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El último regalo de papa [OneShot]

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El último regalo de papa [OneShot] Empty El último regalo de papa [OneShot]

Mensaje por Invitado Miér Ene 19, 2011 12:02 pm

Bueno, este es un FanFic con el cual me presenté a un concurso de FanFic navideños, en otra página que por obvias razones prefiero no mencionar, y en el cual logré alcanzar el tercer puesto. Como fue una grata sorpresa me he decidido a subirlo también aquí ya que quería compartirlo con vosotros jejeje. Bueno, espero que os guste, salu2.



El último regalo de papá

– Quiero contaros una historia hijos, la historia de mi héroe – comentó un hombre de cabello castaño y ojos oscuros a los dos pequeños que estaban sentados frente a él. Su madre los abrazaba mientras miraba con cariño a su esposo, ella ya había escuchado aquel cuento. Este decía así:

Una tormenta de nieve golpeaba, con la magna fuerza de una tempestad, las débiles paredes de madera de un hostal fronterizo en Moscú. El gélido y glaciar invierno había llegado y, para desdicha de muchos, su frío temperamento no hacía más que generar víctimas y más víctimas.

Los años del calendario habían perdido su significado, nadie estaba del todo seguro en que línea temporal se encontraban pues, los relojes, habían perdido toda noción de su función en aquel rústico refugio.

Los que se amparaban en su interior sabían de su triste destino, aquella ruinosa construcción no podría enfrentar la mortífera fuerza de la naturaleza por mucho tiempo.

– Papi Vladi – enunció la aguda voz, impregnada en temor, de un pequeño niño de no más de doce años. – ¿Qué nos va a pasar? – preguntó aun a sabiendas, pese a tan corta edad, de la respuesta que su padre le proporcionaría si era sincera.

El adulto no quiso entonar la palabra, no tenía el valor de responderle a su hijo de forma clara y concisa. Suspiró resignado y con tristeza, sus ojos parecían haber muerto hace mucho y su alma solo seguía en pie para y por su hijo.

– Escúchame Sergey, te contare una historia – contestó el padre con voz quebrada mientras acariciaba, cariñosamente, el pelo de su descendiente. Lo único que podía hacer por él era hacer que no pasase miedo, o al menos intentarlo.

– Había una vez… – empezó a entonar tratando de emular fuerza y voluntad en su voz. Era Navidad y quería hacerle un último regalo a su hijo… Así decía la historia:

Hace muchos años existía en cierto país del Norte de Europa un pequeño niño de trece años que decía no creer en la Navidad. – Todo es un invento de las grandes empresas – decía el niño, una y otra vez, sin atender a las palabras de sus padres.

Para él todo era no más que materialismo puro y duro, aquellas alegres fechas habían perdido todo lo bonito que había en ellas y no había forma de recuperar su más tierno significado. Era imposible luchar contra el poder comercial y el afán consumista de las personas, todos querían más y más y nunca se conformaban.

Todos le tomaban por estúpido, estaban en pleno siglo XXI y, en aquella época, el dinero era lo primordial en la vida de todos. Los sentimientos habían perdido toda su fuerza ante la avaricia de nuestros antepasados. No podían ver más allá de lo que poseían y de lo que querían poseer.

Los días avanzaban en su inexorable camino sin fin y el chico crecía sin dejarse influenciar por sus más mundanos deseos. No quería convertirse en lo que el resto de las personas eran, cascarones vacios que no tenían verdadero control sobre sus mentes.

Pero no lo consiguió, el poder de las masas era demasiado fuerte y su voluntad acabó por romperse muchos años después. Se dejó engañar por el tumulto, las aglomeraciones de gentes tienen un extraño atractivo que incita a los demás a seguirlos. Las cabalgatas, los desfiles, los enardecidos movimientos del pueblo… todos esos, y más, eran una fuerza mayor a la de cualquiera.


La voz del hombre perdía fuerza por momentos, aquello iba de mal en peor. De aquella no salían, estaba seguro pero… ¿Y si alguien llegaba en su auxilio? Sabía de sobra que aquella era una idea muy remota y que no llegarían a tiempo a salvar su vida pero, tal vez la de su hijo era otra cosa.
Abrazo posesivamente al niño con todas sus fuerzas, dándole el calor paterno que su corazón irradiaba. – ¿Papá? – enunció el niño con dudas pero sin rechazar aquella muestra de afecto, la necesitaba. – Escúchame hijo… aún no termina la historia… – expuso el hombre sin soltar a la criatura que sus brazos resguardaban. Así seguía la historia:

Aquel niño que no creía en la Navidad y rechazaba el materialismo cayó en las garras de aquello mismo que rehuía. Creció, se casó con una bella mujer y ganó todo el dinero que pudo. Su casa estaba impregnada en codicia pero su interior era todo lo contrario, estaba completamente vacío…

– Nena, ¿por qué no tenemos un niño? – le proponía una y otra vez a la dama que acompañaba sus noches de soledad. Ella se rehusaba, ¿Tener a un crío recorriendo día sí, siguiente también, toda la casa? Ni loca quería eso. Pero acabó cediendo, su marido la logró convencer con un bonito abrigo de pieles.

¿Y sabes qué? Que se dio cuenta de que aquel pequeño niño había sido el mejor regalo de su vida. Cuando el pequeño abrió sus ojos por primera vez y empezó a llorar si vida pareció cobrar significado. Aquel vacío de su interior pareció llenarse, su vida era plena. Y no solo la de él, también la de su esposa.

Algo cambió en ellos. El niño interior del ahora ya adulto gritó con todas sus fuerzas para retumbar en su interior con colosal fuerza. Un sueño de su infancia nació, una vez más. “Unas Navidades sin dinero de por medio” “Unas Navidades en las que el mayor regalo sea el calor de tus seres queridos”.

Luchó por ello pero jamás lo consiguió. Su hijo siguió sus pasos y el hijo de este hizo lo mismo. No era tarea fácil, ¿Quién iba a querer renunciar al dinero? Pocos eran los que realizarían tal “sacrificio” pero, la verdad, es que eso era lo de menos.


– ¿No era importante? – cuestionó el niño a su padre sin ser soltado aún de aquel abrazo. El adulto tiritaba de frío ligeramente, lo disimulaba para no asustar más a su hijo. El ruido de una sirena hizo que en su rostro se enmarcase una bonita sonrisa.

– No, no lo era – corroboró el adulto mientras se quitaba el abrigo y tapaba con él a su hijo para, instantes después, cobijarle entre sus brazos y su pecho nuevamente. – Déjame terminar la historia, después te daré un último regalo – expuso para alegría de su hijo. “Un regalo” exclamó el niño. La historia aun continuaba:

Los hijos de los hijos de los hijos… siguieron con los sueños de su padre y su abuelo, vivir la Navidad sin buscar lo material. Disfrutar de la familia en una cálida cena, un cariñoso abrazo a tu madre... cualquier muestra de afecto era válida.

Pero había algo mejor que todo aquello, el no dejar sus sueños morir. Dicen que la Navidad es el día en que Jesús nació en Belén. La familia desconocía sobre la veracidad de esto pero, había algo de lo que estaban seguros: sus padres huían de perseguidores, sus vidas estaban en juego pero lo más importante era el nacimiento de su hijo.

No se rindieron, no se dieron por vencidos y quisieron darle a su hijo la vida que otros querían arrebatarle. Aquel sentimiento de lucha, el no dejar que aquello que amas caiga sin haber luchado por ello es horroroso. Y eso lo sabía aquella familia que vio nacer a su hijo en Belén como la que, muchos años después, intento vivir su Navidad al estilo de sus antepasados.

Y aquello era lo reconfortante. Puede que fuesen los únicos, o de los muy pocos, que sentían la Navidad de aquella forma tan especial. Vivieron como quisieron sin que las opiniones y comentarios de otros influenciasen y, realmente, fueron los más felices.

El sentimiento de luchar por lo que se ama es más reconfortante que la victoria de un objetivo no propio, el saber que tu forma de ver la Navidad es el más extendido no es lo más satisfactorio. El regalarle a tu mujer un collar o un vestido y a tu marido un traje o una corbata no te llenará realmente.

El ver a tu hijo nacer sí. El ver a tu hijo luchar por tus sueños y metas es el más emotivo de los regalos. La familia es el verdadero regalo, la Navidad no tiene nada de especial, es un día más pero que, en realidad, muchas veces nos hace recordar aquellas cosas que parecemos olvidar.
Eso hijo mío es algo… es algo… es mi verdadera felicidad… tu… tu eres mi…


Y la historia no terminó. Los morados labios del hombre dejaron de moverse ante la insólita mirada de Sergey. ¿Por qué papa se había quedado dormido? ¿Por qué papa no le daba su regalo? Había escuchado la historia como buen niño. No se había movido del regazo de su padre y esperó pacientemente hasta que este despertase. No lo hizo, jamás despertó.

Una luz alumbró el interior de la casa, las ventanas estaban rotas y el frío en su interior era atroz. Todos en su interior habían pasado a mejor vida, todos menos uno. El niño que, refugiado en los brazos de su padre y su abrigo, vio como su pequeño cuerpo no perdía calor.

Los fuertes brazos y el gran pecho de aquel que le protegió no dejaron que el viento invernal golpease con toda su rabia, furia y poder al fruto de su amor y a su mayor esperanza. El pequeño fue rescatado, logró permanecer con vida y, pese a pasarlo mal, salió adelante. Y colorín colorado, esta historia ha terminado.

– ¡Papá! ¡Papá! ¿Cómo se llamaba aquel hombre? – vociferaron enérgicamente los dos pequeños con miradas ilusionadas. Aquel hombre era un verdadero héroe de película.

– Vladimir, así se llamaba – enunció el hombre mientras se levantaba y acariciaba las cabezas de sus hijos cariñosamente, despeinándoles ante el reproche de su sonriente esposa. – Bueno niños, hora de ir a la cama – dijo segundos después con una sonrisa en su rostro.

Los pequeños salieron corriendo en dirección a sus respectivos cuartos. – Buenas noches Sergey – dijo la mujer mientras besaba, con ternura los labios de su esposo para retirarse ella también a dormir. El nombrado como Sergey respondió aquella muestra de afecto de su mujer para luego acariciarle la mejilla y decir que la alcanzaría en un momento.

Ella se retiró y él se acerco a una mesilla llena de fotos. En una de ellas se encontraban el hombre y el niño de la historia. El niño era cargado en brazos de su padre y a sus espaldas había un paisaje invernal, esa había sido su última Navidad, juntos. – Buenas noches, papi Vladi – susurró el hombre al tiempo que dejaba la foto en la mesa una vez más.

Aquel hombre llamado Vladimir le había dado el mayor de los regalos a su hijo por segunda vez, la vida. Todo padre haría eso por su descendiente pero no todos lo lograban. Él si lo había hecho, había conseguido que aquel pequeño llamado Sergey creciese y viviese la vida que se encargó de darle. Él último regalo sí que fue entregado…



Bueno, espero que os haya gustado jeje. Salu2 ^^.
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