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Mensaje por Invitado Jue Jul 25, 2013 4:33 pm

La nubes se oscurecían en el cielo, a la orden de la exorcista. Convocadas para crear la caída del hielo que terminaría con aquella aberración monstruosa que tanto mal había causado.

Ajeno a ello, el akuma gritaba y blasfemaba en contra de los monjes grises, tal vez en su fuero interno presintiera su final y deseara irse causando el mayor daño posible.

La escocesa contuvo el aliento al verle hablar con su díscolo compañero, sabía o intuía más bien lo que el ser le estaría diciendo al chico, y esperaba que este último no perdiera la cabeza y le atacara a la desesperada, en su estado no le haría ni un solo rasguño a un nivel dos de ese tamaño, acabaría con su cabeza en el estómago del akuma mientras su cuerpo se retorcía entre convulsiones.

La imagen mental la puso nerviosa, puesto que no comprendía del todo aquel poder tan excesivo que dominaba ahora su inocencia y todavía no sabía si el ataque sería suficiente, salvo por la gélida certeza que el colgante, ya adherido a su piel por el propio hielo lacerante, le transmitía.

Latían juntas, como si fueran parte del mismo frío corazón. El total de su cuerpo se estremecía de frío y puro dolor, pero la inocencia seguiría activa hasta acabar su función erradicadora.

Un pequeño copo de nieve revoloteó ante su rostro y la hizo alzarlo, dilatando las pupilas en cuanto descubrió lo que había creado sobre la catedral. Un inmenso y reluciente campo de hielo... sobre las nubes. No parecía estar sostenido y tal vez ni siquiera pesara, simplemente se alzaba redentor sobre el cuerpo del akuma y trozos diminutos le buscaban, intentando limpiar y destruir.

La altura era increíble. Era como... era el cielo. Nunca, ni en sus más locos sueños habría imaginado algo similar. Se sintió ligeramente orgullosa del poder de su pequeña asesina, comprendiendo que todo aquello venía de su deseo enfermizo de proteger a su dueña, y al parecer seguiría haciéndolo por fuertes que fueran los enemigos.

Cuando el akuma terminó con su escudo, se volvió hecho o hecha una furia hacia ella, chillando de nuevo de aquella forma horrible y lanzando sus garras hacia ella. Clamaba por sangre y muerte.

El hielo había caído, formando un extraño charco rosáceo. Tal vez por culpa de la todavía no controlada inocencia del chico. Y a el no se le veía por ninguna parte. El monstruo había triunfado.

Los ojos color rubí le devolvieron la mirada, severos, omniscientes. Sin odio. Muerte y sangre. Se las daría.

Winter Tears. – la mano de la exorcista cayó, igual que la sentencia del hacha de un verdugo inglés. El akuma se detuvo, confuso. ¿ Por qué nevaba de pronto y por qué la nieve olía tan terrible ? Le dolía el cuerpo, le dolía todo.

Un crujido prístino le hizo alzar la visa en el preciso instante en que una tonelada de hielo se precipitaba desde algún lugar, como una avalancha venida desde el cielo, algo totalmente imposible.

Noo, no, no no ... no lo permitiré! ¡Puta!

Rió desesperada, alzando el vuelo y golpeando con su cola, con las patas y las zarpas aquella sucia materia divina, que le quemaba con su frío. Cuando hubo destruido los pedazos más grandes, la miró con satisfacción y sorna, pero seguía sintiéndose nerviosa. No podría ser tan sencillo. Pero su orgullo seguía ahí.

¿ Eso es todo lo que tienes, niña? Los exorcistas sois tan patét...

Su voz se cortó en su garganta. La chica de ojos color sangre no la estaba mirando, no podía ser. Tenía un semblante extraño, casi como si le diera igual todo aquello. Casi como si ya estuviera acabado.

La ira la embargó, seguida del terror más puro.

Un rugido gutural brotó de sus entrañas mientras se lanzaba hacia ella con las fauces abiertas. Ella no tuvo tiempo de cubrirse, recibió el impacto en el brazo que rápidamente se congeló, pero el akuma pudo notar el dulce sabor de la sangre humana. Le arrancaría el brazo y luego la cabeza, siii, se la llevaría a la tumba. Todavía podría causarle daño. Aal menos la dejaría inútil, al menos cumpliría su misión con el Conde.

Nine contempló con dolor la destrozada catedral. Su brazo parecía estar en peligro, pero tampoco podía apartarlo.  Y el akuma...

El hielo había comenzado a florecer. Pequeñas y desgarradoras hojas de afilados bordes pobaban su cuerpo y se extendían. No se teñían de sangre, tal era su cantidad que simplemente estaban cubriendo por completo a un monstruo de aquel tamaño. Y la nieve seguía cayendo, y perdidos entre ella unos pequeños cristalitos, con forma de delicadas esporas de algodón o alguna otra planta. El akuma no los veía, pero la exorcista se distrajo con ellos, intentando no pensar en lo que su codo y antebrazo estaban sufriendo.

Se había empotrado contra el muro de detrás por el impacto del akuma contra su cuerpo, y aunque Ice parecía gritar enfadada, el proceso de congelación no se detenía y el monstruo parecía saberlo aunque no quisiera reconocerlo. Había sido un ataque a la desesperada, no tenía veneno con el que matarla ni podría partir el brazo de la chica porque su hielo lo inmovilizaba.

Arghhh.... Acaba con esto de un golpe, maldita perra. ¿ Acaso no sois los misericordiosos ? – le gruñó entreabriendo los dientes y permitiendo que el brazo de ella se escurriera y colgara a un lado de su cuerpo, estaba extrañamente flácido, probablemente se lo había roto. El monstruo sonrió feo, su cuerpo ya no se movía y pronto su cabeza también dejaría de hacerlo. Le dolía demasiado, pero disfrutaba con su último daño, tal era su locura y maldad.

Ella le miró, escuchando aquel pedido con apatía. Su brazo estaría mal por muchos meses, pensó con impaciencia. Aquel akuma había sido un auténtico dolor de muelas.

El monstruo la miraba con deseo, queriendo saborear su carne de nuevo, deseando arrancarle los miembros uno a uno. Su sangre goteaba en la nieve y el engendro del conde alargó aquella lengua bífida para alcanzar el humano fluido.

La bota le pisó la lengua y se la estampó en el suelo cubierto de nieve y hielo. El akuma chilló y se agitó levemente, maldiciendo y babeando. Sus ojillos sin vida buscaron el rostro de la exorcista, y volvió a chillar al encontrarlo. No había expresión alguna en su rostro, pero sus ojos...

Los débiles no tienen derecho a escoger su muerte. – aquella sentencia fue lo último que los impuros oídos de la máquina oyeron, la misma que había formado parte de su festín de carne humana, la misma frase que la había alentado a seguir destruyendo y matando a todos y cada uno de los indefensos humanos que había devorado. Ahora ella era el débil, y eso fue lo último, lo último que la acompañó antes de ser congelado por completo y estallar en miles de pequeños trocitos brillantes que ya nada tenían de akuma.

Un pequeño suspiro cálido recorrió a la molesta exorcista, que en su fuero interno se otorgó la idea de que el alma había sido liberada y recorría al fin un camino hacia el más allá. No era una idea demasiado agradable, habida cuenta de todo lo que allí y en otros lugares habría sucedido para que el monstruo llegara a su actual nivel.

Desde luego el Conde tenía una mente en extremo retorcida. Y todo empezaba con el consuelo de un ser abandonado, holy shit.

Ice ya no estaba activa y la nieve seguía cayendo blanca y fría sobre los cuerpos y la piedra. Al parecer una verdadera tormenta se estaba formando sobre sus cabezas.

El pensamiento del plural le hizo dirigir la mirada con cansancio al lugar en el que antes había estado Hans. Se apretó el herido codo con la mano que le quedaba libre e intentó apartarse de la pared, un esfuerzo que su cuerpo no tenía la más mínima intención de concederle.

Estaba cansada, tenía tanto frío que pronto colapsaría y ni siquiera estaba a cubierto. La situación no era precisamente favorable. Una sonrisa turbia se formó en sus labios mientras dirigía la mirada hacia la pila de cadáveres que contemplaban todo aquello junto con los sacerdotes ensartados en las picas del techo, ojos de muerto, rostros de muerto.

No le apetecía morirse con público, por muy tiesos que estuvieran.

Acabó resbalando por la pared y dando con sus huesos en el frío suelo de piedra de la iglesia, manteniendo su mirada en el lugar donde le había visto por última vez, aunque una extraña idea se formaba en su mente, se negaba a darle crédito.

Nunca había tenido buena suerte, no iban a empezar ahora a cumplirse sus deseos. Sería demasiado irónico.

Su golem apareció volando por la entrada, dando vueltas y zumbando como si guiara a alguien. Tal vez el señor Netero hubiera recobrado el conocimiento y viniera a buscarles.

De nuevo el plural. Tosió y se acercó las piernas al cuerpo, intentando levantarse. Estaba en una posición patética, y quedarse allí tirada era tan absurdo como darse cabezazos contra una pared.

Se estaba levantando cuando un ruido extraño la sobresaltó. ¿Acaso quedaba algún akuma más con vida? Procedía del montón de cadáveres en el que su golem intentaba entrar por algún motivo. Ah, que bichito más tonto.

Nine lo llamó, pero el pequeño murciélago mecánico la ignoró por primera vez desde que había sido fabricado.

Los pasos y la voz del buscador asiático la hicieron voltear hacia la entrada, mientras se apoyaba con el puño en la pared y conseguía levantarse de forma terriblemente patética, aquel mínimo esfuerzo comenzaba a hacerla delirar.

El hombre venía sosteniéndose la cabeza a la par que la envolvía con un trozo de venda que sin duda llevaba en su mochila de explorador. Lo dejó en el acto en cuanto la vio y echó a correr hacia ella, con el trozo de tela cómicamente revoloteando a su paso.

¡ Señorita Neverleid ! ¿ Y el chico... ? Ah, su brazo... dios mío... – llegó a su lado en dos saltos, torpes pero certeros, y la sostuvo con delicadeza. Sus ojos y su voz temblaban, mientras intentaba comprender la terrible destrucción que estaba presenciando y la ausencia del chico joven y su lanza.

Ella tosió y negó con la cabeza, señalando hacia su tonto golem. El buscador pareció entender porque le sorprendía la ausencia del chico rubio de temperamento exaltado, y no había que ser un genio para atar cabos.

Señorita... no ha sido su culpa... los designios divinos... murió cumpliendo su misión – ella negó nuevamente con la cabeza y tosió. Le habían dado arcadas por algún motivo.

Al parecer no podía hablar, pero era comprensible dado el uso que le había dado a su arma. Netero había presenciado la formación de hielo sobre las nubes y la sorpresa y el asombro le habían hecho moverse. Sabía que los exorcistas le necesitarían tras la batalla. Intentó calmarla con suavidad sin éxito. Tendría que estar muriendo de frío y dolor por las heridas, por qué demonios era tan cabezota? Su semblante se mostró preocupado por los erráticos gestos de la escocesa. Colapsaría de seguir así, y ella parecía estar consciente de ello.

Por eso no entendía que ella le empujara hacia el montón de cadáveres. Estaba claro que no había civiles supervivientes, entonces por qué...? Tal vez hubiera enloquecido.

Un suspiro de frustración brotó de ella, que se rindió en brazos del anciano.

El buscador sonrió forzado y la depositó amablemente sobre un trozo de columna que estaba más cercano a la entrada. Le pidió que le esperara y salió apresurado a buscar el resto de sus materiales, entre los cuales estaban un par de botiquines de primeros auxilios y unas mantas que habían llevado para sobrevivir a las gélidas noches de aquel lugar.

Si debía lamentar algo era la muerte de Paulóv y la del chico, eran los dos tan jóvenes... Tal vez luego podrían hacer unas tumbas improvisadas, si, ella parecía ser creyente. Seguro que lo entendería.

En la iglesia, Nine estornudó y se frotó la nariz esparciendo un poco de sangre de su brazo con la mano que lo sostenía, puesto que la otra ni siquiera notaba que siguiera formando parte de ella. Seguía mirando con intensidad el montón de cadáveres y el absurdo comportamiento de su golem. Si por un casual, se cumplía su idea, por tonta y poco realista que fuera, tendría que replantearse un par de cosas sobre su negatividad hacia la compasión e intervención divina.

Tal vez todavía podría castigar a cierto rubio por su impertinencia.



 
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Mensaje por Invitado Dom Ago 04, 2013 3:45 am

Durante las fracciones de segundo en que su cerebro se detuvo a procesar que el chico danés estaba ''naciendo'' del medio de una pila de cadáveres destrozados, se sintió moderadamente feliz.

No era una felicidad plena ni satisfactoria, como la que disfrutaban esas personitas normales que tan a menudo la rodeaban, pero a su modo retorcido de ver las cosas, aquello podría entrar en la categoría de milagro, regalo o alguna clase de intervención de la suerte en su favor.

Mientras ninguno de los dos la miraba, se permitió sonreír. Para sus adentros, más para si misma que para demostrar esa fugaz sensación de alegría. Era condenadamente inapropiado reír en medio de una catedral profanada y con cientos de inocentes pudriéndose a su alrededor, pero ¿ qué más daba ?

Las manos del buscador volvieron a sus hombros, haciendo que recuperara la compostura y el gesto serio. Su mirada evitaba centrarse en el maltrecho chico, si bien había salido con vida, ni por asomo estaba ileso. Ella tampoco, aunque la costumbre y las viejas cicatrices que ya se iban acumulando la volvían un poco inmune a toda aquella parafernalia de apuros y quejidos.

Cuando le habló, decidió volverse sorda por un par de segundos, no se sentía bien consigo misma por sus actos, pero las opciones habían sido esa o dejarle o morir. Y como tampoco iba a excusarse frente a un recién llegado con demasiados aires, la solución más sencilla era no mirarle y pretender que le daba igual su reacción.

Quería gritar un poco a aquella rubia cabeza hueca, pero debía contenerse delante del buscador. El hombre ya la conocía de antes y sabía que todo lo que sucediera en su presencia sería detalladamente informado y reportado a lo largo y ancho de toda la Rama. El solo imaginar ciertas reacciones le daba náusea, no debía perder la compostura.

Le prestó una tela con la que inmovilizarse el brazo, y procedió a hacerlo de manera un tanto torpe. Luego detuvo la hemorragia de su pecho, al menos hasta que llegaran a la casa franca que los exorcistas habían estado utilizando.

El asiático no podía dejar de admirar la entereza de ambos, sobre todo la de la chica, pero sin por ello menospreciar a alguien que recientemente había perdido todo su hogar, familia y amigos. Aquellos dos jóvenes de edades tan próximas ya se mostraban ancianos en ciertos aspectos de su comportamiento, pero era así para todos los exorcistas, al menos los que el había conocido. La infancia, la vida fácil, el creer que los monstruos solo están en nuestras pesadillas, todo aquello les era negado en apenas un par de horas, y de su reacción dependía el hecho de que siguieran con vida.

Ambos se convertirían en grandes maestros, pensó con un orgullo ajeno el buen hombre. Si no perdían la vida por el camino, claro.

Tardaron casi una hora completa en regresar a la mole victoriana de la casa del alcalde, un camino que anteriormente apenas les había costado minutos. Los ojos de la escocesa se cerraban con dolor cada vez que un movimiento involuntario hacía que la articulación de su codo se moviera, y las pequeñas y redondas gotas de preciado líquido carmesí iban dejando un sendero bien marcado hacia su destino, si bien ahora ya no quedaba nada vivo que quisiera seguirlo.

Cuando entraron, la agradable diferencia de temperatura con el exterior y el todavía presente aroma a lo que Hans hubiera cocinado en la mañana lograron que su estómago se retorciera ansioso y que su frío se hiciera todavía más presente.

Le quemaban las puntas de los dedos como si le estuvieran clavando pequeñas agujas de bambú y retorciéndolas lentamente, con morbosa lentitud. El buscador la ayudó a subir los escalones que la separaban de la mullida cama, hablándole e intentando que mantuviera la consciencia.

Quería matarle, decirle que la dejara en paz y silenciara aquella tonta voz.

Nunca se había sentido tan helada, tan desvalida, tanto que la herida del pecho y cualquier otra herida anterior comenzaban a desaparecer de su lista de cosas dolorosas, era como si su cuerpo estuviese en un nuevo apartado de su mente, nublada por aquella sensación de pérdida de calor, como si su inocencia se hubiera alojado dentro de su cuerpo, desahuciando toda calidez.

El único lugar donde el calor se acumulaba era el brazo izquierdo.

Cuando llegaron a la cama e intentó sentarse, gritó sin poder evitarlo. Su brazo roto en dos, al parecer se negaba a ser ignorado. El shock la llevó a la tierra de la amnesia por un momento, haciendo que quedara muda y temblorosa mientras Netero bajaba apresurado a calentar y esterilizar las vendas, no sin antes ayudarla a tenderse y arroparla con toda la suavidad que pudo, cosa poco eficaz pues le arrancó otro grito.

Se llevó una mano al rostro y agarró un gran puñado de pelo, crispándose de manera compulsiva y mordiéndose el labio inferior hasta hacerse sangre para no llorar o seguir chillando de manera descontrolada mientras se estiraba poco a poco, notando como su hueso partido rozaba con la otra mitad de la que se había escindido. Tenía roto el húmero, probablemente el cúbito también. Se movían, dentro de su piel, destrozando tejido nervioso y provocando algo que nunca había sentido.

Quería arrancarse el brazo, como si con ello el dolor fuera a desvanecerse.

Cuando el viejo regresó cargado de vendas y buenas intenciones, se encontró una atmósfera de hostilidad latente, más que a alguien herido y con necesidad de ayuda. Trabajó rápido y sin mediar palabra, ignorando los gemidos ahogados y la tensión del cuerpo, cuando necesitaba cortar tela para acceder a una herida y limpiarla, lo hacía, y los paños calientes colocados sobre la frente de la chica, su abdomen y piernas parecían ayudar a que su temperatura se fuera recuperando. Ella no parecía agradecerlo, aunque estaba lo más quieta posible y con los ojos firmemente cerrados, lo que le hacía pensar que estaba desmayada, que sería lo mejor. Pero en cuanto hubo terminado con todo lo superficial, pues ninguno de los cortes era excesivamente profundo, y le tocó el brazo para comenzar a entablillarlo, un agarre férreo en sus ropas lo detuvo, haciendo que se sobresaltara y casi volcara la bandeja con medicamentos.

Netero, en todos sus años de experiencia, había visto gente histérica, gente a punto de morir, gente herida y rabiosa, gente que se había vuelto loca por el dolor... pero aquella mirada roja como la sangre, con las afiladas pupilas dilatadas y redondas que le hacían pensar en un gran felino a punto de atacar pero a la vez terriblemente asustado, logró que el hombre sintiera el peso de una honda tristeza.

Ah, señorita, que bien, está usted despiert... – una mirada más atenta le hizo dudar, y callar. Tenía los ojos abiertos, pero no hallaba signo alguno de que le estuviera escuchando. Sus palabras no la alcanzaban, pero no había dejado de sentir dolor. 

Señor del cielo, por qué nunca das alivio a tus siervos, incluso cuando ya han padecido suficiente...

Intentó que se relajara, susurrando cosas incoherentes y apartándole la agarrotada mano, tratando de que confiara en que ya no le haría más daño si no lo contrario, algo difícil de creer dado que ambos sabían que era mentira. Ella rechazaba los somníferos más potentes, y las pastillas que le habían dado no eran suficientes ni para dormirla ni para quitarle el dolor.

Suspiró agotado, tenía conocimientos suficientes sobre como auxiliarla, a ella y al muchacho, pero no era tan excelente como su compañera fallecida. Le habría gustado tenerla al lado en un momento así, pues ella simplemente habría introducido la píldora en el caldo y habría obligado a la exorcista a beber...

La idea lo alcanzó como un rayo, y tras levantarse delicadamente y apartar la gran cantidad de vendajes usados, algodones empapados en sangre y palanganas con agua y esquirlas de metal que le había extraído de los cortes, se dirigió al piso inferior y puso algo de agua a hervir con hierbas medicinales. Simplemente la engañaría para que se tomara un somnífero y luego le estabilizaría el brazo.

Recordó entonces al muchacho, y presto acudió a atenderle. Este se mostró mucho más sumiso a dios gracias, y en poco tiempo había terminado de suturarle los cortes. Luego le buscó algo de ropa, y tras la mención a la chaqueta de la señorita Neverleid, decidió tomarse la libertad de gastarle una pequeña broma al rubio, sabiendo que ignorante del estado de la otra, le achacaría las culpas y tal vez provocaría una conversación entre ambos más adelante, sin duda la necesitaban, por lo que había oído. Al menos así se distraerían, sobre todo el, pensando en la desagradable tarea que le aguardaba.

Se hallaba en el piso inferior, con las diferentes prendas y la maltrecha chaqueta del uniforme a su vera, tarareando mientras removía aquella pócima infernal repleta de cosas que causarían sopor incluso a un caballo, cuando le oyó terminar con su baño y esbozó una amplia sonrisa. Oh, estaría bien que solo dispusiera de la parte inferior de un pijama para moverse... Su mirada se detuvo en las prendas. El pantalón de suave franela estaba allí, luego qué le había dejado al chico?

Un mal presentimiento le recorrió, mientras apresuraba sus movimientos buscando donde verter la medicina e intentaba escuchar lo que sucedía. Esperaba que al joven no se le ocurriera entrar en ese momento en la habitación, rezaba por ello. Incluso le dio un grito para indicarle que estaba abajo y que tenía sus pantalones, tal vez con ello bastara.

Mientras, en la habitación, un ruido extraño poblaba el ambiente. El golem de la escocesa permanecía tembloroso en un rincón, reacio a aproximarse a su dueña, a la cual apenas reconocía.

El ruido provenía de la cama, del lugar donde descansaba el brazo sano de la exorcista. Estaba apretando tanto los dedos contra el colchón y la sábana, que había comenzado a desgarrarlos.
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Mensaje por Invitado Jue Ago 08, 2013 4:45 pm

Los sonidos que la rodeaban se sentían apagados, igual que si su cabeza y oídos estuvieran bajo el agua. Pudo distinguir entre las temblorosas imágenes de su entorno que le provocaba la fiebre, como una figura alta entraba en el cuarto, hacía cosas en un rincón y posteriormente se acercaba a su cama.

Hablaba con ella, le veía mover los labios, tendría que escucharle. No lo hacía.

No le atribuía rostro alguno, ni siquiera recordaba su propio nombre en aquel momento, ¿qué importaba el de otro?

Luego le vio inclinarse, cambiar su ritmo al hablar y hacer gestos raros, como si algo le doliera. ¿Lloraba? Tal vez también estuviera herido, y eso la preocupó. ¿Por qué la preocupaba? Tenía un maldito brazo partido en dos, no debía sentir nada más que su propio dolor ni perder el tiempo en compasiones altruistas.

Oyó otra voz lejana, distorsionada y que le produjo alarma. ¿Era un enemigo? No exactamente, pero por algún motivo no quería que esa persona estuviera cerca suya. Y, siendo sincera, en ese momento no quería ningún ser viviente a su lado, tan sólo que se marcharan y la dejaran sufrir en paz.

Su inocencia hacía cosas raras a su espalda, no se acostumbraba del todo al nuevo tamaño del arma, mucho más pesado e incómodo. Tiraba de su cuello igual que un gran peso, hundiéndola en la cama, si bien sabía que de no llevarla tampoco podría levantarse.

Un olor agradable la hizo reaccionar un poco. Parecía que el último invasor traía comida consigo. Eso era bueno.

Las manos del que tenía a su lado la cogieron por la cabeza para levantarla, por alguna razón no sintió peligro en el y decidió permanecer tranquila. Tal y como pensaba, un borde metálico se apoyó en sus labios, dejando caer cucharadas de algún caldo o sopa que sabía realmente agradable y suave y que lograba menguar el terrible frío que helaba su cuerpo.

Todo iba bien, una sensación cálida embotaba sus sentidos y la hacía relajarse, olvidando el punzante y desgarrador dolor del brazo.

Y entonces algo de líquido la hizo toser, y cuando intentó incorporarse para toser y liberar su garganta, sus fuerzas no le acudieron, haciendo que se atragantara y la embargara el pánico.
Sólo durante un instante, pensó que moriría ahogada. Fue fugaz, un simple reflejo de supervivencia primitiva, algo absurdo, pues enseguida recordó respirar por la nariz, pero su inocencia, como siempre, decidió actuar en defensa del impulso que le transmitió el cuerpo de su ama.

Miles de estacas de hielo brotaron de la misma cama, esquivando por milímetros el cuerpo de la portadora y tratando de agredir a todos los demás presentes, congelando al mismo tiempo gran parte de la habitación.

La consciencia de la escocesa escogió ese preciso instante para regresar, haciendo que se incorporara bruscamente de la cama, y sorprendiéndola desagradablemente al encontrarse en medio de una especie de coraza de hielo que si se movía mucho la cortaría en pedazos.

Inmediatamente notó el sabor de los tranquilizantes en su boca, y una exagerada sensación de que la habían traicionado la embargó. No se paró a reconocer el lugar o si había matado a alguien con su ataque, su primer instinto era el de huir.

Intentó bajarse de la cama rápido y acabó cayendo, rompiendo algunos trozos de hielo que le hirieron los pies descalzos antes de desaparecer, sus rodillas rozaron el suelo antes de que pudiera pararse, y apretó los dientes entre gritando por el dolor del brazo y maldiciendo por su estúpida y destructiva inocencia.

No se sentía capaz de desactivarla y su uso se estaba comiendo las últimas energías que le restaban. Se sujetó el brazo herido con la otra mano y se levantó a trompicones, mirando a todos lados como si monstruos fueran a brotar de las esquinas oscuras de la pared o de los anodinos muebles.

Un oscuro recuerdo enterrado en lo más profundo de su subconsciente la poseía, le hacía recordar el olor de los productos químicos y el desinfectante, las vendas arrancadas bruscamente y las voces decepcionadas, y esas luces blancas que cegaban sus ojos demasiado sensibles...

Fuck. Aquello era el pasado. Aquello no volvería. Estaban muertos, todos habían muerto en el ataque. Ni siquiera recordaba sus rostros, no quería recordarlos. Ellos no eran su familia. Su única familia era su hermano. No debía dejarse llevar por aquellos pensamientos, o si no acabaría matándose simplemente para huir y tener silencio.

Retrocedió hasta la pared más próxima donde se golpeó la espalda por el poco control que tenía de sus acciones.

¿ Era la inocencia o los somníferos? No lo sabía, pero veía borroso y le temblaban las piernas.

Además, algo la tenía inquieta. Olvidaba algo, olvidaba a alguien. ¿Acaso no era la única en peligro?

El recuerdo de la reciente lucha la llevó a un nuevo estado de calma y aceptación pasiva de los múltiples daños de su cuerpo, sin duda estaba extenuada por eso y no por lo ''otro''. Y el akuma había muerto. Bien. Su misión se había cumplido.

Unas palabras se formaron ante sus ojos. '' Que cruel eres conmigo, Nine''. Por algún motivo, aquello la hizo sentir culpable.

Está claro que deliro. No tenía ni remota idea de a quien podría haber causado daño con sus actos o palabras, aunque por supuesto, no recordaba apenas nada de los últimos días.

Su cuerpo se escurrió hasta el suelo, incapaz de sostenerla ni un segundo más, mientras distinguía apenas como una enorme sombra oscura se acercaba hacia ella.

A lo mejor se estaba muriendo... que asquerosa forma de morir, entre harapos ensangrentados y una habitación desconocida.



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Mensaje por Invitado Sáb Ago 17, 2013 6:04 pm

Había cerrado los ojos despacito, cansada como para asustarse de lo que le sucediera en adelante. Si querían despiezarla y venderla a coleccionistas, le parecería bien, con tal de que la dejaran tranquila, a ella y a su maldito brazo roto.

Pero el sopor no era ni por asomo lo suficientemente profundo como para eliminar todo rastro de conciencia, una pequeña parte suya, seguía notando como aquellas dos sombras borrosas pobladas de aromas diversos se dirigían hacia ella en equipo, uno haciendo algo con unas telas otro sujetándole el brazo. Luego la levantaron, alguno, no supo cual, y la sacaron de aquel sitio desconocido para llevarla a otro que aún le sonaba menos.

Sus dientes rechinaban cada vez que el movimiento de los brazos que ferreamente la sostenían se volvía demasiado para el tranquilizante, veía pequeños puntitos luminosos aún bajo los párpados. Se dejo ir, como muñeca de trapo, tampoco quería resistirse, había llegado a la conclusión de que por mucho daño que le hicieran, no querían matarla.

El hielo desapareció paulatinamente, como siempre hacía, siguiendo la salida de su dueña de la sala. La inocencia decidió desactivarse al fin, en cuanto los pensamientos derrotados la alcanzaron.

Aquella tregua se manifestó con un suspiro un tanto gatuno por parte de la usuaria, en cuanto su cuerpo hubo entrado en contacto con aquel lugar mullido y calentido, procedió a dejarse llevar por el más profundo y reparador sueño.

Ni siquiera percibió que arropaban a su compañero en su misma cama, puesto que los habían llevado a la habitación del amo y señor de la casa y el aparatoso colchón medía lo suficiente como para permitir descansar a un pequeño ejército en el.


El anciano buscador se agenció una mecedora, para reposar un poco mientras la vigilia se convertía en una noche, luego otra, y por fin una mañana cuando ya habían pasado dos días, ella comenzó a dar señales de reaccionar. Aquellos dos niños se habían sacrificado por un bien que posiblemente apenas alcanzaran a comprender, y no por ello se volvía más soportable el contemplar sus jóvenes rostros poblados de heridas, tanto físicas como más profundas, heridas en el alma que ni todos los calmantes y vendas podrían tapar.

Era ya el mediodía, llevaban durmiendo como benditos más de 32 horas. Netero juzgó conveniente ir en busca de algo de comida, puede que no fueran parásito, pero de seguro necesitarían ingerir una gran cantidad de alimentos para reponerse.

Le dejó un breve mensaje grabado al golem, y abandonó la mansión a la caza y captura de ingredientes frescos. Bien podía permitirse explorar ahora que no había peligro, tal vez incluso buscara el arca para obtener nuevas órdenes o más medicamentos. Y no se podía olvidar de pedir un uniforme para el chico nuevo, aunque posiblemente no se lo darían hasta ingresar en la Orden formalmente, Johnny era muy meticuloso a la hora de las tallas.

Tarareó una melodía antigua mientras seguía las huellas de una incauta liebre. Esperaba que tuvieran un grato despertar.


Och, Dämon... que tu no duermas a horas normales no quiere decir que los demás tengan que hacer lo ... mismo.  – la imagen del rostro de su hermano se esfumó bruscamente ante sus ojos mientras se llevaba una mano al rostro, comprobando que no había muerto e ido a algún lugar extraño en el que fueran a asediarla pequeños fantasmitas de ojos rojos y sonrisas diablescas.

Pestañeó y se frotó un ojo con el dorso de la mano que había alzado, ¿que hora era? El sol ya debía estar alto en el cielo, aquella claridad que atravesaba los visillos de las enormes ventanas era evidente muestra de ello.

Miró a ambos lados incorporándose un poco, recordando que había sido llevada a aquella cama por alguien. Al no ver persona alguna en la habitación se sorprendió, pero su oído en seguida le hizo notar una suave respiración a su lado, que la hizo blasfemar y remover las sábanas en busca del invasor de su lugar de descanso.

Un taco bien feo escapó de entre sus dientes cuando le vio. Ah, Hans di Lucia. Danés. Estaba en el norte, y ya habían terminado la misión. Si. El chico nuevo. ¿ Le había devuelto ya la chaqueta?

Los recuerdos acudían a ella con lentitud, pero en un torrente imparable que sin duda le acabaría causando dolor de cabeza. Se detuvo unos segundos a recordar algo relacionado con el, creía que le debía una explicación sobre algo, pero las palabras se le escapaban.

Se acomodó un par de las múltiples almohadas tras la espalda, viendo que su cuerpo todavía no era el que debía y que además, fuera de la cama hacía frío. Pese a que le molestaba profundamente estar cercana a otro ser humano dentro de un lugar como era una cama, había bastantes metros de telas, mantas y colchón de por medio... y pensaba echarlo fuera.

Dedicó una ligera mirada al rostro del otro, notando como la fea cicatriz que le había causado el akuma se había empezado a cerrar, tal vez con la ayuda de los cuidados del buscador. Su golem eligió ese preciso momento para posarse sobre su cabeza y repetir con la voz del anciano algo sobre ir a por provisiones para la comida.

Nine se encogió de hombros mentalmente, no podía oponerse puesto que ya se había ido.

Una imagen diferente a las otras se pasó por su mente abarrotada de ideas. ¿ El había llorado ? En su presencia, por cierto. Le produjo una curiosa sensación de haberse inmiscuido en algo que le venía grande, y se sintió incómoda. No sabía lidiar con sus propios sentimientos, menos aún con los ajenos.

Ahora ya no se le antojaba tan mala idea salir al frío, tal vez fuera mejor que recibir alguna pregunta para la que no tenía respuesta.

Sus pies asomaron en el borde, y los balanceó apreciando la altura del somier. Estaba claro que los ricos vivían distinto al resto del mundo.

Notó la ligereza de su ropa, al parecer le habían cambiado lo roto por prendas de la casa. Un mullido jersey de lana de angora blanco ocupaba ahora el lugar de su ropa térmica y gruesa, sin duda una de esas cosas monas e inservibles de la señora. Le picaba un poco y estaba muy holgado en la zona de su pecho.

Aquella mujer que ni conocía, le caía definitivamente mal.

La herida de su pecho estaba mejor y le habían entablillado el brazo de forma que podía mover el hombro sin que el codo o la muñeca se desplazaran. Comenzó a caminar por la habitación hasta el aseo, pensando si darse un baño de agua hirviendo. Sus pies descalzos apenas hacían sonido sobre el viejo suelo de madera noble, pero aún así de cuando en cuando y a la mísera velocidad de tortuga que podía emplear para desplazarse sin dolerse, dirigía una furtiva mirada a la cama.

Sólo esperaba que no eligiera ese preciso momento para despertar y verla moverse cual marioneta descompensada.




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Mensaje por Invitado Miér Sep 04, 2013 6:16 pm

'' Buenas tardes o buenos días''' .... Fuck. No, no podía ser que pretendiera mantener una anodina conversación de encuentro tras la misa del domingo en aquel momento.

Se quedó callado. Ella pensó que tal vez sus ojos en ese momento estuvieran diciendo demasiadas cosas, cosas homicidas. Bien.

La escocesa aprovechó esos breves segundos de silencio extraño y tenso para colocarse lo más derecha posible, dada su escasa estabilidad, incluso apoyó la mano sana sobre la cercana manilla de la puerta, con pretensiones de huir de manera poco elegante antes de caerse de culo en frente de aquel... Hans.

No estaba ni remotamente cómoda en su presencia, menos aún en aquel espacio tan reducido, y mucho menos aún - redundantemente, oh, si, muchísimo menos - cuando le vio coger la lanza como si nada y comenzar a balancearla en perfecto equilibrio, tal vez un tanto torpe, pero como no, aquel chico parecía tener una especie de buena suerte perpetua que le impedía padecer tormentos y heridas lo suficientemente graves como para incapacitarlo y dejarle tieso, sin poder presumir de su buen manejo del arma.

Le frunció el ceño y le miró con abierta hostilidad, si es que antes no lo hacía. ¿ Acaso quería luchar con ella? ¿Retomar el entrenamiento? Un breve repaso de su estado le hizo saber que incluso con el brazo roto, magullada, y con la agilidad de una octogenaria reumática, el no era rival para ella. Saldrían mal parados ambos, por supuesto, pero una buena patada en cierta zona blanda entre las piernas del chico sería más que suficiente para acabar con todo aquello, y por dios que las piernas no le dolían tanto como el orgullo.

Luego se sentó en la cama, logrando confundirla. Sentado no podía luchar, o eso creía.

Se tensó cuando le vio coger aire, preparada y tensa como un alambre.

Nine, dime a cuantos de esos seres has llegado a matar y me refiero a akumas.

Su mandíbula se descolgó, floja, por un segundo mientras sus pupilas de dilataban. ¿ Akumas ? ¿ Cuantos... qué ? ¿ Qué demonios de linea de pensamiento guerrera tenía implantada dentro de su cerebro aquel rubio ?

Estaba, al parecer, ante una de esas personas que no sabían leer entre lineas.

Dejó caer la espalda contra la pared mientras abría y cerraba el puño de la mano sana, intentando no ponerse a gritar o alguna otra cosa explosiva que saliera de su boca en aquel momento. La pregunta se repetía en su mente, como un extraño mantra, absurdo, algo terriblemente pueril y en lo que nunca había puesto un segundo de pensamiento.

Recordó la manilla de la puerta y se deslizó ligeramente hacia ella de nuevo, deseando apartarse de allí, de aquel chico de ojos demasiado profundos y preguntas incómodas, de sus propias ideas que no paraban de lanzarle cifras, cada una mayor y más despiadada.

Cien... quinientos... mil tal vez? Sabía que más. Muchos más. Y recordaba algunos, los fuertes, los de nivel alto... los que le habían arrebatado a sus padres, aunque ese fuera un punto que se negaba a recordar.

Y los años que llevaba en la Orden, eso si podría decírselo. Había ingresado en ella siendo todavía menor de edad, y allí seguía a punto de superar sus veintiún años.

Llevo cuatro años siendo exorcista. No se cuantos akuma he matado, y mi mente en este momento no puede analizar el por qué algo así podría interesarte pero... si buscas alguien que anote cada una de esas máquinas con alma que destruye, deberías preguntar por un general llamado Sokalo. Si es que hay alguien tan aburrido como para llevar la cuenta, sin duda debe ser él.

El había vuelto a hablar mientras su embotada cabeza procesaba una respuesta coherente y no demasiado plagada de improperios. Había dicho Dämon. Repitió las palabras del danés en su mente, y un nudo se formó en su garganta. Había dicho el nombre, la palabra, las letras. El escalofrío que la recorrió la hizo apartarse de la relativa comodidad de la pared, solo para abrir la puerta y cruzarla a medias.

De todas las preguntas del mundo que le podrían haber hecho, aquella era precisamente la que más odiaba. Y, porque no sabía qué decir, ni nunca había pensado en qué diría si le preguntaban, simplemente dejó que sus pensamientos más oscuros se tradujeran en palabras.

No es, era. Me lo robaron, lo arrancaron de... No tiene sentido decir lo que ya no es. Por el me hice exorcista. Por el te he salvado, no creas que soy alguna clase de buena persona. Puedes estarle agradecido. – y sin dirigir la mirada atrás, cerró la puerta y alcanzó el baño forzando sus movimientos para atravesar rápido el pasillo.

Una vez dentro, se mordió el labio de una forma tan fuerte que se causó sangre, algo habitual en ella cuando estaba verdaderamente nerviosa, un tic que mantenía desde la infancia. Con el dolor lograba despejar las agitadas emociones que nublaban su cordura y frialdad habituales. Nunca nadie se había atrevido a preguntarle por el, nunca. En todos aquellos años, en el convento con otros huérfanos que le conocía, nadie, ni una sola persona, había vuelto a pronunciar su nombre. Dolía escucharlo, dolía sentirlo de la boca de otra persona.

No era justo.

A nadie le importaba.

Se desvistió con movimientos bruscos y acabó dentro de la bañera, sin agua todavía. Odiaba las bañeras, la madre superiora había sabido de su inocencia precisamente dentro de una. Y siempre había pensado que todo aquello era por su culpa, por culpa de...

Abrió el grifo cortando todo pensamiento de raíz, dejando su mente del mismo tono traslúcido que la humeante agua que comenzaba a brotar de los caños de cobre. Se notaba que era una casa de ricos, tenían agua caliente casi de inmediato.

No se había sacado todas las prendas, y comenzaron a pesarle igual que las vendas mientras se iban mojando poco a poco. El calor hizo que se le doblaran las rodillas, y se dejó caer con un golpe sordo, recalcándose sobre el respaldo y estirándose todo lo que podía mientras el agua subía.

Por encima del sonido del agua pudo oír como la puerta de la entrada se habría, aquella enorme mole de roble chirriaba bastante. Sin duda el buscador había vuelto y si no se equivocaba, habría dado con la puerta del arca y vendría con informes, tal vez comida, tal vez órdenes...

Sabía que el hablaría con el chico, enmendando tal vez su brusquedad y mala educación. No se sentía con fuerzas de ser politicamente correcta, por muy inocente que fuera Hans de todos sus problemas y recuerdos, simplemente no le apetecía lidiar con el. Había sido sincera, el le había visto matar a una persona, le había dicho que era una mala persona, incluso había estado a punto de matarlos a ambos en un descuido inaceptable...

Demasiadas emociones. Demasiados problemas.

Se relajó sin prisas, imaginando lo que pediría a su maravilloso cocinero rosado cuando por fin volviera a su pseudo-hogar, haría una nota al señor Bak solicitándole mejoras en su traje, podría dormir un par de días y tal vez, y solo tal vez, estaría un tiempo leyendo, o podría coincidir con Seth y saludar a Mr. Taz, si le quitaban la inocencia incluso puede que decidiera jugar con el. Tendría que ir a patear el trasero de Will, solo por decirle hola, y esquivar el cuestionario sobre la misión que Roh Fa le haría.

Una breve, diminuta y casi invisible sonrisa asomó en su agotado rostro. No lo reconocería en voz alta, pero deseaba volver. Y no se permitía desear cosas.

Oyó como Netero subía los escalones apresurado, y tras una pausa que debió emplear en consultar con el chico donde estaba ella, procedió a aporrear sonoramente la puerta del baño. Nine miró apáticamente hacia la madera en movimiento, negándose en redondo a responder o dar señales de vida. Sólo cuando le oyó hablar, y procesó lo que decía, se levantó bruscamente y tuvo que contenerse para no congelar el agradable charco de agua hirviendo en el que estaba sumergida.

¡ Señorita Nine ! Traigo noticias de la Sede, tenemos err... bien, sería mejor que le dijera esto en persona, pero, verá... El caso es que les han asignado una nueva misión, a ambos, aunque no contaban con Hans en un principio, le han incluido nada más saber de el. El informe me lo ha dado un científico, aquí mismo lo tengo, junto con provisiones y medicamentos y creo que un nuevo uniforme para usted, pero nada más. Y si no he entendido mal, se supone que no pueden volver, al menos de momento, ni siquiera estando heridos. – eso último le salió con amargura mal disimulada, incluso para el experimentado buscador aquello había sido terriblemente inhumano. Aunque algo le decía su instinto, de que tal vez la orden no viniera del jefe de la Rama Asiática, si no de alguno de los del cuartel central. El vaticano no tenía corazón. — Señorita... lo lamento, mucho, pero tenemos que partir inmediatamente.

Cuando hubo terminado su discurso, el silencio se hizo en ambos lados de la puerta, pues el viejo buscador necesitaba recuperar el aliento y serenarse para no cometer insubordinación. Ganas no le faltaban, aquellos niños merecían descanso. Y no lo tendrían.

Nine por su parte, no reaccionó más de lo que ya lo había hecho, hablar o quejarse quedaban fuera de consideración. El agua ya estaba fría, demasiado rápido, helada.

Comenzó a sacarse el vendaje del dolorido brazo, sin hacer ni un solo gesto que demostrara el dolor que la recorría. Cuando hubo terminado, se echó una toalla por encima y abrió la puerta, agarrando el lio de ropa negra y roja que el buscador llevaba en la mano y haciéndole un gesto para que guardara el informe que más tarde leería.

Que Hans esté preparado. Explícale la situación y que lea eso si quiere, a fin de cuentas la misión también es para el. Estaré lista en cinco minutos.

Y antes de que el sorprendido hombre pudiera ofrecerle ayuda, se encerró de nuevo y comenzó a desvestirse del todo, secarse y volver a vestirse, ignorando los feos crujidos de su brazo todavía sin soldar, aunque no quisiera estaba claro que tendría que permitir que se lo fijara de nuevo.

Mientras intentaba calzarse una bota con una sola mano, maldijo entre dientes, una sola vez. Luego siguió con movimientos más precisos.

Los deseos eran para los humanos, no para los exorcistas.



[ cambio de escena, continuando en Bonus Track ]


** para el corrector **:
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Mensaje por Faith E. Wippler Vie Sep 20, 2013 10:52 pm

Después de leer semejante misión (muy entretenida, por cierto), he aquí la evaluación:

Nine

Originalidad: 3
Concordancia: 2 (lo único que puedo señalar como malo en un rol que realmente destacó: los signos ¿? ¡! son bilaterales y muy pocas veces los usaste como tal, sólo ponías ? y ! que es para el inglés y evidentemente no lo digo para las partes que sí estaban en inglés)
Interpretación: 3
Realismo: 3
Respeto de las normas ya establecidas: 3

Total: 14 puntos

Hans

Creatividad: 2
Concordancia: 1
Realismo: 1
Razonamiento: 1
Ortografía: 1

Total: 6 puntos

En general Hans, se notó el hecho que fueras un novato en esto, pero fuiste un buen novato porque mejoraste constantemente a medida que pasaban los posts. Las faltas que causaron que bajara tu puntaje en 4 de los 5 apartados fueron básicamente que tu personaje se mejoró físicamente muy rápido en el inicio de la misión, cuando te enfrentaste con el Akuma-Gárgola activaste demasiado rápido tu Inocencia para ser sólo la segunda vez que lo hacías conscientemente (y se notó que Nine intentó ayudarte en esa parte, pero la falta se notó igual), faltó un poco de realismo en la forma en que Hans asumió su nueva realidad y hubieron fallas a nivel de redacción, ortografía e incluso en una parte hiciste un copy&paste de todo un párrafo de Nine que no era diálogo. Sin embargo, no te puse 0 en ningún apartado porque fueron básicamente esos errores de forma puntual (pero tampoco podía obviarlos) y los que fueron a nivel de redacción y ortografía fueron disminuyendo evidentemente a medida que avanzaba el reclutamiento. Es decir, el reclutamiento sirvió de la manera en que se busca: te enseñó a rolear apropiadamente (no a la perfección, pero se nota que mejoraste mucho a como iniciaste) y te fuiste dando cuenta de tus errores, enmendándolos. Así que, ¡muy bien Hans! Sigue mejorando así y felicidades por un reclutamiento tan interesante. Tú y Nine supieron llevarlo de una manera muy buena, especialmente por el hecho que no destacaron las batallas, sino el desarrollo de los personajes.
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