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Mensaje por Invitado Dom Oct 21, 2012 6:21 pm

Supervisor Bak escribió:

Hay que actuar con rapidez, según parece un akuma está atacando la ciudad de Aalborg. Lo único que sabemos hasta el momento es que la mitad de la población a muerto, y todo por culpa de un polvo que la maquina estaba lanzando desde el cielo. A continuación el akuma se ha dedicado a ir casa por casa masacrando a los supervivientes, es por eso que se envía a la exorcista Nïmue Neverleid a acabar con el akuma, y de paso descubrir el motivo por el que a atacado esa ciudad en concreto.




El viento… era frío, aullaba. Pero todo en aquella parte del mundo lo era, sus inviernos y sus vidas, aunque ahora ya no quedara nada.

Las cenizas revoloteaban en aquel paisaje árido, otrora lleno de vida y personas. Un sabio había dicho que no existía sonido más lúgubre que la ausencia del mismo, la ausencia de todo… retumbaba como un coro infernal, recordando que la ayuda no había llegado a tiempo.

En cada rincón de cada casa, en cada esquina, se apreciaban los diferentes rastros de la masacre allí vivida, rastros de tela, manchas de sangre, cristales y puertas rotas, zapatos desparejados, algunos demasiado pequeños, otros demasiado juntos.

Familias completas, representadas tan sólo por su ropa abandonada. Ancianos y jóvenes por igual, como siempre, la piedad no estaba en el diccionario de los monstruos del Conde.

No habría entierros, nada del descanso apacible en la tierra, bajo la madera y junto a sus ancestros. De todos modos, nadie quedaba para poder llorarles. Tan sólo el polvo, la ceniza, la muerte en aquel viento cruel del norte, que los hacía volar antes de arrojarlos de nuevo al suelo.

La puerta del arca se materializó en medio de todo aquello. Y la dejó allí.

Durante un par de segundos, sus rojizos iris evaluaron aquel… desastre.

Alzó la cabeza mientras bajaba un poco su bufanda, y respiraba con lentitud y cautela, alejada de los montículos polvorientos.

Mientras la sensación de deslocalización provocada por el arca se le pasaba con lentitud, las punzadas que brotaban de su inquieta inocencia la advertían de que el causante de todo aquello seguía en la ciudad. Latía en su nuca, clamando por sangre akuma.

Tendría que tener cuidado, pensó mientras tosía un poco y volvía a taparse, precaución para que en una de las múltiples ráfagas de viento no fuera a inhalar… a alguien.

Su golem no reaccionaba, no había comunicados ni radios de la orden cerca.

Sin saber a dónde ir y con la aparente ausencia de buscadores, que por lo visto habían sido víctimas del akuma igual que los demás habitantes de Aalborg, retrocedió hasta la vivienda más cercana y se metió dentro atravesando lo que quedaba de la puerta, echa trizas.

Permanecer en la calle y a la vista no era una opción saludable.

A lo lejos se oyó el ladrido de un perro, seguido por un sonido más brusco y… metálico, y luego de nuevo el silencio.

Se asomó con rapidez por la ventana. Estaban como mucho a un kilómetro, y mil metros con un ser que sin duda volaba, no eran nada. Probablemente se estaba encargando de lo poco que quedara con vida, sin duda habrían huido a las afueras.

Tendría que encontrar una estación de comunicaciones de esas que llevaban los buscadores para informar. O bien podría ir directamente a por el akuma y hacerlo pedazos, pero dado el alcance de lo que estaba presenciando, sin duda el monstruo no estaría sólo, y si lo estaba… aquello le recordaba demasiado a la cueva. La única diferencia es que este no se ocultaba, no hacía el mínimo intento por esconderse y eso sólo podía significar dos cosas: o tenía instintos kamikazes, o estaba muy seguro de su poder.

Para haber acabado con tanta gente en tan poco tiempo, sin duda el ataque sería letal y difícil de esquivar, o invisible…

Debería haber traído buscadores. Aunque un grupo sería más difícil de ocultar y desplazarse por un sitio tan desolado, cualquier mínimo movimiento llamaba la atención...

'' Crac ''

El sonido la sobresaltó mientras su cuerpo reaccionaba antes de que su mente pudiera procesar lo que veía. Su inestable inocencia latía a su espalda mientras en sus manos comenzaba a desprenderse el vaho señal de que aquel hielo destructor de materia oscura estaba preparado para defenderla.

Una pequeña sombra saltó entre los escombros y huyó hacia unas escaleras que bajaban a lo que sin duda era el sótano de aquella vivienda.

Con la mente abarrotada de diferentes ideas sobre lo que tenía que hacer, no pudo evitar dirigir su vista hacia aquel hueco en la pared que descendía bajo el nivel de la casa.

Tal vez el akuma no hubiera revisado los sótanos. Era poco probable, pero la puerta estaba poco dañada, entreabierta nada más, a diferencia del resto ruinoso que componía todo lo demás.

Quizá la arrogancia de aquella máquina fuera una baza a su favor, decidió mientras se levantaba y caminaba con movimientos de gato entre los escombros, con cuidado de no alterar aquella pesada atmósfera inerte.

Entornó la puerta con el hombro antes de asomarse y escuchar, percibiendo tan sólo el sonido de las ágiles pisadas de los roedores, que sin duda se estarían dando un festín con todo lo dejado atrás por los humanos.

Fue imposible evitar que los escalones de madera chirriaran, aún siendo ella tan liviana y moviéndose con sigilo, había cosas inevitables, como que las casas viejas hacían ruido, sobre todo si estaban en precario equilibrio de unos cimientos dañados por la destrucción de un akuma.

Por ello, no le vio.

Porque estaba atenta, descendiendo los últimos escalones de espaldas y sin perder de vista la puerta, por eso mismo, se tropezó con algo punzante que le cortó el tobillo de forma superficial, que la hizo caer de forma tan absurda que tuvo que morderse la lengua para no blasfemar mientras se caía sobre... él.

El sonido del golpe quedó amortiguado por lo que sin duda eran las costillas de un cadáver.

Se apartó bruscamente mientras intentaba controlar la reacción de su inocencia, que había sido ponerse a congelar todo lo que les rodeaba.

Mientras recuperaba el ritmo de sus latidos e intentaba no faltarle al respeto al cuerpo allí presente maldiciéndole por su presencia de forma inútil, sus ojos se vieron atraídos por el arma que llevaba encima, causante de todos sus males.

Acuclillándose con curiosidad por el hecho de que aunque las ropas del muerto se hubieran congelado la lanza no se había visto afecta en absoluto, la golpeó ligeramente con un dedo enguantado. La lanza desprendía un extraño tono verdoso, demasiado familiar.

Hmm... qué te parece Ice, me parece que tenemos a un compatriota tuyo aquí tirado. – murmuró mientras contemplaba más detenidamente al portador de la inocencia.

Posiblemente habría sido la causa de toda aquella muerte y caos, y a lo mejor ni siquiera lo sabía. Tenía el rostro y parte del pelo manchados de sangre, al parecer por una herida reciente pues todavía no se había coagulado. Era bastante joven, sin duda no se habría podido defender de un akuma nivel dos al no haber recibido entrenamiento.

Mordiéndose el labio se levantó y sacó a su golem de las profundidades de su bufanda. Le murmuró unas coordenadas, las últimas que tenían sobre la localización de los buscadores.

Intenta localizar una estación de radio... – suspiró cansada antes de añadir – o supervivientes, que no te vean. – el pequeño instrumento que tan vivo parecía a veces, le rozó el rostro antes de marcharse aleteando por una reja desde la que se podía ver el adoquinado de la calle.

Se quedaría allí por el momento, la protección de la inocencia era prioritaria. Además, a diferencia de otros, no se sentía incómoda en presencia de un muerto, ni entendía esa absurda costumbre de taparles el rostro.

Mientras se cruzaba de brazos y se sentaba al lado de la inmóvil forma humana, le dirigió una última mirada pensando que era una pena, puesto que por la forma que tenía de sostener el arma y que no hubiera rechazo, era obvio que eran compatibles. No le gustaba la idea de reclutar gente, pero dada la situación que rodeaba a aquel chico, con el habría hecho una excepción.

Y la sangre... seguía estando fresca. Pero, era imposible, ¿cierto? Había visto los trozos del montacargas, si había caído desde tanta altura, romperse la cabeza era lo más normal, o tal vez habría caído en coma, o se habría desmayado y tenía las costillas rotas, o...

Holy shit. Comenzaba a dolerle la cabeza.

Molesta, se sacó el guante izquierdo sujetándolo con los dientes y colocó dos dedos bajo la barbilla del chico, buscando la yugular. Tan sólo lo comprobaría por rutina.


Cosas =^=:
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Mensaje por Invitado Mar Oct 23, 2012 12:05 am

... El universo, giraba en su contra. Tenía alguna especie de perverso plan consistente en causarle todo tipo de problemas sin la más mínima lógica o aparente resolución, y de los cuales, por supuesto, era cuasi-imposible obtener un beneficio.

uhhh...Hola...Señorit...ugh

Había visto como un supuesto cadáver le hablaba. Y por si fuera poco, tras decirle ''Hola '', como si nada pasara ni estuviera medio desangrado en un sótano de una ciudad muerta, la miraba mal, como si su presencia allí le resultara más molesta que los roedores caníbales a los que tenía por compañeros de cama.

Ella parpadeó dos veces. Luego respiró hondo, y tras dirigir una mirada amenazante al techo, retándolo a que escogiera ese momento preciso para derrumbarse, había vuelto su atención hacia el... ya-no-muerto, ahora herido, chico.

Creo que me enseñaron a adorar al dios equivocado. Y me da que a los de por aquí les ha sucedido algo similar... excluyéndote, claro. – masculló cínicamente sin sacar su guante de la boca, intentando concentrarse en lo que tenía delante mientras contaba con lentitud las pulsaciones del chico que antes eran apenas localizables y poco a poco recuperaban un ritmo normal al mismo tiempo que el resto del cuerpo parecía ir cobrando una vida que casi había perdido.

Una vez tuvo la certeza, entre comillas pues ella no era una experta en medicina de campo ni nada similar, de que la recuperación era estable y no producto de una imaginación intoxicada por algo procedente del akuma, retiró su mano sucia por la sangre y dudó unos segundos antes de renunciar a volver a ponerse el guante y dejarlo totalmente empapado, cosa imposible de solucionar en un clima tan extremo.

Así que se alejó unos centímetros para dejarle respirar y poder pensar con calma mientras se guardaba la prenda con la mano limpia en uno de sus bolsillos y con la otra cogía un puñado de papeles viejos para intentar secarse.

Comenzaba a planificar cómo sería el traslado de aquella personita sangrante cuando recordó que se suponía que debía prestarle auxilio, así como preguntarle por su estado e intentar hacer algún tipo de cura... Cosas en las que no tenía ningún tipo de interés, precisamente porque solía ser ella la accidentada, y lo más que podía hacer sin supervisión o el instrumental adecuado, eran vendajes irrompibles en lugares sencillos como una muñeca o un tobillo.

Resignación. Él no tenía por qué sufrir.

Necesito que evalúes tu estado interno, dime si notas algún dolor en zonas blandas, como estómago o riñones... las piernas también, si te sientes capaz, flexiónalas, lo mismo con los brazos por favor... Bastará con que asientas o niegues si no puedes hablar. – se acercó de nuevo y se inclinó sobre el, luego movió su mano delante de los azulados ojos del chico, le había parecido que podía distinguirla, al menos no se había confundido de género al hablarle, pero era mejor comprobarlo, si se había golpeado demasiado la cabeza bien podía ver borroso o doble y eso no era bueno – ¿Puedes verme con claridad? – parecía que le costara respirar y hablar, tal vez tenía lesiones en la zona de la caja torácica. De hecho lo más probable es que se hubiera roto un par de costillas, pero la sangre de su boca parecía no ser interna, si no más bien producto de la herida del tabique.

Una lucecita bizarra se encendió en su cabeza, diciéndole que tenía que hacer ''esto y aquello'', palpar aquí y allá e inspeccionar, cosas que ella en una situación normal se negaría en rotundo a hacer, y que, incluso en aquel momento, le producían un tremendo rechazo. Y no porque el herido fuera del género opuesto, a fin de cuentas ella nunca había hecho ese tipo de distinciones, le desagradaba que invadieran su espacio personal y por supuesto, invadir el ajeno.

De alguna forma, no era momento para pensar en su estricto sentido de la educación o cuestiones éticas sobre mala praxis médica que podrían acabar con la muerte de un futuro exorcista.

Así que, procedió a sacarse el otro guante con los dientes, para no mancharlo, y luego rebuscó unos segundos en el bolsillo de su chaqueta antes de sacar un par de paños de lino y vendas, apósitos húmedos y algo de desinfectante. No era material suficiente ni por asomo, tan sólo lo había traído para poder tratar sus todavía recientes heridas, así que al chico le quedaría marca de cualquier herida que tuviera, pero por lo menos podría solucionar el sangrado por un tiempo. Sus dedos se detuvieron antes de sacar el pequeño equipo de sutura que le había dado el señor Bak tras su percance con los cristales en la última misión.

Inconscientemente, las cicatrices de las manos y el corte en el pómulo le picaron. La venda de su cuello le apretaba, casi como si volviera a estar allí dentro...

Apretó la mandíbula y contuvo su mente con aquella frialdad tan suya.

Aquello, de momento, se quedaba ahí. La única herida abierta o superficial parecía ser la de la cara, y con tanta sangre no tenía idea de su profundidad o qué tratamiento darle. Además, siempre cabía la posibilidad de que el lo rechazara.

Mientras esperaba a que le respondiera a las cuestiones básicas que le había hecho antes, usó uno de los paños de lino para secarle la sangre alrededor del corte en su rostro, de forma eficiente y procurando no limpiar lugares innecesarios o extender la mancha.

Al hacerlo no pudo evitar notar que el chico era posiblemente de su edad, o quizá más mayor, o más joven, a fin de cuentas no era buena adivinando edades. Le recordaba un poco a Will... sobre todo en esa mirada molesta que le había dirigido.

Demasiado pensar, se amonestó nuevamente. Y de la herida comenzaba a brotar otro hilo de sangre.

Cuando llegó a la zona herida, se detuvo un instante para coger la otra gasa con su mano limpia y empaparla en desinfectante, que llenó el oscuro cuarto con un fuerte aroma a alcohol, tan fuerte que casi provocaba náusea.

Al menos era mejor que el olor a crematorio.

No se si estas lo suficientemente lúcido como para comprenderme, pero, esto te dolerá bastante. Si quieres que me detenga o prefieres hacerlo tu, por favor, házmelo saber. Y no hace falta que me digas nada tan complicado como señorita, con un simple grito de protesta sobra. – comentó de forma monocorde y sin retirar el otro trozo de tela que de momento mantenía justo debajo de la herida que había vuelto a sangrar con el movimiento de la piel al ser tensada para limpiarla. No le dijo su nombre porque, algo tan insignificante como aquello, era irrelevante dada la situación. Aunque. si mal no recordaba, las enfermeras siempre se sabían los nombres de sus pacientes... perturbador, tal vez tenía algún sentido médico. Damn it, más tarde. Más tarde, si no se moría de nuevo, intentaría comportarse de forma aceptable para la sociedad.

Pateó con su bota a una inquisitiva rata que se había acercado con intenciones predadoras a olfatear el corte que la lanza le había causado, mientras esperaba incómoda la reacción del chico.
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Mensaje por Invitado Miér Oct 24, 2012 12:12 am

El chico respondía con dificultad, pero según lo previsto, y por lo visto era una persona con suerte, pues fuera de el grotesco corte de la cara, no tenía nada serio que el descanso prolongado no fuera a solucionar. Lo único que se le ocurría como solución temporal era algo que recientemente había descubierto de su inocencia.

Mucho más tranquila, aplicó las vendas empapadas en desinfectante sobre la herida. Al menos había estado lo bastante consciente como para darle permiso para hacerle daño.

Cuando notó como mataba a la rata, su cuerpo se tensó de forma desagradable y a punto estuvo de meterle la gasa en la nariz, tuvo que reprimir el imperioso deseo de desarmarlo o alejarse a una distancia prudencial, turbada por la facilidad con la que la lanza se movió, casi como si tuviera vida propia. Resultaba sorprendente que en su estado pudiera apuntar o enfocar un objetivo tan difícil y pequeño como los hambrientos roedores que no cesaban en su empeño de hacerles formar parte de su dieta.

Tras una mirada de soslayo al diseccionado cuerpo de la alimaña que pronto fue localizado por sus siempre hambrientos congéneres, siguió limpiando la herida mientras comenzaba a activar su inocencia para enfriar la desgarrada carne y entumecerla, intentando hacerle más llevadero el proceso.

Requería mucha concentración por su parte, y no era sano para el... ni para ella. De hecho, excesivo frío necrosaría la herida, sobre todo si no lo retiraba al terminar y demasiado poco no serviría de nada. Además del consumo de poder de su todavía inestable inocencia, ella servía como catalizador, notando todas y cada una de las encantadoras punzadas del hielo en la yema de sus dedos, procurando que con el temblor producido por el frío y el entumecimiento no metiera uno directamente en la herida, cosa que su mano parecía empeñada en conseguir.

So, allí estaba bailando en la delgada linea de la concentración mientras con la otra mano terminaba de limpiar y esterilizar el corte. Lo observo con un intento de ojo clínico, y lo único que pudo pensar fue que tenía muy mal aspecto.

Era profundo y seguiría sangrando de no ser por la presión ejercida por su mano. Si no lo trataban se infectaría y le causaría fiebre, como mínimo, si es que no acababa por deformarle la cara o directamente matarlo.

Alzó la vista unos segundos hacia el hueco en el muro por el que se había ido su golem, pensando que, aunque encontrara una estación de radio, tendrían que llegar hasta allí y aquello no resultaría fácil si el chico iba goteando sangre en cada esquina, dejando un rastro bien visible y atrayente para cualquier akuma.

El set de sutura parecía quemar en su bolsillo.

No quedaba opción, y era absurdo hacer un drama. No pensar, no discutir, actuar sin más. Lo sabía demasiado bien.

Así que lo sacó, lo abrió y enhebró la curvada aguja sin movimientos innecesarios. Las gasas empapadas de sangre y desinfectante fueron arrojadas a un lado de la habitación, lo más lejos posible para mantener a la ''compañía'' entretenida.
Se inclinó un poco más sobre el para sujetarle la barbilla con parte del brazo y tener la mano libre para cerrar la herida mientras cosía. No podía perder la concentración o su inocencia haría de las suyas de mala manera.

Procura no moverte demasiado. – le comentó por decir algo, ya que ella le había inmovilizado la cara, antes de clavar la aguja en uno de los bordes y comenzar a tirar para juntarlo con el otro.

Era como coser un bordado de esos que hacían las monjas para la feria parroquial, sólo que en vez de algodón era carne humana, y la sensación de movimiento y desgarro resultaba desagradable por lo cerca que tenía que mantener el rostro para lograr distinguir lo que hacía en la oscura penumbra del sótano.

Apenas había logrado cerrar la mitad del corte y pasaba por encima de la zona del tabique, cuando un golpe seco que hizo temblar los cimientos de la casa, demasiado cerca, demasiado fuerte, seguido por un ruido gorgoteante que helaba la sangre, la hizo detenerse en seco.

Todo el vello de su cuerpo se erizó en respuesta a la conocida sensación mientras su rostro giraba hacia el tragaluz con rejas que llegaba justo al adoquinado. Cualquier otra persona, habría gritado por la grotesca escena que se presenciaba entre los barrotes.

Inclinándose bruscamente sobre la herida, cortó el hilo con los dientes tras anudarlo de mala manera, le tapó la boca al chico con el amasijo de vendas que pensaba usar y llevándose su ensangrentado índice a la boca le exigió silencio antes de incorporarse. Si hacía una mínima tos, estaban muertos.

En dos pasos bien calculados recorrió los pocos metros que la separaban del tragaluz y se parapetó debajo.

El repelente sonido de masticación y crujir de huesos logró provocarle un espasmo.

Había visto unos pies... flotando en el aire mientras chorreaban sangre. Y luego una garra del tamaño de su cabeza se había estrellado en el suelo, no sin antes desgarrar el, tenía que creer que lo era, cadáver y seguir devorándole.

Era un espectáculo dantesco y macabro, pero ella era un exorcista. Sus afiladas pupilas tan sólo intentaban apreciar el aspecto general y tamaño de un monstruo capaz de zarandear a un hombre adulto igual que haría un terrier con una de aquellas ratas.

Consiguió distinguir una coriácea piel, alas, las monstruosas zarpas y algo parecido a una cola. Era casi como un lagarto hecho de piedra, pero no lograba distinguir la cabeza. Tampoco es que fuera necesario, pero si podía estudiarle de antemano, sería más sencillo descubrir un punto débil.

La palabra gárgola le vino a la mente, mientras se agachaba con la sangre latiendo en sus oídos, bajo la ventana y lanzaba una mirada fulminante al rubio.

Se mordió el labio al notar como el akuma olfateaba el aire igual que un perro de presa, buscando supervivientes. Y, siendo realistas, ella deseó que los encontrara en otra parte. Había dos inocencias en juego, simple y llanamente no podía permitirse la compasión.

Notando que se acercaba, desactivó totalmente a Ice y miró fijamente el arma del chico, implorando a quien fuera porque no decidiera emplear aquel instante tan inadecuado para manifestarse dada la proximidad del monstruo poblado de materia oscura.

Por lo que fuera, no lo hizo. Tal vez el había hecho algo, pero la sombra con olor a muerte comenzó a alejarse mientras reanudaba su comida, sus pisadas se interrumpieron de golpe y ella se asomó para confirmar que aquellas correosas alas de murciélago no estaban sólo de adorno.

Volaba. Seguramente patrullaba desde el cielo.

Damn it. – murmuró mientras volvía a su posición inicial al lado de aquella persona cuyas posibilidades de sobrevivir mermaban a cada segundo.
Sacó el único apósito que quedaba limpio y se lo colocó en el trozo de herida que había quedado sin suturar a modo de parche. El chico parecería un mal intento de Frankenstein, pero no había otra opción. – Tenemos que movernos. Este lugar no es seguro, tengo claro que ese akuma busca tu inocencia... – si mal no recordaba el chico no había reconocido su uniforme, por lo que posiblemente no tendría ni idea de lo que le estaba hablando. Suspiró mientras se acuclillaba a su lado, reacia a sentarse de nuevo por la inquietud provocada por la presencia del juguetito del Conde – esa lanza. Querré escuchar la historia de cómo la has obtenido, pero prefiero aplazar las conversaciones para cuando no estemos en peligro inmediato de muerte, ¿no crees? Este lugar no resistiría ni un estornudo del ser que ha exterminado a toda la ciudad~... Si quieres conservar tu vida, procura recordar un sitio seguro, algo que no esté a más de un kilómetro, muros de piedra, madera no, por favor... alejado del centro, amplio, si tuviera agua corriente o comida, sería demasiado pedir, pero por lo menos piensa en un lugar en el que podamos morir sin que las ratas o ese maldito akuma nos devoren. – añadió sin digerir ni edulcorar sus palabras. No bromeaba. La cruda realidad era que dependía de aquel herido para moverse por las calles, y ella odiaba depender de alguien, sobre todo si ese alguien era un completo desconocido con la conciencia alterada por el dolor y armado con una lanza que, por desgracia, sabía manejar.

No podía activar su inocencia para insensibilizar la herida y lograr ayudarle con lo de la concentración, sería como un maldito foco en medio del océano. Aquella situación empeoraba por segundos, el akuma podría volver y el chico a no ser que por milagro lograra activar su inocencia y esta tuviera un poder de sanación apabullante, no se tendría en pie más de un par de horas, y menos aún en cuanto desapareciera por completo el efecto frío y la herida comenzara a palpitarle.

Más nos vale que pienses rápido, honey. – murmuró con un tono flemático y agotado, mientras se levantaba y estiraba los brazos, abriendo y cerrando los puños para desentumecerse del frío, procurando no apartar la vista del hueco que daba a la calle.
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Mensaje por Invitado Lun Nov 05, 2012 6:17 pm

Los humanos, nunca dejarían de sorprenderla. De formas cada día más exasperantes y retorcidas... ah, compasión, condescendencia.

Mientras se crispaba ante el afectivo comentario hecho sobre su persona, tardó unos imperceptibles y tensos segundos en seguir mecánicamente a aquel chico tan... especial, repasando sin poder evitarlo todos y cada uno de sus actos, preguntándose en qué momento exacto había hecho algo que la pudiera hacer ver como cariñosa. No sabía sentirse de otro modo, totalmente ajena a la facilidad con la que las personas, gente y demás, confiaban unos en otros y se tomaban libertades, prejuzgando a un total desconocido por la simple necesidad de sentirse cercanos.

¿ Que si se sentía un ente aparte de la humanidad ? En cierto modo, sí. Y no porque fuera exorcista, si no porque calificativos de caracter afectivo o familiar referidos a su persona, la irritaban de tal modo que llegaba a pensar en hacer cosas muy feas, desagradables y sangrientas a la persona que las hubiera empleado.

Por alguna razón bizarra, no comprendía ese modo de comportarse tan común a sus congéneres. Pero, los años del convento no habían pasado en vano. Su carácter ''adquirido'' , tan arraigado en sus entrañas que le resultaba imposible librarse de él y sus modismos educados y respetuosos, tampoco le permitían estar en constante queja o modo autista, así que simplemente renegaba contra el universo para sus adentros y fingía que no había pasado nada.

Esquivando por inercia todos los obstáculos, escombros y restos mortales de diferente tipo que topaban en su camino, miraba de reojo a su improvisado paciente. Era tan obvio su malestar como sus intentos por no mostrarlo, así que se abstuvo de sugerirle más cosas, a fin de cuentas su trabajo no era confortarlo, si no llevarle con vida a la Rama Asiática tras comprobar su compatibilidad y destruir al akuma. Y no necesariamente lo haría en ese orden.

Fueron lo más discretos posible, sobre todo ella, pero por algún motivo no había ni rastro del monstruo que segundos antes parecía haber estado patrullando la zona. Resultaba, perturbador como poco, pensar que algo más podría haber llamado su atención. Sobre todo por lo bien que les venía y lo despiadado de la supervivencia a costa de vidas anónimas e insignificantes.

Ya buscaría más tarde a algún cura o monja que rezara por la salvación de todo aquel pueblo. Siempre podría pedírselo al señor Bak...

Bien, esa es la casa, es bastante buena tiene 2 plantas y como todas las casas de por aquí seguro que tendrá un sótano donde almacenar bastante comida para medio o un mes entero.

Distraída en sus pensamientos y en la búsqueda delatora de la gigantesca sombra de algo volador, apenas miró la construcción, confiando en que la descripción del chico fuera correcta.

El graznido de un cuervo fue lo único destacable de la zona, por lo demás, en apariencia no les habían seguido. Los brillantes ojillos del emplumado animal los contemplaron con astucia e inteligencia, propias de un carroñero oportunista, mientras el chico rompía el endeble candado que cerraba la propiedad y accedían al que sería su refugio durante el tiempo que tardaran en derrotar al akuma.

El ruido de cristales rotos la sobresaltó, pero nuevamente se contuvo de quejarse, pues el método, aunque algo escandaloso, era más rápido de derribar la valiosa puerta dejando un hueco demasiado obvio.

Antes de entrar, apartó los trozos de cristal y los ocultó bajo los brillantes parterres que rodeaban la planta baja. Cuanto más anodino pareciera todo, mejor.

Entornó los párpados ante el modo de presentarse del candidato a exorcista, sobre todo por el comentario de que aquella era su casa. Su nombre era una curiosa mezcla de italiano y nórdico, tal vez hispano, no le quedaba claro. Tomó unos segundos en pensar cómo dirigirse hacia el, puesto que su apellido le haría sonar como una mujer, mientras sus ojos rastreaban la estancia bien acomodada en la que se encontraban.

Cuando el chico se sentó, de nuevo aquel esfuerzo por no parecer agotado fue obvio para su fría mirada. Acostumbrada a ese tipo de acciones por parte de sus compañeros e incluso de ella misma, decidió concederle el beneficio de la duda y pensar que no era por hacerse el ''fuerte'' si no por no causar más molestias.

Le estudió unos segundos, ignorando los ligeros e insustanciales comentarios sobre te o atender sus órdenes, un poco sutil intento de descargar el tétrico ambiente que imperaba en toda la zona, notando sus facciones y aquel intenso color de ojos que no sabía como clasificar y que llamaría azul-verde en su mente. No parecía desnutrido y tal vez tenía un poco de entrenamiento. Desde luego, estaba aguantado el tipo bastante bien, dada la situación, pero, le faltaba algo. El solo, no duraría ni dos minutos.

Tendría que cambiar las prioridades, tal vez eliminar al akuma pasaría a un plano secundario. A fin de cuentas, buscar un nuevo dueño para aquella inocencia sería contraproducente y una pérdida de tiempo y recursos para la Orden.

Y a diferencia de otros rubios del mal, este no desprendía arrogancia por los cuatro costados... todavía.

Nïmue Neverleid, puedes llamarme por mi apellido o sólo Nine. – comentó de forma seca mientras se sentaba en el reposabrazos del sofá, desviándose de la confrontación directa de estar frente a otra persona. Las presentaciones eran, sin duda, uno de sus puntos más débiles y que nunca se molestaría en mejorar. – ... Si quieres preguntar algo, este es el momento. No puedo garantizar tu seguridad, aunque haré todo lo posible para que no te maten, al menos no hasta que puedas defenderte por ti mismo. Imagino que no sabrás nada sobre exorcistas, o el Conde del Milenio y sus juguetitos carnívoros, aunque al parecer ellos si saben de ti. No creo que me equivoque en tu desconocimiento, pero... ¿tan siquiera sabes qué es lo que tienes en las manos? – no tenía paciencia para entablar conversaciones normales. Señaló la cruz de su uniforme para ver si reaccionaba al emblema y esperó la respuesta del chico, mientras sus ojos se enfocaban en la lanza, que pacíficamente se dejaba llevar como una simple arma, un palo con punta y nada más.

Como siempre para no variar, aquellos cristales divinos parecían tener un retorcido sentido del camuflaje. Su pequeña estaba como... inquieta, cada vez que pensaba en la reacción fría que había obtenido al tocarla, no podía evitar pensar en su propio poder.

Coincidencia o no, sin preguntar su opinión al respecto, lo cierto es que el destino había elegido a aquel chico. Una vez puso sus manos en la lanza, sus opciones se habían convertido en luchar o morir, eso, en el mejor de los casos. Según había oído, los que rechazaban o traicionaban a sus inocencias se convertían en algo tan sólo susurrado, los conocidos como caídos.

Cruzó las piernas mientras se reclinaba y movía la punta de su bota, deseando no tener que entrenarle y explicarle todo desde cero, y sabiendo lo inútil e improbable de su súplica.



disculpas~:
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Mensaje por Invitado Miér Nov 21, 2012 10:02 am

Debería… ¿golpearle?

Desde luego su cuerpo lo pedía a gritos. Su inocencia tarareaba aquella letanía homicida que por lo general sólo se podía oír en presencia de materia oscura o alguna otra criaturita del maligno Conde.

¿ Lo haría ?

No. No lo haría. Se limitaría a contemplarle, a escuchar todas y cada una de esas frases ingenuas, palabras que había oído tantas veces en labios de novatos, por decirlo de forma ética, recién llegados, ya fueran exorcistas, científicos o buscadores, todos hablaban igual. Personas que creían poder acabar con el Conde nada más llegar a la Sede. Y días después o incluso horas, esas mismas personas habían acabado muertas.

Lo único que debía plantearse era cómo evitar esa muerte prematura, aunque una pequeña parte suya, posiblemente influida por su descontrolada inocencia, deseara convertirlo en cubitos de hielo a raíz de esa brusquedad y esa manera de acercársele que su cerebro sólo contemplaba como amenzante o invasiva para su espacio personal. Pero el chico no tenía la culpa de ser impulsivo o de no conocerla.

Simplemente no le gustaba. Pero, no era políticamente correcto dejar que un futuro exorcista se estrellara contra el concreto, hecho un amasijo de pura realidad y huesos rotos, según le habían dicho lo correcto y apropiado era fomentar esa ansia de venganza para darle un buen motivo por el que luchar.



Trabajo es trabajo. Punto.

Antes de poder siquiera toserle al Conde, deberías concentrarte en eliminar simples akuma. Esos que tanto te molesta que llame juguetitos, — tiempo al tiempo, aquel humor rancio que poseían los que vivían rodeados de pura muerte y dolor, se le pegaría igual que la sangre a su calzado si conseguía sobrevivir lo suficiente — van evolucionando con el tiempo, conforme matan, al igual que nosotros aumentamos nuestro poder para eliminarlos. En este momento, tu no podrías ni siquiera con un lvl 1. Son como globos metálicos con miles de cañones y una especie de máscara de carnaval, y... con el tiempo, deberás ser capaz de destruir uno sin que te deje hecho un colador. Por ejemplo, todavía no he visto al gordo paseando por tu ciudad, pero si un gigantesco nivel 2, cosa que tampoco está a tu alcance y eso que su poder comparando con la familia noah es igual que comparar una hormiga con una bota.

Entonó aquel discurso preparado que había leído en alguna de esas circulares que el señor Bak le había pasado, contándole como las inocencias eran lo único que evitaban que el mundo cayera en sombras perpetuas y el caos se extendiera todavía más de lo que ya se había extendido. Los noah, con los cuales ya tenía una desagradable amplia experiencia, y por supuesto el personaje autor de toda aquella obra, aunque su información al respecto del mismo se basara tan solo en relatos. También le explicó como se creaban los akuma, haciendo incapié en el hecho de que implicaban la resurrección de un ser querido y el asesinato posterior del que le había invocado, pues recordaba vagamente que el chico había perdido a su padre. Salvar almas, salvar almas y más almas, en resumen, una misión divina.

Cada uno tiene sus propios motivos, a otros simplemente... no se nos ocurre otra forma de dar uso a nuestro tiempo, supongo. — La metáfora para no decir que directamente, no sabía hacer nada más. Y como ella, otros tantos. Les habían criado para ser eso, indirectamente, pero lo habían hecho. — No es como si tuvieras opción de negarte, pero podems fingir que sí, en caso de hacerlo, puedo quedarme con tu lanza y dejarte aquí. O matarte, en cierto modo te ahorraría el sufrimiento de que el murciélago gigante o lo que sea que hay en la ciudad te encontrara. — sus rojizos iris relucieron de forma escalofriante, pura prueba de que hablaba en serio. — Deberías decidirte pronto, y yo no voy a ayudarte con eso.

Le miró, evaluándole nuevamente y creyendo saber lo que pensaría, pero sin comentar nada más. En el manual ponía que tras la ''revelación'', deberían dejarles unos minutos para meditar o alguna cosa por el estilo.

Y así lo hizo, sin explicar a dónde iba porque no lo sabía, se levantó y salió de la acogedora y sobrecargada sala, dejando que sus pies la llevaran hacia algún lugar que pudiera resultarle útil para lo que vendría después.

Se encontró primero con la cocina, tan sorprendentemente cuidada que no se atrevía a desordenar algo o tocarlo tan siquiera, por si un señor malhumorado brotaba de alguna esquina para gritarle. Allí en apariencia no había comida, pero Hans le había dicho que todas las casas tenían almacenes en el sótano, con lo cual no le preocupaba. De todos modos, cocinar no era una actividad que le resultara placentera, y si comía, cuando recordaba hacerlo, se conformaba con algo caliente y que no supiera mal.

Tras la deslumbrante cocina, el resto de habitaciones le parecieron normales. Abundantes y excesivas, pero normales dado el cargo que ostentaba el dueño de la propiedad. Tras recorrer todas y cada una de ellas, y apreciar que ninguna se salvaba de tener ventanas, decidió que dormiría en el sótano. Cuanto menos se expusieran, mejor. Y ella no precisaba la comodidad de un colchón de plumas, aunque quizá al herido habría que procurarle un sitio blando donde descansar.

Cuando se hartó del segundo piso, volvió al principal y abrió la doble puerta que había bajo las escaleras, descubriendo una especie de salón de techo alto, enorme y liso, sin más muebles que un par de sofás, un perchero y una chimenea. Se internó en el, contemplando las ricas decoraciones doradas y escuchando como sus pasos resonaban de esa forma tan peculiar que tienen los lugares abovedados. Nunca había encontrado algo parecido fuera de una iglesia.

Era inmenso.

Una escueta sonrisa se extendió por sus labios mientras se acercaba a la chimenea y se ponía a encenderla, buscando proporcionar algo de iluminación a aquel lugar sin abrir los enormes ventanales que se hallaban cerrados a cal y canto.

Es perfecta. — murmuró mientras la chispa producida por su encendedor trataba de devorar la leña casi consumida.

Era el lugar óptimo para entrenarle, puesto que fuera resultarían un blanco obvio para aquel ser volador cuya similaridad con un animal no lograba identificar del todo.

Cuando la chimenea ardió de forma eficiente y crepitante, se levantó y se sacudió la ropa. Su estómago eligió aquel preciso instante para recordarle que por mucho que le aburriera, debía comer o el comenzaría a devorarse a si mismo.

Frunció el ceño, molesta por sus debilidades, y echó a andar fuera de aquel impresionante escenario recién descubierto. Tal vez debería felicitar al chico por el hallazgo, a fin de cuentas, había resultado ser un buen refugio y por encima de todo, podría enseñarle a no morir en dos segundos frente a un akuma.

Entornó la puerta mientras se abría la chaqueta y guardaba el otro guante que le quedaba junto al sucio, pensando en manipular con comodidad lo que fuera que hubiera dentro del sótano y que resultara comestible.

¿ Hans ? — preguntó al aire, mientras caminaba en dirección a donde se suponía que estaba el almacén. — Habría que ir pensando en comer, espero que que nuestra charla no te quitara el apetito. — añadió con ironía mientras le buscaba. Tal vez habría salido huyendo~ desde luego sería lo lógico si tenía un mínimo de instinto de conservación.



lalala~:
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Mensaje por Invitado Dom Dic 09, 2012 3:38 am

Sus pasos se detuvieron en la puerta mientras el aroma a carne especiada inundaba sus fosas nasales y las palabras del chico resonaban casi con eco en la enormidad que les rodeaba.

Dudó, curiosa por el sorprendente cambio de actitud sufrido en aquel que minutos antes parecía necesitado de una explosión y que ahora le apartaba educadamente la silla con tranquilidad, pero su estómago crujía clamando por nutrientes y, sabía reconocer las cosas sabrosas con tan sólo olerlas.

Miró la botella de vino con pocas ganas, pero oyendo la decisión de su ''alumno’’, sinceramente no le apetecía rechazarla.

Parecía ser del tipo entusiasta, con lo cual resultaría agotador de entrenar, o de arrancarle siquiera una súplica de descanso.

La cuchara voló a su boca con presteza, mientras estudiaba desde otro ángulo al ya candidato a exorcista.

Hmm, sabe… bien. Gracias por cocinarlo, aunque estoy conforme con cosas menos elaboradas tipo carne en lata o sopa en lata, o algo-no-identificado en lata, me alegro de haberlo probado antes de que el agotamiento no te permita ni levantar un brazo para rascarte la nariz. –comía rápido y de forma eficaz, por decirlo de algún modo. No le gustaba hablar mientras lo hacía, ni ya puestos, que la observaran, por lo que se terminó el plato en apenas un par de minutos y luego se levantó rápido para recogerlo, por poco sentido que tuviera cuidar un lugar que posiblemente acabaría destruido, si no por el akuma, entonces por su mano.

Al volver a la mesa, cogió la botella y leyó sin entender nada de lo que decía la etiqueta en francés, un idioma tremendamente bizarro en su opinión. Pero, tenía que fijar la vista en algo para mentalizarse de sus siguientes pasos.

Nunca había tenido una situación parecida entre manos, no había refuerzos, no había comunicación con la Orden ( al menos hasta que su golem volviera ), y su inocencia no se encontraba precisamente estable o obediente como para poder enfrentarse a un nivel 2 de proporciones grotescas y apetitos caníbales.

Y, como réquiem a su cordura, aquel chico estaba oficialmente a su cargo. Como exorcista de mayor rango, debía protegerle, informarle, enseñarle, entrenarle, y … en resumen, no matarle, pasar tiempo con el en general, en un sitio cerrado y con poca luz.

¿ Claustrofobia time ?

Usó los dientes para arrancar el corcho de la botella, luego lo cogió entre sus dedos y acabó lanzándolo descuidadamente hacia la frente de su proyecto de compañero.

Bebió un trago de alguna forma poco apropiada, pero sin derramar ni gota, saboreando aquella bebida tan clinicamente sofisticada y que sólo le recordaba a la sangre, se viese por donde se viese.

El falso calor producido por el vino le recorrió los músculos, vigorizándolos mientras su lengua notaba la acidez final de la uva. Se miró las manos, pensando bien lo que iba a decir antes de alzar la mirada y clavarla en aquellos ojos extraños para los cuales había creado la denominación verde-azulado.

Depositó la botella en la mesa y se llevó la mano libre a la nuca, girando a su pequeña asesina oscura y alzándola por fuera de su ropa.

No hay un manual para esto, por desgracia, a diferencia de para otras cosas absurdas que no lo requieren pero si lo tienen, así que no esperes grandes cosas de mi como maestra. Si sobrevivimos, podrás ir a quejarte a alguien para que te enseñen apropiadamente. – su inocencia eligió ese preciso instante para relucir de aquella manera azul eléctrica tan insana y hacer aparecer un pequeño cristal de hielo delante de las narices del chico, cosa que provocó que simplemente pareciera deseosa de presumir, si es que aquello era posible en un arma.Sus dientes brillaron unos segundos sin poder evitarlo, en aquella sonrisa tan extraña que le provocaba un objeto supuestamente inanimado. – … Ah, cómo decía, esto es una inocencia, de algún modo es lo mismo que tu lanza. Cada exorcista tiene una, ya sea dentro de su cuerpo o fuera, como es tu caso y el mío. Se conocen como tipo ‘’equipamiento’’, ya que no modifican/dañan demasiado nuestro cuerpo... aunque hay casos y casos. – Había sido mucho sarcasmo para sólo unas horas, pero la realidad era una pura ironía constante. — Cada una tiene un poder diferente, en lo que a mi respecta, esta pequeña alocada es Little Murderer of Ice, y como ya ha dejado bien claro, domina el hielo, la congelación, cristalización a nivel molecular etc etc… No está en su mejor momento, al igual que yo, por lo que no puedo garantizar el buen estado tu integridad física durante los entrenamientos. Procuraré… contenerme. – miró la botella y decidió coger una taza y servirse, quizá si se calentaba un poco, Ice resultaría menos agresiva.O quizá simplemente quería probar qué sucedía con su persona. — Creo que comenzaremos por ver qué puede hacer tu lanza exactamente. Dudo que puedas reunir la concentración necesaria para activarla sin más , pero eres libre de intentarlo si te apetece sufrir un poco. – si lo lograba tendría que felicitarlo en serio, o darle palmaditas o algún protocolo social extraño por el estilo.

Ladeó la cabeza y apoyó la barbilla en la mano mientras devolvía a su pequeña inquieta a su lugar de origen, congelando su espalda a perpetuidad. Las pausas para aquello que tenía que decir estaban calculadas para no permitir que el chico objetara nada.

Por el contrario, si quieres y deberías querer, descansar... aprovecha hoy, dormirás poco luego de mañana, aprovecharemos cada hora de sol que haya para los entrenamientos de control, activación y ataque, si se comporta como los akuma que he conocido, preferirá moverse de noche.

Suspirando, se levantó de nuevo, inquieta por llevar tanto tiempo sentada en el mismo sitio. La taza ya estaba vacía y el calorcillo no la abandonaba, aunque no se sentía mejor ni más amigable.

No hay mucho más que pueda o quiera decir al respecto… medita sobre tu existencia, busca ropa cómoda, algo que no esté cubierto de sangre (todavía), date un baño o escoge un lugar en el que dormir. Estaría bien si averiguaras lo que puede hacer esa amiga tuya, pero tampoco hay necesidad de que tu cerebro reviente pensándolo. En principio, debería reaccionar cuando algo o alguien te ataque seriamente. Es la forma más rápida que se me ocurre, pero recordando el estado en el que te encontré, igual es un poco vaga en ese aspecto. Conforme os vayáis sincronizando, supongo que se comportará de manera más protectora. De momento, creo que como máximo consiente que la toques, tal vez si la cabreo lo suficiente se decida a luchar, quien sabe~ – se dio la vuelta y echó a andar hacia la entrada, pensando en hacer una ronda de vigilancia por si se le había escapado algo.

Antes de salir del todo de la habitación, se detuvo y sacó una pequeña cajita de plástico negro lacado, con el símbolo de la Orden, que le lanzó a las manos. Dentro habría unas quince o veinte pastillas, hacía tiempo que no las reponía pero casi siempre olvidaba emplearlas por mucho que el señor Bak insistiera.

Tómate una para el dolor, inflamación y demás, y dos si no puedes dormir. Y no hace falta que me las devuelvas, las vas a necesitar más que yo. – le comentó relajada, porque en su cabeza ya había organizado un programa de trabajo y las cosas parecían volver a estar bajo control.— Procura tener ese palo con punta cerca, no vaya a ser que alguien decida comenzar el entrenamiento de forma imprevista y acabes convertido en un helado de sangriento limón.

Le hizo un gesto vago con la mano en la que llevaba la taza nuevamente llena de aquel vino que a su contacto, casi parecía caliente. Sus pasos la devolvieron curiosamente a la inmensa habitación, puesto que la altura del techo y la chimenea la atraían cual mosca a la miel.

Pateó uno de los sofás que se deslizó silencioso por el liso suelo como si de una superficie de patinaje se tratara, replanteándose el dormir en el frío sótano mientras se estiraba con la taza bailoteando entre sus dedos ante la calidad de las llamas.

No le preocupaba en exceso el humo, con la cantidad de explosiones e incendios que había sufrido la ciudad, además de que en el nuboso cielo norteño estaba poblado de ceniza humana que camuflaría lo poco que pudiera desprender aquella chimenea.

Aunque quizá el vino tuviera algo que ver en aquel amodorramiento progresivo.

Se sacó la bufanda y las botas, mientras subía los pies a los mullidos cojines de aquel sofá absurdamente ostentoso. Mientras abría su chaqueta, el salado aroma a sangre de sus guantes le picó en la nariz, haciendo que los arrojara cerca del fuego de forma perezosa.

El alcohol es una bendita mierda. – musitó a su taza vacía lamentando no haber cogido la botella entera.

Y al día siguiente le dolería la cabeza y mucho, pero a su cabeza no le importaba demasiado mientras sus ojos relucían absortos en la centelleante danza del fuego del hogar.

Tenía por delante una noche extraña y demasiado larga.




ñam~:
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Mensaje por Invitado Sáb Feb 23, 2013 4:49 pm

El chirriar de las contraventanas fue el detonante de su amanecer. Suyo, y de nadie más, porque fuera todavía estaba oscuro como la boca de un lobo.

Por unos instantes, un terror atávico la recorrió, presente siempre que despertaba en un lugar desconocido y sin luces, un instinto que llevaba tatuado en la sangre, siempre previendo lo peor en cada momento, incluso cuando uno descansaba borracho y mareado con una tela de tapiz usada como manta,y que ahora le pesaba toneladas, atragantada entre su cuello y su cara.

Un aullido ululante atravesó los gruesos muros que protegían la sala de los peligros colindantes, marcando su nota más alta en casi un chillido que resultaba homicida para sus sensibilizados tímpanos y descendiendo roncamente hasta desaparecer en la fría y todavía incipiente mañana.

Estornudó mientras se frotaba las orejas, molesta con el sonido, con cualquier sonido en general, y pensando como pequeña compensación que sin duda el akuma debía sentirse muy frustrado al no haber encontrado todavía la suculenta carne del portador de la inocencia.

Careciendo de reloj y en ausencia de su golem, no tenía modo alguno de saber la hora, y la astrología no era su punto fuerte, pero su espalda y cabeza chirriaban demasiado como para haber tenido un gran descanso.

Arrojó uno de los mullidos cojines al moribundo fuego del hogar, y se desperezó mientras repasaba mentalmente la situación, con toda la lucidez que le permitía el recuerdo de la botella de vino.

Hmm... shit, devuelvanme mis pastillas. – gruñó para sus adentros, levantándose con un precario equilibrio, bostezando hasta desencajarse la mandíbula un par de veces y yendo a buscar un lavabo donde asearse para poder poner su plan de entrenamiento ''espartano'' en marcha con un rostro que no pareciera el de una moribunda camino del cementerio.


Tras unos minutos dedicados a su aseo, consistente en agua gélida sobre su cara una y mil veces, absurdo intento de sofocar el dolor de cabeza, y sintiéndose ligeramente peor, se concentró en la búsqueda de su pupilo mientras rastreaba las habitaciones del castillo en absoluto silencio.

Había pensado diferentes maneras de despertarlo, ninguna especialmente agradable o sana.

Los akuma no llamarán a su puerta.

Cuando se hubo decantado por una que no exigiera demasiada concentración por su parte, se agachó y tras congelar literalmente todo el suelo del pasillo y de la habitaciones, llamó suavemente con los nudillos a la única puerta que estaba entreabierta y desprendía una ligera calidez, muestra sin duda de la presencia de un cuerpo vivo.

Todavía estaría dormido, sin duda gracias a los efectos de la pseudo-droga.

¿ Envidia ?

Good morning~ ... Hans, hora de levantarse. Espero que hayas descansado lo suficiente.– entonó con aquella voz suave que ponía en algunas ocasiones especialmente perturbadoras — Tu primera tarea del día será bajar al comedor, hacer el desayuno y... bueno, nada más que eso.

Se encogió de hombros mentalmente decidiendo no darle pista alguna de que algo iba mal. Mientras se deslizaba suavemente por la improvisada pista de hielo, descendió hasta la primera planta, no sin congelar las escaleras también obviamente, y se dirigió hacia la sala donde había dormido, recogiendo percheros y sillas y colocándolos de manera aleatoria por todo el lugar, creando una especie de laberinto sin sentido.

Luego colocó un par de estalactitas sobre la entrada al comedor, que se derrumbarían con tan siquiera un mínimo suspiro, y atravesarían a todo lo que pasara por debajo.

Dudó, antes de seguir congelando el suelo, y decidió reservarlo para la gigantesca sala, puesto que su inocencia todavía no se estabilizaba, tampoco le convenía forzarla en exceso.

Una vez completada su pequeña obra de tortura previa al desayuno, se cubrió con una tela oscura que tapaba uno de los aparadores y decidió aventurarse fuera, tan sólo para contemplar si algo había variado o si, por algún milagro su golem hubiera logrado llegar hasta donde estaban y no pudiera entrar a la casa cerrada a cal y canto.

La puerta se entornó en silencio mientras sus afiladas pupilas estudiaban el aire, la negrura previa al amanecer, intentando discernir presencia de enemigos en las cercanías.

Pero, a parte del espeluznante aullido de antes, nada se movía. La estática calma le recordaba a esa sensación asfixiante que precedía a las tormentas en su tierra, casi como si oliera la sangre en el viento.

Ensimismada en sus preocupaciones, volvió dentro y cerró con cuidado a su espalda. El tiempo se les agotaba, en algún momento aquel monstruo vendría por allí, sería consciente de su aroma, o tal vez sentiría las inocencias, pero tampoco había otra opción. Huir en campo abierto contra un oponente que podía volar era, como poco, suicida.

Y más en un terreno desconocido.

Su semblante se oscureció mientras volvía a la cocina y se sentaba a esperar a la pieza clave de todo aquello.

A uised tae coud dae it, but no nou... – musitó mientras toqueteaba el asa de una taza, esperando que su cocinero no se rompiera las manos antes de preparar un buen café.






Uu:
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Mensaje por Invitado Lun Mar 04, 2013 2:04 am

Debería haberse reído. Los gritos ahogados, chillidos, gruñidos y sonido de cosas cayendo antes de verle irrumpir en la cocina como alma que lleva el diablo y semivestido, fueron lo suficientemente hilarantes como para casi, casi, arrancarle una sonrisa.

Acabó por toser un poco para disimularlo, mientras tras un breve reproche y una observación demasiado acertada sobre la vida de la Orden, el chico se ponía a fabricar algo deliciosamente comestible con cosas que ella ni había notado que hubiera en las despensas.

Le estudió con calma, aprovechando aquellos inocentes minutos previos a la tormenta que pensaba desatar, metáfora irónica del cambio climático que se produciría proximamente en aquella mansión. Y no pudo dejar de notar, que pese a su falta de madurez, el potencial muscular ya había sido desarrollado, algo que mientras estaba cubierto de mugre y sangre no había podido notar, con lo cual, no comenzarían totalmente desde cero.

Duh~ a fin de cuentas su cabeza sigue igual de rubia, y parece que ni siquiera notó las estalactitas...

Se sirvió poca leche en el café y contempló dubitativa el pan, cosa que no era especialmente de su agrado. Con un suspiro, lo mojó en la taza y lo masticó sin saborear apenas, pensando que los carbohidratos la mantendrían caliente durante unas cuantas horas. Tanto se convenció de que ese día su inocencia resultaría demasiado irascible para su propio cuerpo, que acabó engullendo otro par de rebanadas con una firme capa de mantequilla, ajena a cualquier mirada imaginaria que le pudiera echar la (posiblemente) difunta sor Bernadette.

Dando sorbos a la humeante taza de café, se levantó casi a la par que Hans, sosteniendo con apatía las miradas homicidas que el rubio le dirigía, demasiado familiares ya y limitándose a escucharle antes de ponerse a caminar hacia la sala de ''entrenamiento''.

No veo necesario que te vistas más aún, a fin de cuentas pasar frío endurece el carácter. Si tienes vergüenza o miedo, no tendré problema en dejarte ir a por la ropa... – se detuvo a su lado y se terminó el café, depositando la taza en la alborotada cabeza de su alumno, con un perfecto equilibrio siempre y cuando el no se moviera — pero no pienso retirar todo el hielo que hay allí, tal vez ahora logre cumplir su cometido y acabes con un par de huesos rotos~ – su mirada le había estado preguntando por intentos de homicidio, so, aquella era su respuesta.

Movió sutilmente los dedos de una mano y la taza comenzó a congelarse sobre la cabeza de Hans, adhiriéndose a su cabello y formando una especie de corona abstracta de proporciones grotescas.

He mandado un golem, que bien puede haber sido destruido o volver con algún tipo de comunicación, pista o lo que sea que nos ayude a salir de aquí. Pero, y espero que lo comprendas – su dedo voló hacia la frente del rubio, tocándola ligeramente antes de apartarse y seguir a su dueña en su camino hacia el salón de actos — no pienso dejar la ciudad sin sanear. El akuma debe ser eliminado, y tu tienes entrenamiento por hacer, o cuando llegues a la Orden no durarás ni cinco segundos. Aunque, si viniera un grupo de rescate, no me importaría mandarte con ellos. Estarías felizmente a salvo, creo.

Y con esas palabras, al compás de uno de sus pasos sobre el alfombrado suelo, un pincho de hielo salió disparado de la pared hacia el rostro de Hans.

No sabía si se había bajado la lanza, pero si no lo había hecho, aquel sería el momento perfecto para que aprendiera que un exorcista de tipo equipo nunca se podía separar de su arma.

Su colgante pareció agitarse y pegarse aún más a su piel, llegando al punto de resultar doloroso, como si quisiera demostrar que estaba en el lugar correcto.

Tu objetivo de hoy será conseguir golpearme aunque sólo sea una vez, y sobre todo, no morir en el intento. – entonó políticamente correcta, volteando la cabeza hacia atrás. ¿ Sonreía ? — Atácame de todas las formas que se te ocurran, no intentaré esquivar, y a ser posible, procura usar ese palito afilado que te acompaña.

El pasillo se terminó, y la puerta la estaba esperando, desprendiendo una brisa gélida que se podía sentir en los huesos.

Cuando entró en la sala, el suelo estaba totalmente cubierto de hielo, una capa de más de cuatro centímetros de grosor. Ice no había dudado, al punto de sorprender a su propia usuaria, que parpadeó mientras se deslizaba suavemente hacia el sofá y avivaba el fuego, sabiendo de sobra que aquella hoguera mundana no alteraría en absoluto las propiedades de su hielo.

Cerró los ojos mientras dejaba su chaqueta a un lado, consciente de que necesitaría sentir más de lo habitual su propio poder para no lastimar al chico... Al menos no lastimarlo irreversiblemente. Tanteó, a oscuras en su consciencia, aquel floreciente y extraño poder que parecía brotar de su colgante, sintiendo una abrumadora fuerza que nada tenía que ver con lo que antes manejaba.

Es... era absurdo. No había hecho entrenamiento especial ni había intentado nada para aumentar algo, que por lo general ya le parecía demasiado destructivo.

Se mordió el labio, inquieta con todo aquello, pero pendiente de la próxima entrada de aquel a quien tendría que instruir en un momento en el que ambos se jugaban la vida.

Tenía el oscuro pensamiento de que si algo rompía su concentración, aquella pequeña asesina que llevaba a la espalda, literalmente explotaría. Y no haría distinción.



=o=:
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Mensaje por Invitado Sáb Abr 27, 2013 5:02 pm

Concentración y calma, fría, lenta y segura.

Hans ardía a la par que la hoguera alimentada por el sofá – y su pobre chaqueta, con sus guantes y bufanda–, había sido un acierto el no terminar de sentarse mientras le esperaba, pues el había supuesto lo contrario y eso le permitió esquivar.

El calor le molestó en la espalda. Pero seguía sin ser suficiente para alterar su hielo.

Pero no le devolvió el golpe, porque esquivar era lo único que se había jurado hacer. Estudiar los movimientos de su impetuoso compañero y mantenerle con vida parecían ser cosas difíciles de cumplir, aunque el empeño que ponía en golpearla era lo que intentaba obtener desde el principio con sus actos un tanto vandálicos.

No era tonto, algo impulsivo pero no idiota. Sabía que el hielo lo desequilibraba y dejaba en desventaja, pero se había adaptado sorprendentemente rápido a la situación, tal vez hubiera patinado antes o simplemente era algo innato. Lo cierto es que intentaba golpearla de una manera correcta, como de una persona entrenada, procurando no dejar aberturas por difícil que se volviera aquello.

Podría aguantar contra un nivel uno sin demasiadas dificultades, al menos en lo que a esquivar balas de sangre se refiere. — pensó con calma mientras giraba sobre si misma con agilidad y saltaba por encima de la cabeza de su rubio alumno – Pero solo está deduciendo los movimientos obvios, lo cual en nuestro camino no tiene sentido. Ees evidente que sigue pensando en oponentes ''humanos''.

Sus pies aterrizaron estáticos sobre el hielo, sin moverse ni un sólo milímetro más de lo necesario gracias a un par de cuchillas del mismo material que aparecían en la suela de sus botas, ayudándola a deslizarse de manera precisa y letal sobre su propio terreno. Si necesitaba velocidad, se la proporcionaban, y si necesitaba detenerse, simplemente se clavaban al resto del hielo.

Simple y útil. Podría hacer muchas otras cosas, entre ellas cortarle en pedacitos con aquellas aristas afiladas... pero no era el momento.

Una pequeña gota de sudor bajó por su sien, recorriendo su mejilla y haciendo que fuera consciente de lo frágil de su control sobre la inocencia. La gota se había congelado antes de tocar el suelo, si no terminaba pronto, aquello se pondría feo para ambos.

Decidió darle alguna pista, a su manera.

¿ Por qué no intentas concentrarte en el palito afilado mientras te mantienes quieto ? Algo como si quisieras atravesarme las tripas con ella pero sin moverte, pídele que se manifieste o que te ayude. – se cruzó de brazos y le miró de lado — Si esa cosa no te ayuda pronto, acabarás mal. Y no pienso llamarle lanza hasta que no demuestre servir para algo más que adorno.

No estaba en su naturaleza, por lo general, molestar a los demás de manera deliberada, pero su paciencia se agotaba al mismo tiempo que su golem no aparecía, lo cual significaba problemas y más problemas. De hecho, incluso podría darse la peor situación de todas las que había calibrado, y esa sería que el gran, enorme y feo akuma devora humanos estuviera en aquellos valiosos minutos, volando hacia su posición.

Casi premonitoriamente, una de las enormes ventanas eligió ese preciso instante para chirriar y golpearse de forma estruendosa, haciendo que su cuerpo se estremeciera visiblemente.

No se si eres consciente de lo que hay ahí fuera, esperándote. No se si recuerdas los montones de ropa abandonados, el olor a crematorio y los cientos de miles de vidas que se han perdido por causa de un arma que ni siquiera eres capaz de utilizar de forma productiva. — la lanza había actuado casi por cuenta propia matando a una jodida rata y en movimiento mientras le estaba atendiendo en aquel sótano. Y ahora lo único que podía hacer contra ella, era tambalearse y atacarla de frente. ¿ Acaso necesitaba alguna otra motivación que la propia amenaza de muerte ? Bien, se la daría. — Has aceptado ser un exorcista, con todo tu discurso y motivación de antes, y ahora ni tan siquiera puedes rozarme... te advierto nuevamente de que no tendrás segundas oportunidades. Por mucho que haya sido el akuma quien les ha asesinado, si no haces algo al respecto con el poder que se te ha concedido, para mi serás tan responsable de la masacre como ese monstruo.

Aquello era una sentencia. Su mirada se oscureció, tanto como la sangre seca. El objetivo de todo aquello era lograr que la inocencia reaccionara, o que el chico la hiciera reaccionar a base de odio e ira, y no le importaba que la dirigiera contra ella, contra el akuma o contra el maldito universo. Tenía que activarla, y tenía que hacerlo ya. Fuera cual fuera el poder, las consecuencias o lo que desatara, y por muy cruel que pudiera ser pedirle algo que a otras personas les llevaría meses, había algo que le estaba molestando desde hace un rato.

No estaba intentando matarla, ni siquiera darle un golpe minimamente letal. Aquel chico seguía tratando aquello como un simple entrenamiento o quien sabe qué. Y no se lo iba a consentir, menos aún si lo hacía por tratarse ella de una mujer o por algún tipo de gratitud rancia por como lo había rescatado.

Se crispó nuevamente, al punto de hacer crujir sus nudillos por la fuerza con la que cerraba el puño.

Sólo para que quede claro, no me debes ningún tipo de gratitud. Te he tratado como lo he hecho porque tienes una inocencia en tu poder, habría sido lo mismo con cualquier otra persona en la situación en la que nos encontramos. Y de igual modo, te dejaré y me llevaré esa misma inocencia por la que te he salvado si te veo incapaz de dominarla. La arrancaré de tu cadáver sin mirar atrás, no te quepa duda. — no se le daba mal mentir, por mucho que aquello desagradara a sus mentores, el arte parecía ser innato a su inexpresivo rostro y el color antinatural de sus ojos impedían que la mayoría de las personas pudieran tan siquiera mantenerle la mirada para intentar descubrir si lo que decía era lo que pensaba. Y en aquel momento, ni ella misma sabía si estaba hablando en serio.

Hizo una pequeña pausa para dejarle pensar una última vez, para prepararse a odiar con todas sus fuerzas. El hielo comenzó a acumularse en su brazo izquierdo, a la par que lo alzaba y detenía apuntando en dirección al rostro de Hans. Una fina y aguda esquirla comenzó a perfilarse, tan afilada como la más terrible de las espadas.

Había aceptado demasiado rápido todo aquello, en la noche anterior lo había notado. Aquella reacción no era la normal, no era lo lógico. Si había sido blanda con el, lo corregiría en seguida. Si se lo había pintado demasiado bien, le reventaría el cuadro en el cráneo. Su inocencia estaba deseando matar, y la maldita lanza del chico ni siquiera se había mostrado. Tal vez, por no detectar verdaderas intenciones homicidas. Tal vez aquel bonito palo afilado sabía que no se podrían matar entre ellos usando su poder, pero no contaba con la inestable naturaleza de su compañera. Había muchas maneras de matar a alguien sin implicar la inocencia, como bien le había demostrado Will.

Las agujas de suturar seguían en su bolsillo. Si la esquirla de hielo y sus palabras no surtían efecto en la mente del chico, logrando algún avance en todo aquello, iría a por el. Y no intentó ocultarlo. Miró a la lanza, y luego le miró a el nuevamente. La aguja caldeaba el bolsillo de su pantalón, de tan concentrada que estaba en ella.

Activala, ya.

No hacía falta decir lo que sucedería si no lo hacía. Sus oscuros ojos rojos hablaban más fuerte que las palabras que salían apenas susurradas de su boca.



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Mensaje por Invitado Jue Mayo 30, 2013 3:24 pm

Un tronco chasqueó en la abarrotada chimenea. El brillo del fuego se reflejaba en los ojos de Hans mientras se lanzaba a por ella con todo lo que tenía. Algo en su mirada la hizo estremecer, tal vez porque sabía que ahora no se tendría que contener.

Sus oscuros ojos siguieron los más claros del rubio, calculando lo que haría, apenas reaccionando cuando se vio privada de las cuchillas que la mantenían unida al hielo. ¿Acaso ahora dudaba ella?

No. No había duda en sus manos cuando usó la esquirla para equilibrarse precariamente sobre la helada superficie, pero estaba distraída, eso era innegable. Y había pasado porque... era fascinante. Fascinante ver como un muchacho anteriormente tranquilo y contrariado, confundido por todo lo que le rodeaba y triste por las pérdidas sufridas, de pronto se volvía uno con su arma, un arma activada al fin que centelleaba hermosa y terrible envuelta en aquel fulgor verde que ella tanto amaba, directa a su presa. Y su presa no era nada menos que su propio cuerpo.

Una ráfaga de viento gélido la envolvió, y le obligó a cerrar los ojos con sorpresa. Aquello no era de Ice, pero... no podría ser posible tanta coincidencia. No podía darse el caso de que el poder de Hans fuera el mismo que el suyo, cierto? Nunca había oído nada al respecto, y la idea resultaba demasiado atractiva para poder describirla. Una función combinada de hielo, akumas y noah empalados sangrando entre aquellos pedazos gélidos, el mundo sumido en la nieve y el frío...

Volvió a abrirlos rápido, temiendo perderse tan siquiera la ínfima parte de aquel espectáculo que cada vez la fascinaba más. La astilla de hielo se rompió cuando ella la soltó para alzar la mano en dirección al arma que venía a por ella. Si tan sólo pudiera tocarla antes de que se desactivara, sería feliz.

Que locura. La atravesaría. Moriría.

No sabía de dónde le venía todo aquello, cosas tales como felicidad o diversión, cosas que le gustaban y que no, eran ajenas a ella, nunca le habían preocupado en lo más mínimo, no verdaderamente. Tampoco hallaba placer en destruir y purificar almas, se suponía que era su trabajo, para ello la habían educado de una manera tan retorcida.

Entonces...¿porqué no se defendía? Hace dos segundos le habría matado sin dudarlo para poder marcharse rápido y con la lanza, acaso había sido un impulso malsano provocado por aquella sintonía de poderes? ¿Realmente estaba deseando otra inocencia?

Sabía lo que implicaba consentir aquello, tanto para ella como para el. No debía. ¿O si?

El chico se había abalanzado a por ella, sin duda para neutralizarla en caso de que el arma diera en su blanco, o tal vez matarla, tal vezl o había vuelto loco al decirle todo aquello, y no le importaba, no es como si fuera relevante. Pero, no lo era porque sabía que le iba a dar, aquella refulgente esquirla roja, letal y deslumbrante se clavaría directamente en su corazón. La electricidad de saberse en verdadero peligro de muerte habiéndolo provocado abiertamente, la sorpresa del poder del arma y su armonía divina con el suyo propio eran enloquecedores para su mente. Y ella no haría nada para impedirlo.

Stupid kids, wish for death is sin.

Un brillo horrible y cegador salió de su espalda, envolviéndola en un manto rígido y gélido, tan tangible y doloroso que la devolvió a la realidad en el instante en que la lanza hacía impacto penetrando un objeto duro y cristalino y seguía su camino hasta hacer contacto con su pecho, de manera superficial pero en el lugar exacto donde solía ir su insignia de exorcista, causándole un pinchazo molesto y que comenzó a sangrar.

Permaneció quieta, mirando directamente a los ojos a una especie de... persona de hielo. Que la abrazaba, por cierto. Y por algún motivo, parecía estar cabreada, si eso era posible habida cuenta de que era hielo y nada más. Su rostro estaba tranquilo, casi plano pero... por alguna razón parecía decepcionada. La tenía sujeta por los brazos, como si quisiera sacudirla. La lanza se había clavado en su espalda, atravesándola de parte a parte pero siendo retenida a su vez. De hecho, literalmente, si no fuera por aquella lo-que fuera-que-sea jovencita de hielo, ella estaría con la lanza entre las costillas y expectorando sangre, contando los segundos que faltaban para su entierro.

Parpadeó con lentitud, incómoda consigo misma y con su inocencia. No entendía ni el porqué de la ausencia de actos por su parte ni el porqué de la efectividad de los de su inocencia.

Quiso moverse, alejarse de aquel abrazo helador pero sus brazos simplemente no le respondían y al contornear el cuerpo, la lanza le cortaba por el rozamiento y arruinaba las únicas prendas de las que disponía, con horribles consecuencias para su próxima hipotermia. Torció el rostro curiosa por ver qué alcance había tenido aquello y por el destino de su pseudo-alumno, y se topó nuevamente incapacitada para moverse apenas unos milímetros, lo cual le permitió ver de refilón el cabello rubio del otro, pero no saber su estado ni si se habría logrado frenar antes de impactar contra la figura.

Sus ojos volvieron a su ''situación'', y mientras estudiaba una forma de liberarse de aquella prisión aparentemente irrompible, el cansancio comenzó a envolverla, y de pronto el hielo del suelo de la sala bajo su espalda se esfumó con aquel suave brillo tan característico que sólo se producía tras la desactivación de Ice. Lo mismo sucedió con la figura, aunque esta pareciese poco convencida al respecto y eso que las estatuas de hielo no debían parecer nada, pero desapareció también, y con ella la sujeción de la lanza, que calló con un suave ''plof'' sobre su cuerpo, convertida ya nuevamente en el palo con acero sin mayor valor que la de cualquier otra arma, salvo por las gotas de sangre que marcaban su extremo afilado.

La misma sangre que manchaba la suave camisa de algodón grueso y forro doble que tanto le gustaba, destrozada un poco por debajo de la clavícula y que dejaba entrever la herida y algún trozo negro de la ropa térmica que le había diseñado el equipo científico. No le dio mayor importancia mientras se incorporaba tambaleante, notando apenas el curioso aumento de peso en su espalda, casi como si el pequeño colgante hubiera cambiado de peso de pronto. Descartó la idea de llevarse la mano hasta la nuca, pues el esfuerzo requeriría de las fuerzas que le restaban, necesarias para llegar hasta Hans, arrojarle la lanza y alcanzar la puerta antes de comenzar con la letanía de espasmos, temblores y dolores de cabeza que solían enloquecerla al punto de llorar o mostrar cosas que no debería de si misma.

Y así lo hizo, con pasos algo torpes pero manteniendo aquel tono felino suyo, que no hacía ruido pisara donde pisara. La chaqueta parecía estar a km de distancia, y visto lo visto, tal vez al chico le hiciera falta, así que renunció a la idea de recogerla.

Si tienes frío, póntela. No es el modelo femenino, así que debería de irte bien. Además... acabarás teniendo una parecida. – le comentó señalando vagamente al sofá empotrado en el fuego, del cual sólo se había salvado la mitad, y al menos la mitad en la que estaba la prenda de abrigo. Esa parecía ser la noticia buena del día. Lo dijo mientras ponía la lanza desactivada al alcance de su mano sin dedicarle una mirada y comenzaba la lenta marcha hacia la puerta.

Llegó de una manera aceptablemente digna, y luego se tomó un tiempo casi demasiado largo en recordar donde estaba el salón con los enormes chaise-longue, de hecho para cuando sus pasos se volvieron a activar, ya había tenido una ronda de desagradables temblores y sus dientes chasquearon al punto de hacerla morderse la lengua en varias ocasiones.

Se equivocó, al parecer, al elegir puerta puesto que acabó donde habían desayunado. Y no quedaba nada caliente a la vista, el pan duro la miraba con sorna desde la panera, como recordandole que debería haber comido el doble sabiendo que iba a sufrir después. Frustrada, pateó una de las sillas y se desplomó sobre ella, apoyando toda la mitad superior del cuerpo y un brazo sobre la mesa, cabeza incluida como si la madera se tratase de la cómoda tela de un sofá.

Una idea curiosa le pasó por la cabeza, y es que el chico había cumplido la condición y le había alcanzado. Tal vez debería haber dicho algo de alguna forma, explicarse, ofrecer algo remotamente similar a una disculpa o ... simplemente debería haberse quedado con el, allí. A fin de cuentas había una fuente de calor alimentada por el mullido relleno del sofá que había empleado como cama.

La idea se esfumó en cuanto los temblores la hicieron estornudar y la herida salpicó pegajosa sobre sus piernas y la mano que se llevó al pecho apenas contenía la superficial pero irritante hemorragia, haciendo que maldijera entre dientes en contra de su persona, Hans y la lanza, o todo aquel absurdo país de invierno.

Ah, bien, si el no moría después de lo que había hecho y de el supremo golpe que posiblemente se había llevado, quizás le fuera útil contra el akuma. Sus inocencias podrían hacer que el monstruo se sintiera como se estaban sintiendo ellos en aquel momento, hmm.

Unos golpes secos como arañazos en el exterior hicieron sonar campanas de alarma en su cuerpo, pero no tenía fuerzas ni deseos de averiguar de qué se trataba. Posiblemente, se convenció, se trataría del viento, alguna rama rozando en la ventana o su desgraciadamente encantador golem había elegido aquel preciso instante para regresar con ella, justo cuando no podía ir a abrirle. O tal vez el akuma, por qué no. Pudiera ser que les hubiera descubierto, quizá su inocencia se había propasado o quién sabía qué y habían logrado atraerle al fin.

Fuck it all. – sentenció cerrando los ojos. Necesitaba un par de minutos, al menos un maldito par de minutos.

Y luego iría a arrancar pedacitos de las alas de aquel golem, akuma, pájaro o rama. Disfrutaría si se trataba de un ser vivo. Las ramas de árbol no chillaban a fin de cuentas.



Dsc*:
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Mensaje por Invitado Miér Jun 26, 2013 5:47 am

'' Llegó la hora de mi venganza... ''

La palabra venganza se filtró de golpe en su abotargada mente mientras la marcada presencia de otro cuerpo humano invadiendo su espacio y tranquilidad se tornaban inesquivables a sus sentidos. El escalofrío masivo le recorrió el cuerpo, haciéndola temblar y perder aquella posición tan poco cómoda, pero que le resultaba totalmente válida, en la que había acurrucado su cuerpo preparándose para hibernar, morir o lo que fuera, marcó el inicio de su desdicha.

Una teoría brusca la desveló, llenando sus pensamientos con imágenes de tortura y destrucción, en las cuales su idea de una redención sin mayores consecuencias se mostraba simplemente como lo que era, es decir, una idea boba. Tampoco era como si lo mereciese, pero desde luego le habría gustado olvidarse de aquel mundo gélido al que habían ido a parar sus huesos antes de ser juzgada por sus pecados. Sólo había soñado con la nada, acogedora y oscura, durante un par de segundos, segundos dios mío, tanto pedir eran los minutos? ¿Acaso se había excedido con aquella mención plural? Bien pues, se conformaría con sólo uno. 

Uno nada más, pensó con acritud mientras tragaba saliva, lo que le provocó un doloroso escozor en la zona del pecho donde el maldito agujero parecía aumentar por segundos, no en proporciones, si no en lo mucho que le molestaba. Era algo relativamente superficial, un par de dedos de grosor y otros tantos de profundidad, nada serio pero la cicatriz se añadiría a la colección. Y como siempre, la brillante naturaleza evolutiva hacía que aquella apestosa herida doliera el doble que una puñalada profunda.

Una sonrisa tosca le bañó los labios. Intentaba olvidar el recuerdo de aquella inocencia suya tan presuntuosa que se había atrevido a manifestarse a imagen y semejanza de un humano, intentaba desesperadamente no desearle la muerte a toda la gente con cabello rubio del planeta, pero cuando abrió el ojo izquierdo, lo único que pudo ver fue la realidad.

Y la realidad se dedicó a cogerla en brazos y apartarla de la poco agradecida superficie de la mesa, la cual en absoluto resultó ser más cómoda que los brazos de su ineludible compañero, aunque seguía siendo mucho más aceptable para su alergia al contacto físico.

Quería protestar, evidentemente. Y así se lo exigió a su voz, la cual al parecer no tenía mayor intención de obedecerla, tal vez se estuviera poniendo de moda, y sus roncos insultos y maldiciones varias en escocés fueron transformados en algo tan patético y asquerosamente desvalido como los maullidos apagados de un gatito.

Oh, ya. Lo próximo en la lista de suicidios absurdos será pararme en frente de una bala de sangre.

Intentando no ahogarse entre toses, fijó la vista en el techo con somnolencia. No le apetecía dormirse en una situación así, pero su cuerpo se volvía pesado con cada movimiento de Hans y la herida parecía calmarse, hasta que la rozadura ocasional con la ropa térmica la despertaba de nuevo y le hacía apretar los dientes.


Se detuvieron de pronto, al parecer habían llegado a su objetivo. Tal vez la tiraría por una ventana, pensó, o acaso a la bañera con agua helada que había dejado arriba. Ni siquiera sabía si habían subido escaleras, pero cuando el la soltó, no se esperaba el mullido colchón de plumas con el que topó su columna.

Antes de que pudiera quejarse, la voz de el la sacó nuevamente de aquel zumbido en el que viajaba su cabeza.

Gracias por la chaqueta, psicópata... Voy a mirar qué es eso que hace ruidos raros.

¿ Uh ? Ha dicho... gracias. Lleva puesta la chaqueta, bien. Y lo de psicópata no tendría sentido discutirlo, no en un momento así, luego tal vez le patee la boca... pero, ¿gracias? Además, el no debería ir solo a buscar a lo que sea que esté haciendo sonido... Hacía demasiado que no escuchaba esa palabra de un exorcista. G-r-a-c-i-a-s. Ah, al señor Bak tal vez le agrade. Eso si consigo que llegue de una pieza...

Alzó el brazo hacia la puerta para detenerle de algún modo, pero el ya se había ido. Aquello la hizo parpadear con lentitud, tal vez estaba tan mal que había perdido incluso la noción del tiempo. Increíble. Su mano se estampó contra su frente al perder las fuerzas, y se quedó así, notando la palmada con hormigueo extenderse por su rostro. Si fuera de resistencia baja a la incomodidad, estaría durmiendo en ese mismo instante.

Quería decirle que no debería agradecerle nada. Y por otro lado no quería decir absolutamente nada.

Por eso, cuando le escuchó bajar torpe y cansado las escaleras y le vio abrir la puerta con su golem retenido y lo soltó, se limitó a abrir un poco los ojos en señal de reconocimiento y a intentar esquivar con el dorso de la mano los golpecitos que el pequeño bicho intentaba atizarle como muestra de cariño y agobio por haber estado retenido fuera.

Aquí está tu querido bicho volador... Buenas noches.

Ella había flexionado el codo al notar que se acercaba de nuevo, incluso se había protegido de manera no muy descarada el rostro esperando algún tipo de... cosa. Lo que no había previsto fue el suave plof a la altura de sus rodillas y la pesada respiración que siguió a la despedida verbal con intenciones claramente somnolientas.

Una expresión de duda cubrió su rostro mientras se apartaba torpemente del cuerpo en reposo de su alumno. Su golem zumbó alegre al verla medio incorporada y se asentó sobre su cabeza al notar que carecía de su habitual y mullido nido alojado entre los pliegues de su bufanda o el cuello de la chaqueta. Segundos antes había estado observando con aquel único ojo la herida de su ama y tras juzgar que no se moriría allí mismo, se dispuso a entregar sus datos.

Un pequeño auricular se descolgó del cuerpo del pseudo-murciélago, y ella lo tomó con cautela sin perder de vista la descuidada y rubia cabeza de Hans. Parpadeó antes de ponérselo en la oreja, no se esperaba que hubiera una grabación de audio.

—  .... *sonidos de estática* ¿ E-exorcista-sama ? ¿ Nos escucha ? Shhh, Paulov, quédate ahí y permíteme hablar primero, no tenemos demasiado tiempo, Érika no pasará de esta noche. 

El sonido de la voz la hizo crisparse y ponerse más derecha, incluso golpear suavemente a su golem para que emitiera lo más pronto posible. Por inverosímil que pareciera, podría ser que hubiera supervivientes en el grupo de buscadores, siempre y cuando no hubieran muerto en lo que había tardado el bichito en encontrarla, pero en aquel momento la posibilidad de perder aquella vía de información le resultaba, simplemente, intolerable.

Quedamos tan sólo tres de un grupo de dieciocho. Esto es peor... dios míos, es peor que el incidente de España. Los cuerpos llueven del cielo, pedazos, cabezas, ojos, y la sangre y... Estamos demasiado cerca de su refugio, nido, o lo que demonios sea esa cosa. Por favor, si este mensaje llega a oídos de un maestro, le ruego, le rogamos que no nos deje aquí. Yo, este, el buscador Netero es mi nombre, le adjuntaré todas las imágenes que pueda a su golem para facilitarle la tarea de encontrarnos. Y, tenga cuidado, siempre está vigilando... siempre...

Un grito ahogado y ruido de pies en movimiento fueron lo último antes de que la grabación terminara con un pequeño chasquido. El auricular colgó libre antes de desaparecer dentro del inverosímil cuerpo del golem, el cual tras zumbar un poco, abrió y puso en rojo su ojo dispuesto a emitir las imágenes recaudadas.

Pero algo se lo impidió. Confuso el animalito robótico se retorció antes de notar la delgada mano de su dueña que lo apretaba fuerte contra su cabeza.  Decidió quedarse quieto al notar que la mano temblaba, tal vez la dueña no quería ver las imágenes en ese momento. Se movió hacia el rostro y se asomó un poco, estudiando sin entender aquella expresión tan extraña que ocupaba unos rasgos por lo general imperturbables.

Más tarde, pequeñajo. Ahora mismo sería una molestia para el... bello durmiente. – las palabras sonaron ásperas, irónicas, sin tono y tan suaves que de los presentes, tan solo el golem pudo entenderlas. Luego su dueña se agitó un poco, rompió las mangas de su ropa-de-arriba y se la quitó, y así con la segunda y tercera capa. Luego utilizó los trozos primera capa para tapar aquella cosa que olía salado y manchaba de rojo la sábana blanca, haciendo algo como un montón y apretándolo contra su pecho. Y luego se puso la primera capa casi rota que le quedaba floja. El golem movió su cabecita confuso. Su ama estaba claramente incómoda, y además aquello era insólito, puesto que solía tener tanto frío que aquellas capas eran como su segunda piel. Tampoco entendía que no apartara de un golpe a aquel extraño invasor que antes le había estrangulado en el pasillo cuando intentaba volver con ella. 

Sin fiarse de aquel personaje que ocupaba el mismo lugar de reposo que su amada dueña, se posó en el hombro ahora descubierto de ella y intentando montar guardia a la vez que cubrirla, aceptó como pudo la situación.

Nine por su parte, siseó entre dientes con los movimientos del alado. No pensaba tumbarse en la cama, aquello implicaría más movimiento, por simple que parecía dejarse escurrir hacia el colchón la opción resultaba inaceptable puesto que se le movería todo el improvisado vendaje del pecho. Además, su cabeza se había vuelto un hervidero en cuanto el buscador había mencionado que se encontraban cerca del akuma. Le preocupaba también la posible muerte de aquella tal Érika, pero no era la prioridad máxima.

Además tengo que pensar qué demonios voy a contarte a ti... – murmuró apenas, sin poder evitarlo, hacia la inconsciente figura del rubio.

La posibilidad de que aquel muchacho se negara a abandonar a un herido era clara, puesto que incluso habiéndole enajenado y amenazado con la misma muerte, en el último instante el había vacilado a la hora de matarla, aunque al parecer su inocencia supliría aquel defecto tan humano, no podía confiar en que antepusiera la vida de una buscadora o civil a su propia seguridad. Incluso podría darse el caso en el que tuvieran que verla morir delante de sus propios ojos.

¿Debía advertirle acaso? No. Cargaría con la responsabilidad de la misión y los errores de la misma como en un principio había decidido, suponer la totalidad de bajas era lo acertado, y cualquier vida salvada en el proceso sería una casualidad, no algo premeditado. El objetivo principal era la salvaguarda del nuevo exorcista, ahora que se había sincronizado. Incluso el akuma pasaba a un segundo plano en caso de confrontación directa.

Un gesto de dolor la hizo notar que la frente le sudaba. Se la tocó con los dedos, incrédula. Hacía siglos que no sentía calor al punto de sudar, tal vez estaba pensando demasiado o tal vez la herida le fuera a dar fiebre, aunque era demasiado pronto. Al tocarse el rostro recordó la herida del chico, y se preguntó en qué estado estaría. Ni le había mirado el rostro y eso que la había transportado en brazos.

Las cicatrices, a fin de cuentas, sólo son un coleccionable más.

Recogió una de sus piernas sin atreverse a mover la más próxima al rostro de Hans. Nunca había estado tan cerca de nadie salvo de Jay, y había sido en un tren y en un hospital, las camas quedaban fuera de la cuestión, fuck. Quería levantarse y asearse, alejarse y esconderse en algún lugar hasta que el despertara, puesto que luego no tendría oportunidad de pensar nada sobre lo que se avecinaba.

Sus ojos volaron sobre la chaqueta, su chaqueta, que ahora decoraba los hombros del rubio. Alargó la mano impulsivamente para quitársela, y acabó dejándola estar. Incluso pateó la colcha y parte de la sábana hacia el, logrando taparle media cabeza y el cuerpo, haciendo que pareciera una especie de bola de tela y pelo.

Ah, así estaba mejor. Así no parecía que estuvieran tan cerca. Y no tendría tanto frío, aunque no le importaba, si su poder se parecía al suyo en los efectos secundarios además de en los de ataque, el acabaría con un intento de neumonía espasmódica. Sólo quería prevenir mocos y estornudos por doquier, no serían demasiado sigilosos en ese estado.

Sus ojos comenzaron a pesarle de nuevo, por rabia que le diera el entumecimiento muscular comenzaba a resultar inolvidable. Enterró la barbilla en el brazo que tenía libre, pues con el otro se sostenía el vendaje del pecho, y lo apoyó a modo de almohada sobre la rodilla de su pierna recogida.

Al parecer el dios de los exorcistas agotados había decidido concederle aquellos malditos minutos.







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Mensaje por Invitado Lun Jul 08, 2013 8:20 pm

La calidez generalizada que rodeaba su cuerpo le resultaba extraña. Era impropio, desagradable incluso, aquella paz y relajación tras estar a punto de, aquello innombrable para las monjas, morir por motivos impuros, usar su inocencia sin control alguno... debería estar sintiendo puro dolor y arrepentimiento en vez de modorra y a las acogedoras plumas de oca que rellenaban las colchas de la cama.

Como siempre que dormía profundamente, algo no habitual para su desgracia, acababa haciéndose una bola lo más pequeña posible, en un vano intento de reducir la pérdida de calor. Pero en aquella ocasión era innecesario, a diferencia de las livianas mantas de la Orden, que abrigaban lo justo y necesario, el excesivo edredón de plumas la sofocaba un poco demasiado.

Tosió mientras movía la aparatosa ropa de cama y se frotó los ojos con el dorso de la mano, notando como su golem rodaba por su brazo y caía con un cómico ''plof'' en medio de la blancura salpicada de manchitas rojas del edredón. Las manchitas procedían de la herida de su pecho, pero al parecer el sangrado se había detenido con la presión de las vendas, sólo tendría que hacerse una cura rudimentaria, tal vez un par de puntos, y aguantaría lo suficiente.

No tenía más tiempo para solazarse en aquel remanso tranquilo y que la entumecía agradablemente.

Bostezó y asomó las piernas por el borde. Le gustó comprobar que seguía calzada, aunque curiosamente no le había incomodado. El siguiente proceso consistió en crujirse los dedos de las manos, el cuello y luego estirarse un poco. Su golem zumbó molesto porque lo hubieran despertado y enseguida se puso a brillar de nuevo, estaba claro que quería emitir las imágenes que le habían mandado los buscadores.

Con un leve gesto de asentimiento, Nine le indicó que comenzara a emitir. No se esperaba nada revelador, pero lo cierto es que había suficiente nitidez como para distinguir una especie de catedral, medio destruida pero todavía enorme y majestuosa. Al parecer aquel era el ''nido'' o lugar de reposo del akuma.

Chasqueó la lengua molesta. Era una blasfemia incluso para los más descreídos. Demasiado... injusto.

Posiblemente la gente se habría reunido allí en masa y por eso le habrían atraído los intrincados arcos barrocos y abovedadas salas. No había salida fácil para un ataque desde el cielo, los que no murieran aplastados en la caída de piedras y vidrios del techo, perecerían bajo las garras y fauces del monstruo.

Era perfecto, e increíblemente calculado.

Apagó al pequeño golem con un toquecito en su cabeza ligeramente afilada. La última imagen había sido del refugio improvisado de los buscadores. Se hallaban en una especie de taberna semi destruida, tras la barra. Había una mujer llena de vendas ensangrentadas de aspecto casi moribundo, sin duda aquella mancha oscura y creciente que le cubria el costado derecho no auguraba una recuperación favorable... y un hombre a su lado, los nervios se trasladaban a sus movimientos erráticos y su rostro solo mostraba desesperación. El que guiaba al golem parecía ser el que en mejor estado se encontraba, al menos mentalmente. Todos estaban llenos de arañazos y parches, y no parecía que ninguno de los escudos o transmisores funcionara.

Bien. No se esperaba nada mejor, si tuvieran forma de comunicarse lo habrían hecho antes, y con suerte la mujer habría muerto antes de que ellos llegaran, con lo cual no tendrían que cargar con ella o contemplar su sufrimiento.

Oyó trastear a su alumno en los cuartos contiguos y se imaginó que ahora que el hielo había desaparecido de la totalidad de la casa, estaría buscando algo de ropa con la que cubrirse y calzarse. Una sonrisa mental la acompañó mientras se levantaba, pensando en que pronto recuperaría su chaqueta. La ajada camisa gruesa ya no tenía manga ni centro, no le abrigaba demasiado porque la sangre había empapado su ropa interior. No le apetecía demasiado ponerse prendas ajenas, pero era un caso de necesidad.

Cuando los pasos de Hans descendieron de nuevo al piso inferior, saltó agilmente hacia la puerta y abandonó la habitación con cuidado de no hacer ruido, dejando al pequeño golem detrás y cerrando suavemente la puerta. Luego oteó el pasillo hasta dar con las puertas entornadas, y tras elegir una al azar, que resultó ser la de la habitación de la señora de la casa, con un penetrante aroma a agua de rosas que la hizo estornudar y cubrirse la nariz, se dedicó a rebuscar lo menos posible entre sus decoradas y femeninas pertenencias.

Lo que hallaba le resultaba inaceptablemente ostentoso y poco práctico, toneladas de vestidos, encajes descarados y absurdos en aquel clima. Y el perfume le daba dolor de cabeza. Se sacó las prendas destrozadas por encima de la cabeza, incluidas las interiores de la parte superior, y observó el aspecto de su herida en el espejo del tocador. Todavía destacaban las cicatrices de la ultima misión, aquella tan desagradable. Y la herida no estaba tan mal, ella se curaba rápido, o eso quería creer. Le quedaría una marca estrellada entre ambos pechos, pero no le importaba demasiado. Nada respectivo a su cuerpo o salud le importaba demasiado.

Cansada de tanto reflejo de piel pálida, se apartó del espejo y arrugó sus ropas estropeadas en un montón que dejó sobre la cama. Dudaba que alguien fuera a quejarse al respecto. Luego recogió uno de los camisones, fino para su desgracia, pero de un agradable tono entre el negro y el rojo muy oscuro, además de un par de tupidas medias negras que le cubrían hasta la mitad del muslo. Se sujetaban a sus pants con una especie de ligueros, pero su oscura falda los cubría. Cuando volvió a salir al pasillo para buscar en otro lugar, pudo ver como el danés volvía a la habitación con una especie de bandeja y una tremenda botella de vino en la mano.

Un bufido de disgusto escapó de entre sus dientes sin poder evitarlo. Esperaba sinceramente que aquello no fuera para ella. Y además llevaba puesta y abrochada su chaqueta. Damn it. Realmente pensaba quedársela, pensó haciendo un mohín y pegando una patada a la puerta de la otra habitación.

Le daba igual que la oyera. Aquello no había sido un regalo, si no más bien un préstamo... pero en fin. Tal vez le molestaba más lo de la botella de vino.

Su mirada se centró sin rumbo fijo en la habitación, descartando los montones de ropa que previamente había descartado Hans. Metió la cabeza en el armario menos alborotado y comprobó que allí se guardaba la ropa que ya no servía al chico ocupante de la habitación. Una camisa de franela a la que tuvo que doblar las mangas fue su primera elección, tardó en abrochársela porque casi le llegaba al final de la falda. Luego se puso un holgado jersey de punto negro sin cuello, que quedaba suelto y flojo y no interfería con su improvisado vendaje del pecho.

Cuando terminó, el cuello y los bajos de la camisa color crema sobresalían debajo del jersey, y este ultimo le quedaba un poco holgado de más, pero tampoco al punto de parecer un vagabundo sin hogar... no demasiado al menos. Se calzó las botas de regreso al pasillo, y entró a la habitación sin mirarle ni a el, ni a su bandeja.

Jugueteando con los puños de la camisa y echando de menos los guantes que estaban perdidos en algún lugar de las cenizas de la chimenea, le explicó la situación al chico. No se molestó en rechazar la comida o el ''vino'', su estómago estaba tan cerrado como un puño.

Saldremos en unos minutos. He localizado al akuma y a unas personas que tendremos que rescatar... son dos. Dos hombres que trabajan para la Orden. Están bastante cerca del akuma, en una taberna vieja, con muchos licores por lo que he podido ver. El monstruo por su parte se ha atrincherado en la catedral, imagino que la podré ver desde un tejado así que no necesito del todo que me hagas de guía, pero sería conveniente para llamar la atención lo menos posible. Tendrás que mantener mi ritmo, por lo que todo lo que no sea necesario, es decir, tu cuerpo y la lanza, se quedará aquí. No necesitamos provisiones ni nada para curar a los heridos que pueda haber, ocuparía espacio y nos ralentizaría. – recalcó la palabra ralentizar. No pensaba ayudar a la buscadora herida. Lo había decidido. Hicieran lo que hicieran, el sangrado de la mujer indicaba que tenía dañados los órganos internos. Si no se había muerto cuando llegaran, estaría agonizante. Era absurdo. Ni siquiera el señor Bak podría ayudarla. Y eso suponiendo que pudieran convocar el arca en un lugar distinto al de llegada, cosa que no podían hacer.

Le miró, evaluándole una vez más, la última vez antes del ataque. Aquella incertidumbre de pseudo-depender o ayudar a una persona que no fuera ella misma le traía malos pensamientos, desastrosos, demasiado como para poder describirlo en palabras. Pero debía hacerlo. Aquel chico no era ni Jay, ni Will. No podría defenderse, eso estaba claro. Tendría que contarlo así para el plan, y razonar que si debía elegir entre salvar a los buscadores o salvarlo a el, o matar al akuma, el joven de la inocencia tenía la prioridad absoluta. 

Con aquella idea determinante, le explicó que primero tendrían que encontrarse con los buscadores y que luego les mandaría, a los tres, al punto de recogida del arca. Estudiaría al akuma desde lo más cerca que le permitiera el punto de la taberna, y el, Hans, se quedaría quietecito con los buscadores. Su ceño se frunció para recalcar que no habría discusión al respecto.

Necesito que los vigiles, que evites que uno de ellos salga chillando o huya, despertando la atención del akuma, y quiero creer que tu no harás una estupidez por el estilo. No sabemos qué poderes posee, pero su tamaño es suficiente como para dañar toda la ciudad sin emplearse a fondo. Tal vez cuando tu le viste y te hirió, fuera más pequeño, pero con todo lo que ha, digamos comido, ahora está enorme y deseando comer más y evolucionar. Tal vez la cabeza de un buscador o de un ingenuo novato rubio. – ordenó con la barbilla a su pequeño golem que acompañara al chico. — No te apartes de el. Si no vuelvo y ves que las cosas se ponen realmente desagradables, quiero que te vayas. Los buscadores sabrán abrir la puerta del arca, y podrán llevarte a la Rama Europea. Allí te atenderán debidamente, tal vez incluso mejoren la cicatriz tan mal cosida que te ha quedado.

Se encogió de hombros sintiendo un poco de frío a pesar de las capas de ropa, y acabó desenrollando las mangas de la camisa y el jersey para dejar que cubrieran sus delgadas manos. No sabía lo que pasaría con el arca cuando mandara al chico de vuelta, y tampoco quería pensarlo. Si lo de antes con su inocencia había sido lo que ella creía, el akuma no debería ser su mayor problema en cuanto comenzara la batalla.

Una mirada de reojo brotó incontenible y tensa, sus ojos de oscurecieron peligrosamente al clavarlos en los azulados del chico, antes de rebasarle para caminar de nuevo hacia la puerta. No iba a esperar su respuesta o aprobación, eran órdenes de un superior, si el chico quería entrar en la Orden lo mejor es que fuera acostumbrándose a todo aquello. La puerta seguía abierta, y en su mente solo había imagenes descriptivas de diferentes akuma voladores, pensamientos rancios sobre su chaqueta y el esponjoso y pesado abrigo que debería coger del perchero antes de salir.

Ah, y de que dudaba seriamente de que aquel chico fuera a comportarse ni tan siquiera remotamente de acuerdo a todo lo que le había dicho.



ñom~:
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Mensaje por Invitado Mar Jul 09, 2013 10:34 pm

Aquello estaba mal. Todo, realmente apestaba como un gran montón de ... 

Contuvo mentalmente la maldita palabra que le apetecía gritar mientras observaba las decisiones de Hans. Su confirmación demasiado mansa, casi como un corderito bien educado. Sus movimientos, su lenguaje corporal que indicaba algo totalmente distinto a las palabras agradables y serias que salían de su boca. Había dicho ''el mismo''... osea que lo recordaba. Y no lo olvidaría.

Ah, pero le gustaba que le mintieran. Era algo tan entretenido de observar y analizar que lo encontraba fascinante. Hacía que todo tomase forma de una manera mucho más sincera que si simplemente se dijeran las verdades a la cara.

Decidió seguirle, tanto física como relativamente. ¿ Quería jugar ? Jugarían. A fin de cuentas su función seguía siendo la de enseñarle. Impedir que se matara entraba en el contrato, por mucho que a el le disgustara aquella parte. Y por mucho que ella no fuera la mejor candidata para dar clases de autoconservación.

Su primer pensamiento al verle en aquel sótano, pensando que estaba muerto y descubriendo lo contrario había sido el correcto.  El no tenía por que sufrir. Y no lo haría, no más de lo estrictamente necesario si de ella dependía.

Se tomó unos minutos antes de seleccionar un abrigo lo menos pesado posible de la zona de los criados, y al no encontrar nada que le valiera acabó resignándose y tomando uno de los de la ''señora de la casa'' todo esponjoso, bonito y que no abrigaba absolutamente nada.

Cuando salieron, la misma sensación de ser vigilada la sobrecogió durante los breves instantes que le costó recordar todo aquel panorama desierto y terrorífico para los que, como ella, sabían lo que allí había sucedido sin tener que presenciarlo. Le dirigió una mirada inquisitiva al más joven, intentando averiguar como se sentiría después de asumir todo. De saber que cada montón de ceniza era un vecino o amigo.

Parecía muy seguro de la dirección a seguir, y aunque no era tan rápido como ella, su ritmo no le resultaba incómodo o pesado. Estaba tenso, y eso era comprensible. Tal vez estuviera asustado o simplemente la ira y la impaciencia comenzaran a dominarle. Lo más probable es que se tratara de una mezcla de ambos, tampoco podía simplemente preguntar.

El silencio de las calles era peor que el de un cementerio, pesado, casi como si zumbara en sus oídos. Los pequeños crujidos de cristales pisados, ratas moviéndose o el viento que hacía chirriar las puertas y ventanas los sobresaltaba. Cada esquina era una pesadilla en potencia, los callejones parecían más y más oscuros conforme avanzaban.

Le dejaba ir delante. Su golem se pegó a la oreja del danés y se asomaba un poco antes que el cuando una zona tenía visibilidad baja, confirmando con su dueña antes de elevarse de nuevo y seguir la marcha. Ella estaba cada vez más tensa, intuía que faltaba poco para llegar y una duda la corroía por dentro.

¿ Era correcto abandonar a un moribundo ? El fin justificaba los medios, al menos en ocasiones como aquella. Pero, hacerle presenciar tal momento contradecía su anterior idea de ahorrarle ciertas partes crudas. Estaba mal rezar por la muerte de alguien, pero lo haría. Desearía que cuando llegaran todo hubiera terminado ya.

Mentía demasiado bien, el no.

En las calles comenzaron a aparecer pedazos humanos, aquí y allá, en diferentes estados de descomposición. Igual que puzzles abandonados por un carnicero. El pareció no notarlos, de tanta prisa que tenía por alcanzar el lugar.

Cuando se detuvieron al fin ante el ajado establecimiento, sus pasos se volvieron menos ágiles, y mantuvo la distancia con la puerta, cosa que el chico en absoluto hizo. Se movió demasiado rápido y para cuando ella alzó una mano para detenerle, el muy impulsivo ya había derribado la puerta.

Hans... – su voz nunca le alcanzó. Chasqueó la lengua y maldijo bajto antes de acercarse a los restos de la entrada. Iba a gritarle que saliera, cuando le oyó llamar a alguien desde dentro. Aquello explicaba muchas cosas, al parecer conocía al dueño de la taberna. La situación empeoraba por segundos.

Si el hombre siguiera con vida, los buscadores le habrían recogido.

Oyó ruidos agitados dentro y su vista se alzó derrotada hacia el hueco entre los edificios más próximos que permitían ver la cúspide de la catedral. Preferiría marcharse ahora mismo e ir a por el akuma antes que dar un paso más hacia el oscuro interior de la licorería.

Sabía lo que encontraría dentro. Sabía lo que vería, y sabía que no sería fácil, por mucho que ya lo hubiese asumido.

Cambiar tripas por corazón, decía cierto australiano idiota.

Había dicho un número par. Había sentenciado una vida antes siquiera de conocerla. Era la decisión correcta, y sus consecuencias la acosarían a ella, no al chico. No cargaría con eso también, su saturada conciencia ya tenía bastante con todo lo demás.

La luz no entraba apenas en la taberna y el aire olía mal, a enfermedad y muerte. Sus pasos apenas resonaron en el suelo de nogal regado con innumerables copas caídas, el aroma a bebida seguía presente pese a todo. Entro justo después de que ella hubiera hablado, con aquel tono seco y pleno de esperanza, la misma que la de un moribundo al que se le presenta la cura de la inmortalidad.

Le habían confundido a el con el exorcista. Llevaba su chaqueta, era un error lógico.

Se detuvo a su lado, sintiendo su mirada interrogante, confusa, desesperada. Tenía un arma en la mano, pero parecía descargada. Los buscadores hacían lo mismo, no comprendían la llegada de aquella chica que en apariencia no tenía nada que ver con la Orden, y al menos el joven llevaba una inocencia en forma de lanza aunque tampoco parecía dominar la situación. Querían huir lo más pronto posible de aquella tumba, pero ambos sabían que algo los retendría. Dejarían la difícil decisión a un superior y no tendrían remordimiento alguno por salvar sus vidas para seguir ayudando a la Orden, a fin de cuentas ellos eran simples subordinados, no?

Ella tembló levemente, tan poco que nadie debería haberlo notado. Sus ojos no se alzaban, no quería apartar la vista del maltrecho bulto recostado entre las mesas. Érika.

El panorama era peor que el que el golem le había mostrado. Tenía el abdomen abierto de par en par, y sus intestinos comenzaban a asomarse con cada dificultosa respiración de la mujer. Parecía casi imposible que siguiera con vida, pero su mirada febril era tan intensa que la hipnotizaba. Un conocimiento más antiguo que el mundo se reflejó en sus ojos color pardo cuando la escocesa le devolvió la misma intensidad en el gesto impasible de sus rojizos iris.

La buscadora exhaló aire y sollozó bajito. Sus temores se habían confirmado.

Así que se ha acabado todo, voy a morir en este lugar que no conozco, sola, desangrada y cerca de un akuma, pareció decir sin palabras.

Nine ladeó la cabeza y la miró sin fingir. Era una realidad.

Si.

La conversación muda quebró aquella tensión que recorría a la exorcista. No tenía sentido prolongar la decisión.

Con un gesto brusco, y el semblante oscurecido por las sombras, se giró hacia el danés y lo sujetó por el cuello de su chaqueta mientras metía la mano en el bolsillo izquierdo y sacaba la otra pequeña caja que le había pedido al supervisor, antes de empujarlo de manera desagradablemente fuerte hacia la puerta. Mantuvo el agarre hasta hacerlo salir y luego volvió a por los otros dos hombres, que con todo el asombro apenas opusieron resistencia alguna y abandonaron el lugar colocándose a ambos lados del chico.

No entréis. 

El buscador llamado Netero tragó saliva y asintió.  El frío rostro de la joven le había resultado familiar, y aquellos ojos rojos que apenas había alcanzado a ver eran inconfundibles, el procedía de la Rama Asiática. Y si no se equivocaba, aquella señorita era alguien a quien debían obedecer, aunque no alcanzaba a comprender si el joven era también un miembro de la Orden. Parecía confuso al ver la situación, tal vez fuera un principiante.

Se apiadó de el y de Paulov, que no paraba de hipar y restregarse el rostro intentando contener las lágrimas. Le dirigió una mirada seria a este último, y posó suavemente una mano sobre el hombro del muchacho rubio.

Era inevitable, pero ella sabe lo que hace. Será rápido y mejor para todos así, la señorita ha sido más valiente que este par de hombres hechos y derechos, no cree? Sería mejor que nos ocultáramos a la sombra de aquel toldo. – comentó señalando la tienda más cercana.

Paulov le miró con rencor por su entereza, pero agachó la cabeza y se dirigió hacia el lugar señalado. El se quedó observando al chico unos segundos, y luego siguió el mismo camino.

Era una vida dura, y más le valía al rubio aprenderlo. Tal vez algún día tuviera que hacer algo igual a lo que... en fin, el, por su parte, comenzaría a olvidar todo desde aquel momento.


 

Sus manos estaban tan frías como el hielo de su inocencia. Tanto, que no sentía la piel que tocaba. Piel húmeda y manchada de sangre. La pequeña caja metálica por otro lado, parecía arder.

Dentro, una única pastilla. Su composición era un puro veneno, indoloro y de acción rápida, le había dicho el señor Bak con renuencia ante su inusual pedido. Pero ella no quería ser capturada. No con vida. Corrían rumores espantosos sobre lo que el Conde hacía a los exorcistas.

La mujer... no, Érika la miró con la expresión vacía. Le había dejado tiempo para rezar, encomendarse a dios o lo que quisiera. Su presencia no era la misma que la de un ministro sagrado, pero la mujer le había sujetado la manga y no pensaba apartarse.

Le colocó la pastilla despacito, en el borde de los labios, y luego la empujó con la punta del dedo dejándola caer entre sus dientes abiertos. El esfuerzo de tragar pareció una odisea para la buscadora, que tosió y se atragantó pidiendo algo de vodka. Luego se estremeció y comenzó a cerrar los ojos.

Nine la miró impasible. Estaba siendo rápido, como el había prometido.

M... me llamo Vasílieva... Érika ... por favor.... – murmuró con la voz seca como la paja en verano.

El brillo de sus ojos se apagaba. La exorcista no dijo nada, se limitó a asentir. De todos modos no la habría escuchado. Su mano estaba floja ya, cayó al suelo y se quedó allí, abierta y vacía.

Cuando el último aliento abandonó el cuerpo de la mujer, se tomó unos segundos para memorizar aquellas palabras tan difíciles y anotar mencionárselas a algún científico. Luego se sacó el aparatoso abrigo y la cubrió con el, incluyendo su rostro.

No lo iba a necesitar. Hacía ya un rato que no sentía el más mínimo rastro de temperatura. Ni frío ni calor, solo una especie de aturdimiento. La herida del pecho le pulsaba, el sangrado posiblemente se había reanudado.

Se quedó quieta, mirando sin mirar el bulto tapado con el abrigo. Había sido tan rápido... 

Anima eius requiescat in pace in aeternum.

Su cuerpo y su boca se movieron por inercia, igual que un autómata preparado. Que patética parecía aquella frase en un momento así. La hizo añorar el pequeño y delicado rosario que Jay le había regalado.

Los pasos de sus pies la llevaban hacia la puerta. Hacia los buscadores y hacia Hans. No quería mirarle. No quería ver el asco, el miedo, el odio o la culpa en ojos de aquel mocoso impulsivo y que tenía más vidas que un gato.

La luz gris le dio de lleno en la cara y le hizo cerrar los ojos y parpadear, incómoda. Sentía la boca amarga y reseca, y sus manos goteaban un líquido todavía caliente. Las frotó en el borde del jersey y echó a andar hacia dirección en la que se suponía que el monstruo la estaría esperando.

No dejéis bajo ningún concepto que me siga. – les ordenó con voz monocorde a los dos buscadores que se habían aparado lo más posible de la taberna y ahora la contemplaban con auténtico horror. — Si apreciáis tanto como creo vuestras insignificantes vidas, os lo llevaréis hasta la ubicación que os indique mi golem y abrid la puerta del arca. Por favor, desapareced de mi vista.

No se giró para comprobar si la obedecían o no, pero sus apresurados pasos le indicaron que harían todo lo posible por hacerlo. Ellos no estaban heridos, y Hans si, además de que posiblemente intentaría alejarse de alguien que acababa de matar a un ser humano, tal vez incluso deseara que el akuma acabase con ella. Sabía que el buscador de nombre Paulóv lo estaba pensando al mirarla.

Le daba igual. Era un maldito pusilánime que posiblemente había usado a su compañera como escudo ante los escombros que la habían aplastado. Quería girarse y estrangularlo.

Una hambriento y ululante aullido metálico resonó en el muerto silencio de la ciudad igual que un reclamo de muerte.

Oh, espéralo con ansia, asqueroso pedazo de mierda manipuladal.
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Mensaje por Invitado Miér Jul 17, 2013 7:52 pm

Llevaba a penas unos minutos lejos de ellos cuando unos gritos la hicieron frenar su avance. La entrada a la catedral estaba peligrosamente cerca y su inocencia había comenzado a agitarse desde el aullido, pero parecía que allí atrás había habido algún problema con la simple y sencilla misión que les había asignado.

Suspiró molesta y volvió sobre sus pasos. No quería volver, tenía que dar prioridad al akuma, pero si los otros estaban estorbando por el medio, aquello acabaría en masacre.

Cuando hubo llegado al destrozado toldo, se encontró la calle desierta y al señor Netero en el suelo, sangrando abundantemente por la cabeza. Le oyó gemir y se arrodilló inmediatamente para confirmar que a pesar de tener una conmoción, no se estaba muriendo.

¿Que ha sucedido? ¿ Dónde está Hans? – le zarandeó suavemente y consiguió que abriera los ojos. Tenía la mirada perdida, pero intentó hablar. La escocesa no sintió lástima por el, debería haber sido capaz de defenderse de dos mocosos.

Lo sien... Paulóv está... como loco.... se han ido a ... – señaló débilmente uno de los callejones y luego perdió el conocimiento de nuevo.

Cuando el hombre desfalleció ante su rostro, maldijo entre dientes y se levantó mientras comprobaba que aquella calle llevaba al mismo lugar del que ella había venido, sólo que por la parte trasera. El maldito danés impulsivo había hecho exactamente lo que ella le había prohibido.

Iba a matarlo. Y ya no hablaba sólo del akuma.

Echó a correr silenciosamente, aunque ya fuera un absurdo, con la mirada fija en los escombros de la catedral, desandando sus pasos. No había sentido alguno en utilizar el callejón, si tantas ganas tenían aquellos dos de hacer estupidamente de cebo, pensaba aprovecharlo.

Su mente pensaba rápido, decidiendo entre todas las estrategias y peores escenarios. Tal vez Hans estuviera herido y a merced del akuma, no podría enfrentarse jamás a un nivel 2 de ese tamaño y que había cazado a tantos humanos. Debía estar a punto de evolucionar, tenía que darse más prisa.

Nada más pensó en ello, su inocencia comenzó a brillar tomando la misma dirección que su mente, activándose y congelando la totalidad del suelo. Aquello le hizo exhalar una pequeña exclamación, pues el tirón interior y el poder que sintió eran extraños. No era a lo que estaba habituada, pero no tenía tiempo de sorprenderse.

Con las manos extendidas hacia atrás, cogió velocidad mientras las cuchillas se formaban bajo sus botas y el hielo se iba extendiendo a su paso, acercándola y luego congelando lo que quedaba del pórtico renacentista, dejándola situada frente a pilas de cadáveres destrozados, cuerpos mutilados y colgados como decoración y una escena de lucha con un claro vencedor.

El akuma acababa de arrancarle la cabeza al buscador e iba a por Hans. El chico se defendió malamente con la lanza, que al parecer había decidido activarse para salvar la vida a su dueño.  Erróneamente el creía que la inocencia respondía a sus órdenes, pero la escocesa se dio cuenta con horror de que aquel arma no respondería a un segundo impacto del enorme monstruo alado.

Describirlo resultaba grotesco, era horrible. Tenía un repugnante parecido a una mujer, a una esfinge en su torso, pero lo demás era igual a una gárgola. Era apropiadamente macabro dado que estaban dentro de una iglesia. Y el hedor... si antes había creído que aquella ciudad tenía un insano aroma a muerte, aquella tumba improvisada se llevaba el premio a los lugares que le provocarían náuseas incluso cuando ya no estuviera cerca.

Se sujetó la manga sobre la nariz y notó como le escocían los ojos, segundos antes de tener que apartarse hacia un lado en el momento exacto que Hans era lanzado por los aires por la cola del akuma. Parecía que se había cansado de jugar al gato y al ratón con su insubordinado alumno.

De hecho, decidió notar la presencia de la exorcista en ese preciso instante. Le rugió y se abalanzó sobre ella con las fauces abiertas y aquellos oscuros ojos sin vida destilando maldad.

Nine alzó la mano con la palma extendida.

Gelu. – el hielo se formó igual que un volcán, explotando desde el centro de su palma y arrojando afiladas cuchillas hacia el rostro deformado del monstruo. La exorcista no dudó, ni por un segundo, incluso sin saber de dónde procedía aquel ataque ni el nombre que lo invocaba. Se creó un enorme escudo punzante, una reluciente y hermosa semi cúpula que los cubrió a ella y de rebote a Hans, el cual ahora suplicaba por su ayuda y a pesar de estar claramente herido, pretendía seguir atacando.

Como llevaba impulso, el akuma no frenó a tiempo y se estrelló contra la pared de hielo, clavándose varias puntas y chillando de manera horrible. Parecía una maldita banshee, pensó la de ojos rojos con repulsión.

Le dirigió una mirada terrible al chico, diciéndole sin palabras todas las formas diferentes de tortura que pensaba aplicarle cuando todo aquello hubiera terminado. No podía mantenerse calma, odiaba que le desobedecieran de una manera tan descarada para luego simplemente ir a pedir su ayuda.

Eres un idiota. – le espetó sin poder evitarlo, aunque odiaba aquella terminología vulgar y cercana, y que demostraba lo inestable que se hallaba su carácter en aquel momento. Acabó saltando sobre el escudo y cerrándolo para dejarlo allí encerrado un rato.

El akuma se había apartado, gritando y pronunciando palabras de muerte, incluso recogió un par de cadáveres y se los comió en medio de crujidos de huesos y goteos de vísceras sobre el profanado suelo sacro. Intentaba regenerarse, pero el poder de la inocencia la superaba. Incluso viendo como sufría, la exorcista no se confió. Los niveles 2 siempre habían sido un grave problema y aunque su inocencia estuviera comportándose extraño, no pensaba atacar de frente.

Se arrodilló y puso ambas manos sobre el suelo.

Ice dancer. – murmuró sibilante. Un vaho frío salió de su boca. La temperatura decayó varios grados. El suelo y la totalidad de las paredes de la catedral se volvieron fríos, lisos y resplandecientes igual que un espejo. Aquel brillo azulado verdoso delataba la presencia del poder cristalizado de dios.

Sonrió de la misma forma hambrienta que el akuma. Las cuchillas se habían formado ya.

Sin alzar el torso comenzó a deslizarse hacia el akuma, que se creía a salvo por estar volando. Una rampa de hielo comenzó a elevarse, formándose según los pensamientos de la portadora de la inocencia. Sus pies se juntaron y se elevó en un elegante giro, perfecto en su ejecución y letal en la misma. Golpeó al akuma con una rodilla y enseguida comenzó a formarse el hielo sobre la correosa y metálica piel, allá donde le tocaba. Quería cortarla en pedacitos con los pies y sus afiladas cuchillas, pero todavía no se manejaba como debía. Habían pasado unos años desde la última vez que había patinado, por mucho que fuera su pasión.

El monstruo evidentemente se revolvía e intentaba matarla, movió sus garras y la golpeó en el pecho, logrando que la precaria venda de la herida se abriera y comenzara a sangrar. El akuma tampoco salió ileso, pues la zona congelada se desprendió y quebró bruscamente, comenzando a sangrar de aquella forma tan apestosa y negra.

No bastaba, no era suficiente.

Tsch. – cerrando un ojo por el dolor, se apartó con un movimiento brusco y calló sobre el suelo helado levantando pequeñas esquirlas que se apilaron a sus lados.

Ambas se estudiaron con odio. El akuma ya no atacaría a ciegas. Ella notó nuevamente el intenso tirón de la inocencia. Aquello era un juego peligroso, no podría mantener tan inmensa cantidad de hielo por mucho tiempo. De hecho, el escudo que había puesto sobre el chico comenzaba a debilitarse. El títere del conde siguió su mirada y enseñó los dientes con placer anticipado.

Tu error, exorcista. Tu culpa. – el monstruo comenzó a volar a toda velocidad en dirección al escudo. Nine gritó en gaélico y movió la mano en un movimiento cortante, haciendo que varias esquirlas de hielo de un tamaño superior a dos metros se abalanzaran sobre el akuma, que las esquivó sin demasiada dificultad, apenas la retuvo un par de segundos antes de alcanzar e impactar contra la protección, esta vez con cuidado de no clavarse nada.

No podía defenderle a el. La angustia la envolvió, bloqueando su mente unos segundos. ¿ Y si por dejarlo encerrado sufría una muerte horrible o perdían la inocencia? Aquello era intolerable.

No confiaba en el, pero tendría que hacerlo. Al igual que con Will, la certeza de que si no colaboraba con aquel chico apenas entrenado de algún modo, saldría de allí sola, fue demasiado para su habitual insensibilidad. Curiosamente no quería que muriera. Le traía recuerdos de su maestra, aquel instinto de protección que debía de haber sentido cuando se interpuso entre ella y la noah.

¡ Hans, utiliza el hielo de la lanza para reforzar el escudo, céntrate en la parte que está atacando, y bajo ningún concepto salgas de ahí ! – se mordió el labio hasta hacerse sangre mientras aguantaba la tensión, no sabía si funcionaría, no sabía si el iba a obedecerla puesto que antes no lo había hecho.  Ni siquiera sabía si podría hacerlo, dada la inconsistencia de su entrenamiento. Estaba claro que el chico quería matar al akuma causante de la destrucción de su pueblo, pero como lo intentara abiertamente, estaría acabado.

Ordenó a su inocencia un último esfuerzo. Aquella mujer que la había cubierto, tal vez sirviera de distracción. Mientras lo pensaba, comenzaron a formarse figuras de forma humana a lo largo de la sala, no demasiado reales, no tanto como la que ella había visto. Tal vez el hecho de que hacer varias las hiciera parecer menos vivas.

El akuma las miró y olfateó con desagrado, dudosa.

¡ No podéis engañarme, malditos exorcistas ! Zorra estúpida, iré a por ti en cuanto haya acabado con tu pequeño amiguito, oh si si si~ comenzaré por esos bonitos ojos, y luego arrancaré su lengua, jajajajajaja te gustó la cicatriz que te dejé, querido mío? Ttu padre chillaba como un cerdo, recuerdas? Jajajajajaja – a pesar de aquellas terribles plabras sus ojillos no perdían de vista los erráticos movimientos de las figuras, y finalmente con un rugido, golpeó a la más cercana, haciendo que se deshiciera en pedacitos.

Nine ahogó un gemido, sorprendida por la impresión que le produjo aquello. Era casi como si hubiera sentido el golpe, solo que no le dolía. Luego sus ojos relucieron, homicidas. Aquel demonio había ido demasiado lejos. No soportaba ni un segundo más aquella actitud preponente y descarada del ser modificado por el Conde. Intentaba volver loco al chico para que abandonara la seguridad del escudo, y si seguía hablando de su padre, sin duda lo lograría.

Estaba cabreada. Con el akuma, con Hans y consigo misma.

Tenía que adaptarse a aquel poder. Inspiró hondo ocultándose tras una columna helada, sin perder de vista a la gárgola homicida que alternaba golpes contra el escudo con mordiscos y zarpazos hechos para destruir a las figuras humanas creadas por Ice.

Ah, Ice. Aquella pequeña asesina de hielo estaba revuelta y desordenada, inalcanzable en aquella nueva emoción que la embargaba. Nunca la había sentido igual, pensó con asombro mientras se sumergía en su tumultuoso poder. Un torrente de frío la traspasó, entumeciéndola y haciendo que sintiera mucho mucho sueño.


A su lado se rompió una estalactita que comenzó a desaparecer nada más impactar con el suelo. El sonido la sobresaltó y la ayudó a concentrarse.


Tenía que haber algo que aquel ser no pudiera esquivar. Algo... algo como una lluvia de hielo. No sabía si su inocencia tenía tal capacidad, nunca había intentado nada parecido, pero la convicción la embargó nada más formarse la imagen del akuma siendo congelado por pequeñas esquirlas florecidas de hielo.

Quería hacerlo.

Las palabras volaron a sus labios, mientras mantenía los labios cerrados y su inocencia resbalaba por su cuello casi con vida propia, buscando el contacto con las manos de su dueña. La sostuvo, un momento, antes de devolverla a su lugar habitual, a su espalda, vigilando siempre.

Tears will fall for you, monster. — su mano izquierda apuntó al akuma. No veía a Hans por ninguna parte, y la sangre sobre la nieve era un poderoso reclamo de desgracia. Su mandíbula se apretó, inquieta. Sus palabras habrían sido frías, gélidas, pero su interior se hallaba en una vorágine de sentimientos encontrados y contradictorios. Por un lado quería apalearlo hasta dejarle en coma, y por el otro... ¿Tanto le preocupaba aquel impertinente? Argh, era absurdo.

El akuma rió al ver su gesto.

No puedes darme con eso, ya lo sabes. Desiste en tu patetismo y resígnate a morir, perra de la iglesia... prometo... que no será rápido! – nuevamente se rió y siguió golpeando el escudo. Este último estaba a punto de romperse. Ya no quedaban muñecas de hielo. Nada la distraería de sus presas.

El semblante de Nine se ensombreció. La mano se alzó al cielo. 

Sólo le restaba rezar por el chico, y dado que no creía en dios, no tenía sentido hacerlo. Se limitaría a maldecir a todos los rubios del universo, hm, si.


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