comenzar a hacer todo aquello que las monjas le tenían prohibido.
Gritar y maldecir, oh yeah~

- Dioses del puñetero infierno helado, ¡me niego a creer que seas mi compañero! ¿¡Tú?! - hundió su puño contra la ya mencionada cabezota rubia del que había descubierto, para su horror, era un exorcista, o al menos llevaba el traje, porque a la inglesa le resultaba aberrante pensar que aquel... ser de sonrisa maligna, era un miembro de la Orden - ¿Qué mierda pensabas hacer? ¿Matarlos o matarte? No me quedó muy claro desde mi posición. - resopló enfadada y molesta por tener que mirarlo desde abajo, por estar usando tal cantidad de palabras desagradables y por no haber podido capturar a los de las palas, estaba tan distraída intentando detener el avance del rubio que en vez de congelarlos por completo su inocencia sólo había tocado las palas, aunque jamás lo reconocería. Y menos delante de ''ese''. - No tengo idea de quién o cómo demonios te han entrenado, pero los exorcistas no matamos humanos, ¿comprendes? No ma-ta-mos humanos, ¡¡¡ por muchas ganas que tengas de hacerlo !!! - le espetó casi a gritos, acompañando las sílabas con golpes de su dedo en el pecho del rubio y una gélida mirada que venía a significar lo contrario a todo lo que le acababa de decir.

Cerró sus manos en puños y luego cruzó los brazos para no atizarle de nuevo, desprendiendo pequeñas partículas de hielo que volaban y se adherían la traje del otro, mera expresión del deseo de su dueña por convertirlo en un cubito y arrojarlo a una taberna para que lo consumieran poco a poco una panda de borrachos mugrosos y grasientos. Holy shit, realmente era tentador...

La temperatura debía ser de casi -15ºC.

No comprendía por qué tanto secretismo con aquella persona, a no ser que quisieran ocultarlo por avergonzarse de el o porque creaba más problemas de los que solucionaba. Lo cierto es que parecía tratarse de una persona muy mimada o alguien al que nunca o casi nunca habían contradicho.

Era intolerable. Simplemente intolerable.
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Mensaje por Invitado Jue Mar 15, 2012 1:10 pm

Ira, rabia, cólera, en definitiva ganas de matar. Sentimientos que afloraron en mi cuando una pequeña entrometida apareció de la nada y se dedico a congelar las palas, bueno primero las palas luego a unos ciudadanos que huían por el miedo. Contemple toda la escena sin decir nada, sin hacer un mínimo gesto, de hecho cuando la chica (la cual parecía ser exorcista) se acerco a mí, me limite a agachar la cabeza tratando de contener todas esas emociones, cuando de pronto un golpe seco en mi cabeza hizo que una chispa brillara en mis ojos.

Fui levantando poco a poco la cabeza mientras aquella completa desconocida comenzaba un cacareo el cual para mi estaba lleno de palabras sin sentido. No contenta con el cargante discurso, comenzó a hacer alarde de poder usando su inocencia para bajar la temperatura, y adherir pequeños fragmentos de hielo a mi traje. Vale esa estúpida había vertido la gota que colmaba mi paciencia.

-¡CALLATE!- cerré los puños lleno de ira originando un resplandor de luz con tonalidad verdosa, la cual provenía del interior de los guantes que tapaban mis manos. –Tsk, ¿crees que me importa que mueran? Pues no, no me importa además tampoco pensaba matarlos, bueno quizás si se hubieran puesto pesados de mas pero eso no te incumbe- directamente me pegue a ella mientras la miraba fijamente, -sí, soy un exorcista, y no, no soy tu compañero de misión, ya que si es cierto que me enviaron aquí, solo el estúpido de mi buscador estaba enterado de que enviarían a otra exorcista a este lugar, cosa que no me importa lo mas mínimo-






Bill había perdido totalmente mi rastro, de hecho se encontraba corriendo de un lado a otro sin sentido, rezando por encontrarse conmigo, cosa que no ocurriría por el momento. Sin proponérselo había llegado hasta el callejón trasero de un bar, el cual a pesar de estar cerrado, tenía ciertos movimientos en su interior. Tratando de averiguar algo que fuera relevante para la misión, se pego a una de las dos ventanas que daban al callejón, la cual tenía una esquina rota de tal forma que pareciera que hubiera llevado una pedrada.

En el interior del establecimiento (o más bien lo que se podría considerar su despensa) se encontraban dos hombres fornidos, los cuales a pesar de su composición, se encontraban algo aterrorizados. Uno de ellos (el de pelo castaño) se dedicaba a dar vueltas de un lado a otro, pero sin buscar nada, únicamente tratando de pensar en que podía hacer con el problema que se les planteaba, el segundo que poseía el pelo negro se encontraba sentado en un rincón, tratando de mantenerse lo más sereno posible.

-¿Qué vamos a hacer?- pregunto el castaño, -sabes cómo funciona esto, a los dos días de caer enfermo te mueres, y como si eso no fuera suficiente, tu cráneo sale volando desde la tumba, o al menos eso es lo que dice ese pirado-

-Trata de tranquilizar- le pidió el moreno.

-¿Qué me tranquilice? Sara hace los dos días esta noche, ¿Cómo quieres que me tranquilice? ¿Acaso pretendes que la deje morir? Tengo que encontrar a ese lunático para ver si sabe algo sobre la enfermedad-

-¿Algo? Si ni los médicos han sabido diagnosticara- el pelinegro agacho la cabeza lleno de frustración.






No sabía cómo pero fui capaz, capaz de aguantar las ganas de ensartar a esa presuntuosa exorcista y limitarme a sujetarla por la bufanda para después limitarme a empujarla hacia atrás. Con el brillo desapareciendo de mis manos, me gire para acercarme al ataúd que el extraño grupo había dejado tirado en el suelo, tratando de calmarme y no dejarme llevar por la rabia que seguía sintiendo, ya que por el momento me limitaría a dejar pasar el tema. Ya habría tiempo para que recibiera su castigo.

Por suerte las cadenas que recubrían el féretro no estaban selladas mediante algún candado, lo que hizo bastante fácil el quitárselas para después abrir la tapa y contemplar lo que había dentro. Tras abrirlo una nube de polvo se levanto desde su interior. Después de dos segundos la nube se disipo permitiéndome ver lo que había dentro, aunque lejos de haber algo interesante, únicamente había un montón de cenizas.
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Mensaje por Invitado Vie Mar 16, 2012 9:45 am

Al fin había encontrado aquello que llamaban ''un capullo''.

No entendía qué había hecho o cómo era posible que aquella persona estuviera participando en la misión, prácticamente preferiría tener que cazarlo a el que a todos los akumas del mundo.

Cabreándose por segundos cada vez más, entrecerró los ojos ante su respuesta y luego intentó no caerse cuando la apartó sujetándola por su bufada. ''Su'' bufanda. Aquello fue la gota que colmó el vaso.

En cuanto el otro estuvo de pie sobre la tumba y la hubo abierto, una extraña fuerza vengadora, también llamada bota, pateó su trasero y lo empujó directamente dentro del féretro y el agujero.
Ella lo contempló desde arriba temblando de indignación y un deseo homicida superior al que había sentido con el noah de las mariposas.

- En algo estamos de acuerdo, tu no eres mi compañero. Para lo que ibas a servir, es mejor que te pudras ahí y nos ahorres el trabajo de tener que enterrarte.

Y tras mover un terrón de tierra con la punta del pie deseando que le acertara en su engreída boca, se dio la vuelta y se marchó.

Ofuscada por todo aquello, ni prestó atención a las cadenas del ataúd, aunque si que le sorprendía que alguien enterrara un ataúd vacío.
Pisaba fuerte el suelo imaginándose que era su cara, pero un pequeño remordimiento se había instalado al final de su mente, algo que posiblemente con el paso de las horas se iría haciendo más y más grande... aunque en aquel momento le importaba lo mismo que nada.

Estaba tan absorta en sus retorcidas torturas mentales al rubio que cuando se topó con el buscador de frente el pobre recibió un puñetazo en toda la nariz.

- ¡Ah! Por favor exorcista, deténgase, soy un aliado. - el hombre se tapó la cara y se apartó lo más que pudo dado el poco ancho del callejón.

- ¿Qué? - Nine parpadeó y alzó la cabeza, sin tener ni idea de cómo había llegado hasta allí ni porqué tenía el puño levantado. Luego sus ojos se posaron en la asustada figura del hombre y de nuevo a su mano. Maldito idiota rubio. - Perdón. - bajó las manos e intentó sonreír con poco éxito - Tenía la mente en otro... lugar.

Era una disculpa muy mala, pero no se le ocurría nada mejor. Sorprendentemente, el buscador pareció aliviado y se incorporó mientras le tendía la mano.

- No se preocupe, estoy acostumbrado. Mi nombre es Bill. Imagino que usted será la exorcista de la Rama Asiática, un placer.

Incómoda se mordió el labio mientras le daba la mano. Aquel tenía que ser el buscador que acompañaba al chico.

- Si, me llamo Nine. He encontrado un alojamiento para... todos, imagino que querrá decírselo a su exorcista. Estamos en la calle principal, una casa con las contraventanas de color azul. - Lo esquivó y echó a andar de nuevo, evitando mirarle a la cara. - Si sigue recto le encontrará, a no ser que se halla movido. Yo tengo mi golem, en la frecuencia 7, por favor avíseme sólo si es necesario, estaré investigando. Nos vemos al anochecer en la casa, deberían ir a dejar sus cosas.

Y dicho eso, desapareció doblando la esquina. Tenía todo el día para buscar pistas y encontrar al que había escrito la nota.

El sol comenzaba a despuntar iluminando tímidamente aquella extraña ciudad. Los merodeadores pronto se irían a cobijar a sus madrigueras diurnas, y la gente corriente se expondría de nuevo a cualquier ataque que estuvieran sufriendo en aquella esquina del mundo.

Con un bufido intentó olvidarse de la situación de unos minutos antes y se metió en una tienda de telas y trajes que al parecer ya había abierto.
Cuando volvió a salir, una capucha cubría su rostro y la capa hacía lo propio con el resto de su traje.

Casi fue milagroso, como un suspiro colectivo, el ambiente se relajó y comenzaron a aparecer más y más personas. Aquello no estaba tan abandonado como podría parecer en un primer momento.

Era como si la luz del sol trajera vida además de calor. Los postigos se abrían por doquier, como si estuvieran impacientes por darle la bienvenida, cuando de hecho era todavía muy temprano.

La inglesa no perdía detalle, escuchando retazos de conversaciones aquí y allá y anotando lo que parecía ser una trama de muertes desde hacía ya meses, antes incluso de que comenzara la guerra.

Un agudo lamento procedente de una de las casas más alejadas llamó su atención, y sorprendida vio como todo el mundo se santiguaba y empezaba a entonar un extraño cántico que de nuevo era idéntico a los exorcismos cristianos.

Se acercó a la casa en cuestión, y mientras lo hacía los aullidos de dolor crecían en intensidad y pena. Un movimiento en la periferia de su ojo le hizo girar la cabeza para contemplar como una polilla abandonaba su posición en una farola de la calle que ya se había apagado.

Fue notar aquello y salir de la casa un hombre, chillando enloquecido y con una pala -en aquel pueblo eran aficionados en apariencia- lanzarse contra el lugar donde segundos antes había estado posado el insecto.
No paraba de maldecir y agitar los brazos, atrayendo la mirada de todos los presentes, cosa que aprovechó ella para entrar a la casa y contemplar con sus propios ojos qué causaba tanto lamento.

Había una cama y una... cuna. En la primera, un retorcido montón de huesos portaba un fino camisón de seda, y la huesuda mano se había quedado posada sobre el borde de madera de la cuna. El camisón estaba demasiado nuevo y limpio, era perturbador.

Nine cerró los ojos y prefirió no ver más. No le hacía falta.

Entonó una breve oración a María y cuando ya se giraba, un gruñido resonó tras ella.

- ¿Quién demonios es usted y cómo ha entrado en mi casa?


Última edición por Joker_Nine el Vie Mar 23, 2012 6:11 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Invitado Lun Mar 19, 2012 9:52 am

El vaso no había desbordado, había estallado en mil pedazos. Aquella exorcista se había atrevido a empujarme por la espalda, haciéndome caer dentro del ataúd, lo que ocasiono un nuevo levantamiento de polvo.

Cuando me volví a poner en pie aquella chica ya se había ido, cosa que lamentaba enormemente, por desgracia ya no podría mostrarle mi agradecimiento a modo de puñetazo. Siempre habría otra oportunidad.

Una vez examinada la tumba y mas concretamente el ataúd, pude comprobar de que no había marcas o símbolos extraños, nada fuera de lugar, bueno nada excepto por el polvo y la ropa que lo acompañaba. Eso significaba que alguien había muerto por el veneno de los akumas, pero si alguien lo hacia su cuerpo se desintegraba de forma casi inmediata, lo que chocaba un poco con la idea de que alguien enterara un montón de cenizas como si fueran un cuerpo. Vacié casi por completo el ataúd, solo entonces pude apreciar las marcas que habían debajo de tanta arena, las marcas de un cuerpo reposando allí dentro, o al menos esa fue mi impresión al ver varios arañazos producidos por el roce del ropaje sobre la madera, los cuales dudaba que se hubieran producido si hubieran depositado únicamente las ropas. Quizás el dueño de ese féretro había sucumbido al veneno más tarde que el resto de seres afectados por él.

-Sera mejor que investigue un poco mas la ciudad- dije observando los primeros rayos de sol.

El silencio de la noche había quedado aparcado para dejar paso al ruido del día. Los asustados habitantes que habían estado ocultos por temor, ahora salían deseosos de poder tener un poco mas de vida, una vida que seguramente algo se las arrebataría pronto.

Salí del cementerio por donde entre. Y situado sobre la casa pude observar como la gente del lugar comenzaba a ir de un lado a otro con l mayor brevedad posible, por lo que parecía a alguna de aquellas personas le costaba aun el caminar por las peligrosas calles.

Tras bajar de mi lugar de observación, comencé a recorrer la calle principal, tratando de encontrar algo que llamara mi atención, fue entonces cuando reconocí una cara conocida. Bill se encontraba mirando a todos lados mientras caminaba con cierta prisa, como si estuviera buscando algo, o más bien a alguien. Era obvio que yo era su objetivo y por eso decidí acercarme, no para que aquel hombre dejara de agobiarse, sino para ver si había descubierto algo que yo desconocía.

-¡Por fin!- exclamo con cierta alegría. -Señor exorcista no me creerá cuando le cuente lo que he escuchado- y de esta forma comenzó a relatarme la conversación de los dos hombres en la despensa del bar, para a continuación hablarme de la loca que tenía por compañera.

-Dos preguntas ¿Dónde esta el bar? Y la segunda y mas importante ¿Dónde esta esa chica?-

Tras ambas indicaciones y un breve “podríamos ir a la posada” me encamine corriendo hacia donde se suponía que debía de estar la exorcista, aunque dudaba de que aun continuase por la zona.

No tarde en llegar a la calle que me había indicado el buscador (el cual nuevamente había abandonado a su suerte). Una vez girado en la misma esquina que lo había hecho anteriormente la enviada divina, comencé a recorrer sin saberlo su mismo camino. Hasta pasar por delante de la casa en la que se encontraba ella junto a un par de cadáveres, casa en la cual el hombre que anteriormente había salido corriendo pala en mano, ahora entraba con la misma velocidad que había salido. Y yo mientras tanto me encontraba pasando de largo, sin darle mayor importancia que la necesaria a los cuchicheos de la gente que se encontraba alrededor. Todo sin saber que ambos acabábamos de ser fijados en el punto de mira de un observador que no nos deseaba el bien, sino la muerte.
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Mensaje por Invitado Miér Mar 28, 2012 2:07 pm

No pudo evitar estremecerse ante la enferma mirada de aquel hombre. Era como si no la viese, como si la traspasara por completo buscando encontrar cualquier signo de vida en los cuerpos que había tras ella.
Estaba destrozado, muerto en vida.

- Yo... - no había nada que pudiera decir.

No había duda de que se trataba del padre y marido. La inglesa desvió la mirada, sintiéndose turbada por aquellos sentimientos. Ya no estaba segura de qué había resultado más horrible, si la visión de ambos cuerpos o la del vivo que habían dejado atrás, si es que se le podía seguir considerando así.

Fue mala idea moverse, pues el hombre pareció salir brevemente de su letargo de ira y autocompasión sólo para encontrarla a ella, y hacerla objetivo de todos sus deseos homicidas. La empujó con fuerza y su cuerpo crujió al impactar contra los hierros de la cama.
Balanceando los brazos para mantener el equilibrio desesperada por no caerse sobre los restos mortales de la mujer, se apartó como pudo mientras esquivaba otro golpe que por poco no la lanzó al suelo.
Atenta a lo que la rodeaba, intentó dirigirse hacia la ventana, pues la puerta estaba muy lejos. El colgante le quemaba la espalda, desesperado por actuar en defensa de su dueña, pero Nine sabía bien que aquello sería la peor de las ideas.
La gente de fuera comenzaba a sentirse atraída por los gruñidos y el destrozo del interior y lo que menos necesitaba era una horda de aldeanos persiguiéndola por ser una ''bruja''. Aquella no era una zona precisamente tolerante con los eventos extraños según le habían dicho.

Esquivando de nuevo un puñetazo, se tapó como pudo la cara y atravesó de un salto el cristal de la ventana, sintiendo los pequeños filos desgarrar la poca piel que había quedado descubierta. Justo a tiempo, porque el desesperado hombre había recurrido ya a la enorme escopeta que todo buen granjero americano tenía en su casa.

Rodó por el suelo y se levantó a duras penas, sacándose una de las astillas que se le había incrustado en el pómulo a apenas unos centímetros de su ojo. Aquello se estaba poniendo demasiado feo.
Desesperada, observó entre la multitud algo, cualquier cosa que pudiera servirle como via de escape, pero no vio más que caras de sorpresa o terror en diferente grado y allí, un poco más lejos...

- Holy shit - el rubio llevaba el mismo traje que ella, cosa que lo hacía destacar entre la multitud como si de un farol se tratara. La capa comprada se había desgarrado al atravesar los cristales y de poco valía ya.

Pensó en llamarle, pero no sabía su nombre. Y aunque no se consideraba una persona especialmente terca, no le apetecía mucho tener que pedirle ayuda. Además, temía que si el desquiciado de la casa lo apuntaba a el también no tendría problema en usar su arma o lo que fuera para terminar con todo aquello, cosa que debían evitar hasta que supieran a lo que se enfrentaban.
Mostrar sus poderes en público significaría exponerse a todo lo que estuviera mirando.

El hombre se asomó por la ventana rota y el cañón reluciente de la recortada titiló como la mismísima sentencia divina.

- ¡No puedes huír de mi, demonio! ¡Os arrebataré la vida como vosotros me arrebatásteis a mi la mía, MALDITOS SEAIS TODOS! - amartilló el arma. Y apuntó. Temblaba como un flan.

¿ Acertaría ? Nine miró a los lados, dudando entre apartarse o no. La gente miró a la casa casi como a cámara lenta, como si tardaran en comprender que les estaban encañonando.
Supuso que el hombre era alguien conocido, y por lo general, ver a tu compañero de trabajo o amigo apuntándote a la cabeza no era algo fácil de digerir.

Si se apartaba, el radio se ampliaría, fallaría y daría a algún inocente. Había niños yendo a la escuela, por la santa sede...

Un pueblerino se adelantó con los brazos abierto, un poco nervioso pero con una sonrisa conciliadora en la cara. Algunas madres sujetaron a sus pequeños, pero estúpidamente permanecieron allí.

- Vamos Charles, soy yo. ¿Que coño haces apuntándome hombre? Baja esa arma y tomémonos una cerveza, eh? Piensa en lo que Carol te diría amig........ aaaaghhhhhh -

Fue demasiado rápido. Sus ojos se abrieron mucho, su cuerpo tuvo una convulsión, la sangre salpicó delante y detrás, dejando una estela roja en el polvo del camino.
No pudo oír el disparo, quizá porque pasó tan cerca y fue tan atronador, que simplemente sus oídos se negaron a recibir el sonido.

El silencio fue espeso como el alquitrán, como si atrapara los miembros de todos y cada uno de los presentes en una pesada tumba de la que no podían huír.
El sonido del arma al volver a ser cargada fue como el pistoletazo de salida de una carrera.a. Vinieron los gritos, las pisadas, los llantos y el desorden. Ahora parecía que por fin comprendían.

Aquel ya no era Charles, ya nunca más lo sería. Ahora era una persona con un arma, y un único pensamiento.

Ella comprendía, y por eso lo miró mientras avanzaba inexorable pisoteando los trocitos de cristal de la ventana. Una sombra tras el se alzó, ella habría jurado que se trataba de un enterrador, pero en fin, que más daba.
Suponía que irían juntos, la muerte y el enterrador, curiosamente práctico.

No era de las que se quedaban sentadas esperando, pero los disparos eran quizá su punto débil. Odiaba a los akumas por ello.

Las rodillas le temblaron mientras se apartaba como podía, un disparo falló por poco, a unos centímetros de donde antes había estado ella.

- No te muevas, zorra. - tampoco parecía la misma voz de antes, a lo mejor era cierto que cuando se mataba te convertías en algo distinto.

Ah~ demonios, no le importaría nada que el rubio se perdiera el espectáculo, así podrían inventarse una excusa aceptable. Algo como que '' cayó en cato de servicio'', eso sonaría mínimamente decente. Estaba demasiado asustada como para poder activar a Ice y defenderse... se veía terrible como epitafio.
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Mensaje por Invitado Miér Mar 28, 2012 3:39 pm

Quizás era cosa únicamente de la noche ya que si mal no recordaba la oscuridad hacia a las personas tener un miedo terrible, bueno eso y las continuas sombras que surgían en medio del silencio, sombras que podían o no ser reales. Algo parecido estaba ocurriendo en aquel lugar, aunque en esta ocasión sus miedos no solo estaban guiados por la oscuridad, sino que también por las numerosas muertes que día a día habían reducido el número de habitantes. Ahora que la luz era la dominante y que por el momento no parecía que esa oscuridad se hubiera cobrado una nueva victima, los ciudadanos parecían salir con otro aire de sus casas, sin embargo todo cambio cuando un nuevo grito salió desde lo más profundo del alma de aquel hombre.

Los curiosos se quedaban a observar que pasaba, el resto prefería aligerar el paso para evitar que aquella maldición les pusiera sus garras encima, y yo que en ese instante pasaba por allí, simplemente preferí ignorar lo que ocurría. Ya había estado en un lugar parecido, y si bien era cierto que en él los habitantes resultaron ser también parte del problema, ese no era el caso en esta ocasión. Debí de pararme, tal vez curiosear por si me llevaba a descubrir algo relacionado con el extraño fenómeno, pero nunca me importaron los sentimientos de los demás y por lo tanto me daba igual el dolor que podría haber sufrido una persona. Fue lo único que averigüe de dos cotorras llamadas vecinas de esa familia, y que comentaban acerca de lo ocurrido.

Cuando ya me encontraba a dos casas de distancia, algo me hizo detenerme de raíz, girarme en busca del fenómeno que ocasiono el ruido de cristales y el cierto alboroto que se había creado a mi espalda. No tarde ni medio segundo en llegar junto al tumulto de gente que se aglomeraba a una casa de distancia, una posición estupenda para ver con completa claridad lo que ocurría. Un hecho realmente divertido.

La exorcista se encontraba amenazada por la escopeta, una imagen la mar de curioso y divertida. Un pude evitar reír internamente, además del hecho de que aquella humillación para un enviado divino era suficiente como para perdonarle lo ocurrido en el cementerio.

Curioso ese pueblo, en el cual los vendedores de comida y demás trataban de aprovechar la mínima oportunidad para seguir vendiendo sus productos, ese era el caso de un frutero el cual seguía partiendo una manzana por la mitad para una chiquilla que se lo había pedido y que ahora estaba mas pendiente en la escena que estaba teniendo lugar a pocos metros de distancia que de comer su pieza de fruta.

Un disparo, una pequeña nube de sangre liquida se elevo a ambos lados del cuerpo de un pobre idiota que había tratado de hacer entrar en razón al perturbado pistolero. Esa escena describía claramente lo que mi familia me había inculcado desde hacia tantos años, todo ser humano terminaría atacando y matando a sus mas conocidos si ellos se interponían en su camino, en medio de su objetivo, tal y como había pasado ahora. Todos merecían morir por sus pecados, la humanidad merecía morir. Y fue por ese pensamiento que en mi mente se hizo un click, el cual me hizo reaccionar de forma instintiva. Aquel hombre debía de morir.

Como un rayo pase por el puesto de frutas y agarre el cuchillo que acababa de ser dejado sobre la superficie de madera, en ese momento la exorcista trataba de evitar que los proyectiles le alcanzaran.

-Todos aquellos que se dejen llevar por sus instintos y los usen de escusa para matar al resto de personas deben de ser ejecutados- una sonrisa se dibujo en mi rostro.

El cuchillo impacto directamente en el cuello de aquel hombre, justo por encima de su nuez, entrando por el lado derecho de su cuerpo. El cuerpo casi sin vida se tambaleo un instante, en el cual el cañón del arma se le disparo contra el suelo. Cuando el instante termino llegue hasta él, sujete el cuchillo sin extraerlo, y antes los ojos atónitos de todos los presentes, abrí su cuello de par en par haciendo que la hoja se deslizara de lado a lado de su cuello, pasando por la parte delantera del cuerpo.

-No eres mas que escoria, mira que matar a cuanto se te cruza por delante, no hay razón que justifique ese comportamiento, y tu castigo ha sido la muerte- y el cuerpo sin vida se desplomo, -y tu mira que comportarte de esa forma. Es cierto los exorcistas no matan humanos, o al menos eso es lo que se presupone, pero yo nací siendo un aliado del Conde, o al menos me educaron para eso- la sangre se desperdigaba por el suelo formando una amplia mancha de sangre, -y si tienes algún problema con mi forma de actual es cosa tuya, a mi me da igual-

Todas esas palabras las había dicho dándole la espalda a la joven, clavando la mirada en otra persona que a mi parecer era más importante. Un hombre que sostenía una pala, y que se encontraba dentro de la casa, mirando a través de la ventana rota, reconociendo con claridad el uniforme que portaba.

Y un cuchicheo comenzó a surgir de entre los presentes, el cual dejaba claro la posición y el pensamiento que tenían todos aquellos pueblerinos de lo que acababa de ocurrir.
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Mensaje por Invitado Jue Mar 29, 2012 2:18 pm

El amargor de la vergüenza no se hizo esperar en cuanto el rubio la hubo ... salvado. Si es que se le podía llamar así a aquella ejecución pública.

Y además se había atrevido a amonestarla. Aunque le parecía irreverente que le afectara más aquello que el hecho de que hubieran matado a alguien en frente suya.

Sonaba terrible, pero en parte casi se alegraba de que los disparos hubieran cesado. Que su mente procesara como ''más suave'' una degollación que un balazo era perturbador, pero cierto. Y le valió para recuperarse.

No apartó los ojos del destrozado cuello del hombre, que en apariencia antes se había llamado Charles. ¿ Deberían enterrarlo ? No sabía que era lo apropiado en caso de homicidio, si dejar el cuerpo a su suerte o preocuparse por el habiendo sido el culpable de su deceso.

Sus agarrotados músculos comenzaron responder de nuevo mientras escuchaba muy seria las palabras de aquel que debería considerar como su salvador. Cosa que se negaba en redondo a hacer.
Se tambaleó hacia delante, y a punto estuvo de caer, pero por algún estúpido motivo, sus manos se aferraron a la ropa del exorcista asesino, usándola como punto de apoyo para evitar que sus huesos dieran contra el suelo, un error que ella se apresuró a corregir mientras se apartaba lo más que podía del chico.

No le había gustado oírle que le habían criado para ser un aliado, ¿en qué pensaba la Orden metiendo a un sujeto así entre sus filas? Pero la inocencia indudablemente le había elegido, pues la cruz de exorcista estaba bien clara en su pecho.
Suspiró confusa y frustrada mientras daba una vuelta a su alrededor, sin evitar pisar la sangre, no tenía mucho sentido después del desastre generalizado de su aspecto, y se colocaba frente a el, estudiándolo un poco mejor, para ver si conseguía sacar algo en claro de todo aquello.

Tenía una mirada fría e insensible, un poco como la suya quizá, pero de un color totalmente opuesto. Además, de nuevo le molestó notar su altura, pero la naturaleza siempre se portaba bien con los malvados. Por lo demás, físicamente al menos parecía un chico normal, rubio y eso, pero normal.

- No soy tan hipócrita como para quejarme de ''esto'', ni tan ingenua como para agradecértelo. - le murmuró señalando vagamente el cadáver - Pero si difiero en los métodos, sobre todo porque ahora medio pueblo pensará que tenemos algo que ver con las otras muertes. Opino que ya que eres tan bueno matando, podrías haberlo hecho de forma más discreta. - no bromeaba - Así que, diré des-gracias, creo que si no salimos pronto de aquí seremos lapidados.

Y así era. La gente murmuraba cada vez más alto y varias mujeres habían comenzado a llorar. La palabra hechiceros, demonios extranjeros y otras lindezas surcaba las hambrientas bocas de aquella muchedumbre, que como no tenían una explicación clara solo buscaban un objetivo al que culpar, de todas sus desgracias por supuesto. Nine sonrió de lado mientras cubría con lo poco que quedaba de su capa al rubio para evitar que se fijaran más en el de lo que ya lo habían hecho, pensando que pronto ellos serían los causantes también del hambre en el mundo y la guerra civil que recorría el país, ¿ porqué no ?

- ¡Exorcistas! ¡Por aquí! - casi se pierde el extraño susurro que surgió de las profundidades de la casa. Era la misma sombra que había visto tras el ahora cadáver, al final no se había tratado de una ilusión óptica. Y los estaba llamando, que enterrador más amable.
No le apetecía demasiado volver a entrar allí, pero cuando un niño recogió una piedra del tamaño de su mano y tomó impulso, decidió que un tejado siempre era bienvenido.

- Ah... no se como te llamas, rubio-psicópata-con-licencia-para-matar, pero no creas que te debo una, esta cuenta por la del cementerio. - le espetó mientras le agachaba la cabeza con una mano y lo empujaba junto a ella yendo hacia la relativa seguridad de la casa. - Si tienes a bien no asesinar nada al menos por un rato, creo que allí hay alguien que pueda estar relacionado con ... ay, FUCK - una piedra le dio en la mano y tuvo que soltar momentáneamente la capa que mantenía extendida sobre el otro. Estuvo en un tris de darse la vuelta y congelarlos a todos, pero aquella pérfida moralidad suya, adquirida tras años y años de rezos obligados y sermones interminables entre los frios muros del convento, la hizo contenerse e ignorar el dolor. - ... la Orden.

Y dicho aquello, apuró el paso y se metió dentro, pensando que ya había hablado bastante con aquel sujeto que parecía de todo menos un exorcista. En cierto modo, sentía que debía decirle algo pero ella no era dada a echar discursos o preocuparse por problemas ajenos, cosa muy tonta en su opinión, pues cada uno debía ser capaz de lidiar con su cabeza y locuras personales.

Pero mantuvo la puerta abierta y la mirada fija en el, por si podía, aunque fuera de casualidad, detener alguna piedra malintencionada.

Y dentro, los esperaba el remitente de la extraña carta, aunque ellos todavía no lo sabían. Un personaje de lo más peculiar, que tenía la clave de todo aquello sin ser el causante, un humano que había sobrevivido a una visita del Conde, sin perder... demasiado, la cordura.

Abrió los brazos como si recibiera a unos viejos amigos, mientras la pala descansaba apacible sobre su hombro.

- ¡Bienvenidos, bienvenidos! Queridos exorcistas, bienvenidos... - la sonrisa destelló escalofriante en la penumbra de la casa - a mi cementerio.
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Mensaje por Invitado Jue Mar 29, 2012 3:39 pm

Aquella exorcista tenía una curiosa forma de comportarse, algo que me resulto interesante en ella, quien lo iba a decir. La primera misión oficial que tenía como un exorcista, mi primera compañera, y todo aquello me estaba comenzando a parecerme divertido. La chica paso desde el estado de ánimo que la impulso a decirme una cosas que a mi realmente no me interesaban lo mas mínimo, a otro en el que me cubría e incluso me agachaba la cabeza para evitar el ser golpeado por aquella furiosa muchedumbre.

El ambiente se estaba caldeando y todo era culpa mía, un hecho que tampoco me desagradaba demasiado. Aquel hombre había llevado lo que se merecía, una muerte rápida y cruel, que la podía haber hecho con sigilo, si claro pero no me dio la gana en ese momento, además por lo general la intimidación y el miedo me habían ayudado a lograr cierta información en el pasado ¿Cómo no iba a funcionar también en el presente? Aunque si era cierto que eso llevo al exterminio de una ciudad. Bueno ellos se lo habían buscado.

La exorcista había recibido el impacto de una piedra por mí, lo que me obligaba a ayudarla y evitar que recibiera un segundo, fue por eso que encontrándome a un metro de la puerta de la casa, y mientras ella se disponía a atravesar la línea divisora entre domicilio y calle, me detuve en seco girándome hacia el grupito de gente que se encontraba recogiendo piedras, los cuales iban en aumento. Tres piedras mas iban dirigidas hacia el cuerpo de la joven controladora del hielo, las cuales no me costó demasiado bloquear con las palmas de mis manos las pedradas mandadas por esos inútiles gracias a mi adiestramiento y a que la inocencia se alojaba en ambas palmas (aunque estuviera oculta por los guantes aun hacia su cometido), todo eso mientras el deseo de que esa engreída no me viera detener las piedras fuera en aumento.

Me tuve que contener las ganas de devolverles las piedras pero con un refuerzo extra de diamante, para asegurarme que el daño estuviera garantizado, pero en esos momentos era preferible entrar dentro y ver quién era el que nos invitaba a entrar con tanto ánimo.

Tras de mi llego un portazo, el cual dejaba en claro que la puerta había sido cerrada. Contemple con un rápido vistazo que la chica se encontraba prácticamente a mi lado, y más adelante se encontraba un tipo curioso, el cual portaba una pala al hombro. De pronto el hombre comenzó a caminar hacia la penumbra, quizás para alejarnos de la ventana rota.

-Will Marto- le dije a la chica fría, como su inocencia que curioso, -por cierto no sé el tuyo dama de hielo-

Me adentre en la penumbra siguiendo al extraño hombre, atravesando primero un largo pasillo, y más tarde entrando a una sala que se encontraba semi oscura, por la poca luz que entraba desde la tapada ventana, pude deducir que se trataba de la cocina. El tipo se acababa de acercar a una puerta que había al final de la estancia, y en un par de segundos la abrió miro hacia el exterior y la volvió a cerrar.

-La parte trasera es segura por el momento- dijo con voz de ultratumba.

En esos breves dos segundos, pude apreciar con más claridad los rasgos faciales del sujeto, el cual era algo aguilucho, con un pelo bastante largo de color blanco el cual le cubría parte de la cara. La ropa oscura y algo anticuada parecía quedarle grande, al menos eso fue lo que pude deducir por las largas mangas que le cubrían por completo las manos. Otro dato más curioso era el olor un tanto desagradable que emitía el sujeto.

-¿Exorcistas? Me pregunto cómo alguien como tu puede saber quiénes somos si hasta lo que se muy pocos conocen nuestra existencia- le espete una vez el tipo se puso de cara hacia la entrada de la cocina, lugar en donde me encontraba.

-Muy fácil, porque yo fui quien os envió la nota, algo fácil de deducir zoquete- vale ahora ya me estaba empezando a caer mal.

En el exterior el rumor de dos asesinos se fue extendiendo como la pólvora, pasando a ser el cotilleo oficial del pueblo, lo que ocasiono que muchos huyeran nuevamente a sus casas y que otros tantos fueran a por armas ya que consideraban que esos forasteros eran los culpables de todo.
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